En las Montañas Elementales, el amanecer encontró al Consejo de Líderes entre los escombros del Círculo de la Cuna. Eryndor Thorne, con raíces marchitas retorciéndose en sus brazos como serpientes agonizantes, observaba a Pyralis y Eldrion enfrentarse con miradas que escupían chispas.
—¡Korvathar es un monstruo! —rugió Eldrion, señalando el mar donde flotaban cadáveres con estandartes clavados en el pecho—. ¡Pero esos demonios son el cáncer que carcome este mundo! Necesitamos su fuerza, aunque sea una daga envenenada.
Pyralis aplastó una roca con el puño, y el sonido cortó el aire como un disparo de ballesta: —¿Y si se vuelve contra nosotros como hizo con los suyos? ¿Olvidaste cómo reía mientras ahogaba ciudades enteras en su propia sangre?
Kalysta, con la escama de Zha’thik incrustada en su brazo, intervino:
—Puedo contener su oscuridad… como hice con el Zha’thik. Y si nos traiciona… —apretó el puño hasta que la escama sangró líquido negro—. …le arrancaré las entrañas antes de que parpadee.
Kralkor, en su forma colosal, inclinó su cabeza hasta que su aliento arrasó los árboles cercanos: —Liberadlo. Que el Devorador de Sangre sea el anzuelo… y nosotros, los pescadores que cortaremos el hilo cuando sea hora.
La votación fue rápida. Pyralis maldijo en lengua antigua al ver las manos alzadas, pero incluso su fuego pareció apagarse ante el peso de los números.
En las profundidades de las Mazmorras de la Raíz Negra, un sonido ominoso resonó entre las paredes húmedas y agrietadas. Era el crujido de eslabones antiguos, forjados con magia olvidada, que cedían ante una fuerza imparable.
Las cadenas de Korvathar, el Devorador de Sangre, comenzaron a resquebrajarse.
—Libertad… al fin. —su voz retumbó como un trueno, impregnando el aire de pura destrucción—. Y parece que llego justo a tiempo.
Una sonrisa feroz se dibujó en su rostro antes de rugir con una furia que sacudió los cimientos de su prisión.
—¡Tormentas de tierra y fuego; atended mi llamada! — rugió Korvathar.
El ambiente se desgarró en un parpadeo. La mazmorra se desmoronó a su alrededor, consumida por llamas ciclónicas y ráfagas de ceniza incandescente. Donde antes hubo paredes, ahora solo quedaba un torbellino de destrucción.
Y sin más, Korvathar emergió de su encierro, con la guerra esperándolo más allá del horizonte.
Mientras tanto, en las Montañas Elementales, después de discutir sobre la liberación de Korvathar, el Consejo se centró en las formas de debilitar a Khra’gixx, cuyo poder era abrumador incluso para los dioses antiguos.
Eldrion tomó la palabra con el ceño fruncido.
—Hay un demonio que está matando a muchos de los nuestros sin siquiera sufrir un rasguño —dijo Eldrion, con la mirada perdida en el horizonte ensangrentado—. Si no encontramos una manera de deshacernos de él, no tendremos oportunidad de ganar esta guerra.
Kralkor asintió con pesar.
—Su poder es inmenso. —Hizo una pausa, como si su mente viajara a recuerdos olvidados—. Se parece al que tenían los primeros invasores que nos atacaron hace siglos.
Pyralis entrecerró los ojos cruzando los brazos mientras las llamas en sus manos se extinguían lentamente.
—De ser así, solo ustedes podrán vencerlo.
Kralkor suspiró con amargura antes de responder:
—Si alguno de nosotros, o si Zha’thik estuviera en su mejor condición, podríamos hacerlo… pero me temo que no podremos.
Pyralis lo miró fijamente, su paciencia comenzando a agotarse.
—No quiero menospreciar a un dios antiguo, así que explícate.
Kralkor no esquivó su mirada. Su voz, aunque firme, llevaba el peso de una verdad ineludible.
—Cuando salimos vencedores de aquella invasión, algo cambió en nosotros.
El silencio se hizo más denso.
—En lo más profundo de nuestro espíritu, la oscuridad de nuestros enemigos se incrustó como una semilla maldita.
Algunos de los presentes se tensaron, pero Kralkor continuó:
—Esta corrupción otorga poder… pero es un veneno. Posee voluntad propia. Cuanto más la usamos, más nos consume, hasta convertirnos en lo que ahora enfrentamos.
Su mirada se oscureció.
—Si desatamos todo nuestro poder, la corrupción avanzará. Nos llevará más allá de nuestros límites, pero a costa de perdernos para siempre.
El silencio fue interrumpido por Kalysta, quien dio un paso adelante.
—Pero yo puedo purificarlos con mi canto, —intervino—, tal como hice con Zha’thik.
Kralkor negó con la cabeza.
—No podrás. —Su tono no era de desprecio, sino de resignación—. Tu canto solo ralentiza la corrupción, no la erradica. Lo verás mejor con una simple comparación:
Se giró hacia los demás y levantó una mano.
—Nosotros, como dioses antiguos, somos esencia pura. Digamos que representamos un 100% de divinidad. La oscuridad ha corrompido un 20% de ese poder.
Kalysta frunció el ceño.
—Entonces si los purifico…
—Si usas tu canto, —prosiguió Kralkor—, puedes disminuir temporalmente la influencia de la corrupción, quizás bajándola al 10%. Pero cuando tu canto se disipe, la oscuridad recuperará su terreno. No hay nada en este mundo que pueda erradicarla.
Luego su mirada se alzó hacia el firmamento.
—Tal vez aquel ser que nos curó y los creó pueda hacerlo… pero no tenemos forma de comunicarnos con él. Y aunque pudiéramos, no hay garantías.
Eldrion entrecerró los ojos, como si ya conociera esa respuesta.
—Estamos con las manos atadas, entonces. —Su voz era serena, carente de sorpresa—. Por ahora, mientras quede algo por defender, ustedes no podrán pelear con todo su poder. Además, no sabemos si nuestro planeta resistirá un combate de tal magnitud. Debemos buscar otra estrategia.
El silencio volvió, hasta que Eldrion, con aire pensativo, lo rompió una vez más.
—Propongo algo.
Los demás lo miraron.
—Si no podemos derrotarlo de frente, quizá podamos sellar su poder. —Su voz se tornó firme—. Podemos tejer un hechizo sobre su cuerpo, uno que le impida desatar toda su fuerza. Si logramos limitarlo, incluso nuestros guerreros más fuertes podrían vencerlo.
#2323 en Fantasía
#1100 en Personajes sobrenaturales
fantasia épica, aventura sobrenatural, mitología y mundos imaginarios
Editado: 27.06.2025