El Eco de los Dioses Caídos

CAPITULO XIV: La Canción De Las Tres Lunas

Khra’gixx, el Cazador de las Sombras, alzó la vista hacia las tres lunas de Thalassara, cuyas superficies brillaban con runas ancestrales. Su voz era un murmullo que resonaba como un eco infinito: —Parece que esas lunas son los restos de un dios antiguo; ¿qué tal si las corrompemos para que con su luz proyecten ilusiones que atormenten a los habitantes de este planeta?

—Me parece bien —respondió Korgrath, con una sonrisa siniestra dibujada en su rostro—. Enseñémosle el terror a esta gente.

Entonces, Khra’gixx, alzó sus garras hacia las tres lunas de Thalassara. Sus cuernos retorcidos brillaron con runas prohibidas, tejiendo sombras en los rayos lunares. Las esferas plateadas se tiñeron de carmesí, proyectando visiones de pesadilla: padres convertidos en esqueletos abrazando a hijos fantasmas, ciudades devoradas por grietas dimensionales, y guerreros atravesando a sus aliados con espadas de ilusión.

—La luz que veneran… será su condena —susurró Khra’gixx, mientras el aire se espesaba con alaridos distantes.

En Aqualis, un niño oceánico gritó al ver cómo las branquias de su madre se desintegraban en polvo negro. En las montañas, un centauro decapitó a su hermano creyendo ver un soldado enemigo. Bajo el mar, las sirenas enloquecieron, arrastrando a sus crías hacia abismos sin fondo.

Korgrath observó desde las ruinas, con su espada Apocalipsis bebiendo el miedo como vino espeso: —Hermoso… pero efímero. Como todo lo que toca la luz.

En El Dosel Sombrío, Aethoniel cayó de rodillas, mercurio corroyendo sus mejillas. Sus ojos plateados, ahora velados por una niebla de dolor, miraron hacia el Pico de los Susurros Eternos: —Las lunas no son suyas… ¡Son el latir de Thalassara!

Sin dudarlo, Eryndor y Kralkor la llevaron a la cima, donde el aire era tan delgado que las estrellas se oían susurrar. Aethoniel danzó bajo la luz corrupta, convocando rayos lunares puros con movimientos que dejaban estelas de polvo estelar. Eryndor entrelazó raíces cósmicas alrededor de las lunas, sangrando savia dorada, mientras Kralkor levantó un escudo de cristal de cuarzo que crujió bajo el peso de la oscuridad.

—¡No solo sois dioses… sois el alma de este mundo! —rugió Kralkor, sangrando roca fundida por el esfuerzo, su cuerpo titánico temblaba bajo la presión.

Las lunas recuperaron su fulgor… pero el precio fue un jadeo cósmico: Aethoniel quedó ciega, sus pupilas convertidas en espejos opacos; las raíces de Eryndor se marchitaron en ceniza viva; y el escudo de Kralkor se astilló, dejando cicatrices en la atmósfera.

En la Ciudad de los Suspiros, los líderes se reunieron bajo un dosel de algas fosforescente esperando a Zha’thik, quien emergió de las profundidades por primera vez ante todos, reduciendo su tamaño a voluntad. Su voz resonó como un trueno ancestral:

—Hace siglos, los Primeros Moldeadores —mi especie— luchamos contra seres que devoraban mundos.

—sus tentáculos mostraron visiones de batallas donde criaturas de sombra peleaban con los antiguos espíritus— …Ganamos, pero su oscuridad se incrustó en nuestras almas. Yo fui el más afectado, desde ese momento vivía atormentado por esa corrupción… hasta que Kalysta me purificó con su canto. Así que, sepan que no lucharán solo contra rivales poderosos, sino que también tendrán que lidiar con la oscuridad que tratará de apoderarse de ustedes.

Kalysta, de pie junto a él, entonó un fragmento de la Nana Abisal. Las notas hicieron vibrar los cristales de la sala en una frecuencia que erizó la piel de los presentes: —Esta melodía no solo calma monstruos… también nos recuerda que la luz y la sombra son dos versos de la misma canción. En cada batalla, un coro la entonará… o caeremos como aquellos mundos olvidados.

Korvak clavó su tridente junto a la espada de Garrick. Pyralis, con un gesto de furia sagrada, quemó sus manos hasta fusionar carne, metal y juramento en una cicatriz llameante: —Que esta marca arda si alguno rompe su palabra… y los consuma como a traidores.

Mientras los ejércitos se desplegaban, Namarie y Aerthys cazaban en el Bosque de los Ojos Muertos. Las bestias hexapodas, cuyos seis ojos brillaban con hambre de ácido, caían bajo una lluvia de flechas de viento y sombra. —¡Esa cuenta como mía! —gritó Aerthys, decapitando a tres criaturas con un torbellino que arrancó árboles de raíz. —Solo si ignoras que mis flechas ya habían perforado sus corazones —replicó Namarie, señalando a los cadáveres donde yacían proyectiles de ébano lunar.

En las costas, Kaidos y Elyra luchaban en simbiosis letal. Él desviaba hechizos oscuros con su espada, convirtiendo las sombras en humo inofensivo. Ella congelaba oleadas de soldados enemigos, sus dagas de hielo dejaban estelas de escarcha que brillaban como diamantes sangrientos. —¿Cuántos llevas? —preguntó Kaidos, partiendo una lanza de oscuridad en dos gusanos que se disolvieron en el aire. —Más que tú… como siempre —mintió Elyra, ocultando cómo sus uñas sangraban hielo rosado.

En las Ruinas de Coral, Aetherion se encontró con Xarathys dando inicio a un duelo de titanes. El Portador de la Llama alzó su lanza, incinerando ilusiones de ciudades en llamas proyectadas por las espadas gemelas Engaño y Desesperación.

—¿Fuego contra mutación? —se burló Xarathys, elongando sus brazos hasta rodear a Aetherion como serpientes de carne viva. —Fuego contra estúpido —corrigió el guerrero, liberando una onda de calor que carbonizó los tentáculos ilusorios.

Xarathys se disolvió en humo, su risa eco de mil pesadillas: —¡Tu fuego no puede quemar lo que no existe!

—¡Pero puede purgar tus mentiras! —rugió Aetherion, lanzando una llamarada sagrada que reveló su verdadera forma: un núcleo de oscuridad latiendo bajo su piel.

Al ver a sus tropas caer, Korgrath emergió de las sombras, acompañado de Zarethys, el Devorador de Almas. Con un golpe de Apocalipsis, convocó a los Leviatanes de Oscuridad: criaturas con piel de agujero negro y bocas que devoraban el sonido, dejando silencio en su estela.




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