El Eco de los Dioses Caídos

CAPITULO XV: El Último Muro

Al anochecer, la noche se había vuelto más densa en aquel claro del bosque, como si las mismas estrellas temieran presenciar lo que estaba por suceder. Las hojas susurraban advertencias en un idioma antiguo, pero Khra’gixx avanzaba sin titubeos, sus garras negras dejando surcos de oscuridad en el musgo y la tierra bajo sus pies. Su figura era una sombra viviente, una mancha imposible de dispersar incluso bajo la luz de la luna moribunda.

—¿Dónde estáis, faros de luz? —murmuró con una voz que parecía reverberar desde las profundidades del abismo. La magia lunar que aún impregnaba el aire le quemaba las fosas nasales, pero eso solo alimentaba su odio. Para él, esa luz no era más que un insulto a su existencia.

Fue entonces cuando el rugido de Kaelgor Stoneshaper resonó como un trueno primigenio. El líder centauro emergió de entre los árboles junto a sus guerreros, sus martillos de obsidiana brillaban con un fulgor oscuro bajo el cielo corrupto. Sus ojos dorados ardían con furia contenida mientras señalaba al demonio con un dedo acusador.

—¡Este bosque no es tuyo, demonio! —bramó Kaelgor, golpeando el suelo con tal fuerza que una grieta profunda se extendió hacia Khra’gixx como un relámpago terrestre. La tierra tembló, y los árboles cercanos crujieron bajo la presión de la energía tectónica.

Khra’gixx apenas sonrió, con sus labios curvándose en una mueca siniestra. Con un movimiento fluido, saltó sobre el abismo que intentaba tragárselo, cayendo justo frente a los guerreros centauros. Su velocidad era sobrenatural, casi invisible para el ojo humano. Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, sus garras atravesaron el pecho de uno de los centauros, absorbiendo su esencia vital como un parásito insaciable.

—Vuestro poder es graznido de pájaro… —se burló Khra’gixx, lanzando el cadáver contra un árbol que estalló en astillas— …y yo soy el silencio que sigue al trueno.

Kaelgor no respondió con palabras. En lugar de eso, levantó su martillo, y el suelo bajo sus cascos comenzó a vibrar. Un terremoto localizado sacudió el claro, enviando ondas de choque que derribaron varios árboles y lanzaron a los guerreros centauros al suelo. Pero Khra’gixx no era un enemigo común. Con un destello de oscuridad, el demonio se movió a una velocidad que desafiaba la lógica, apareciendo detrás de Kaelgor antes de que este pudiera completar su ataque.

Las garras de Khra’gixx arañaron el costado del centauro, arrancando sangre y carne. Kaelgor rugió de dolor, pero no retrocedió. Giró sobre sí mismo, blandiendo su martillo con una fuerza que podría haber aplastado montañas. El golpe conectó, pero Khra’gixx se desvaneció en una nube de sombras, reapareciendo a varios metros de distancia.

—Interesante… —susurró el demonio, limpiándose un hilillo de sangre negra que brotaba de un rasguño superficial—. Pero no suficiente.

Los guerreros centauros intentaron rodearlo, lanzando ataques coordinados con sus armas de obsidiana. Sin embargo, Khra’gixx era un espectro de muerte. Se movía entre ellos como una ráfaga de viento negro, sus garras cortaban carne y hueso con una precisión letal. Uno tras otro, los centauros caían, sus cuerpos inertes eran iluminados por los últimos rayos de luna que lograban filtrarse entre las ramas.

Kaelgor sabía que estaba solo. Sus camaradas yacían en el suelo, y el claro estaba cubierto de sangre y fragmentos de obsidiana. Pero el líder centauro no era alguien que se rindiera fácilmente. Con un rugido ensordecedor, invocó todo el poder de la tierra, convirtiendo su martillo en un conducto de energía pura. El suelo bajo sus pies se elevó, formando una plataforma de piedra que flotaba a varios metros del suelo.

—¡Tú no eres más que una sombra, demonio! —gritó Kaelgor, su voz resonó como un eco eterno—. ¡Y yo soy el muro que te detendrá!

Khra’gixx inclinó la cabeza, intrigado por la determinación de su oponente. Pero su diversión pronto se transformó en furia cuando Kaelgor lanzó una embestida brutal, utilizando la plataforma de piedra como un proyectil gigante. El impacto sacudió el bosque entero, creando un cráter donde antes había estado el demonio.

Por un momento, pareció que el centauro había ganado. Pero entonces, una risa baja y gutural emergió de las sombras. Khra’gixx reapareció, sus heridas ya cerradas, su forma más imponente que nunca.

—¿Eso era todo, muro de barro? —preguntó, arrancando una montaña cercana con un gesto y pulverizándola contra el cielo— Los niños de mi clan hacen mejor arena.

Con un salto imposible, Khra’gixx se lanzó hacia Kaelgor con sus garras extendidas como dagas de oscuridad. El centauro intentó bloquear el ataque con su martillo, pero esta vez el demonio fue más rápido. Sus garras atravesaron el arma, partiéndola en dos, y luego se clavaron en el torso de Kaelgor con una precisión mortal.

El líder centauro cayó de rodillas con su cuerpo desgarrado y su respiración entrecortada. Miró al demonio con ojos llenos de furia, pero también de aceptación.

—Corred, hormigas… —ordenó Khra’gixx a los pocos centauros que aún permanecían en pie, aunque ninguno se movió—. Contadle al mundo cómo murió su muro.

—Mi pueblo… no huye… de… alimañas… Con un último gruñido, Kaelgor colapsó sobre el suelo, su sangre empapó la tierra que tanto había protegido. El bosque quedó en silencio, como si incluso las hojas respetaran el sacrificio del centauro.

Khra’gixx se alejó lentamente, limpiando sus garras con calma. No miró atrás. No necesitaba hacerlo. Sabía que su victoria sería recordada como el principio del fin.

El claro quedó marcado por la batalla: árboles derribados, grietas profundas en la tierra y cuerpos esparcidos como testimonio de la ferocidad del combate. Pero lo que más destacaba era la figura inmóvil de Kaelgor Stoneshaper, cuya muerte simbolizaba la caída de un baluarte que había resistido durante siglos.

En el horizonte, las estrellas continuaron apagándose una por una, como si el universo mismo llorara la pérdida de un héroe.




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