En el claro de Elor’Myndal, el bosque antiguo donde la luz y la sombra bailaban en un eterno juego de equilibrio, dos guerreros avanzaban con paso firme. Kaidos y Nyxoria, unidos no solo por la batalla, sino por un destino sellado en el filo de sus armas.
El sol brillaba sobre Thalassara, reflejando destellos dorados en el follaje, pero la paz era una ilusión. El verdadero conflicto los esperaba en las profundidades del bosque, donde su enemigo los aguardaba.
Mientras atravesaban la espesura, sus pensamientos viajaban a las horas previas, cuando Eldrion los había convocado.
La reunión había sido tensa.
Eldrion había observado a los presentes con severidad, con una voz marcada por la urgencia.
—Ahora que tenemos la ventaja, debemos aprovecharla.
Eryndor había asentido con el ceño fruncido.
—Exactamente. Pero no podemos mandar a todo un grupo. Si enviamos demasiados, podrían tendernos una emboscada.
Eldrion gruñó en aprobación.
—No podemos contar con nuestros dioses antiguos para esto, pero debemos enviar a guerreros que puedan vencerlo.
Kralkor, con los brazos cruzados y la mirada afilada, había dejado escapar un gruñido.
—Usemos guerreros que él crea que puede vencer. —Una sonrisa astuta se había dibujado en su rostro—. Es un guerrero orgulloso. Si mandamos solo a dos oponentes, es probable que decida pelear solo y no permita que sus aliados lo ayuden.
Kaidos no había dudado.
—De ser así, yo me propongo como su rival.
Nyxoria sonrió con frialdad.
—Yo también.
Eldrion los había observado por un momento, evaluándolos con la mirada. Finalmente, asintió con satisfacción.
—Una asesina experta y un guerrero hábil con la espada y los contrahechizos. Me parece un buen equipo.
Kralkor golpeó su puño contra su palma con decisión.
—De todos modos, estaremos atentos por si las cosas se complican. Confiamos en ustedes.
La decisión estaba tomada.
Ahora, el tiempo de la estrategia había terminado.
Los árboles del Bosque de Elor’Myndal se abrieron ante ellos, revelando un claro donde su enemigo esperaba. Khra’gixx, el Cazador de las Sombras, se alzaba como una estatua de destrucción viviente.
Su piel, endurecida como obsidiana, reflejaba la luz con un brillo maligno. Aunque debilitado por el hechizo de los dioses antiguos, su presencia seguía siendo una fuerza arrolladora.
Kaidos y Nyxoria intercambiaron una mirada. Había llegado el momento.
—Así que dos ratas vinieron a morir. —rugió Khra’gixx, su voz vibraba con desprecio—. Supongo que están confiados porque sus apestosos dioses lograron lanzarme un hechizo que me debilitó. Pero les aseguro… incluso en mi estado actual, puedo encargarme de ustedes dos.
Nyxoria giró su daga entre los dedos, con una sonrisa peligrosa.
—Entonces verifiquémoslo.
Sin más palabras, se lanzó al combate.
La cacería había comenzado.
Los movimientos precisos de Kaidos y Nyxoria comenzaban a inclinar la balanza. Khra’gixx, aunque colosal en poder y resistencia, empezaba a ceder ante la velocidad y la estrategia de sus oponentes. Su furia crecía.
Desde la distancia, Korvaxys, quien observaba el combate con ojos fríos y calculadores, dejó escapar un rugido gutural.
Un hechizo cayó sobre el campo de batalla.
De inmediato, una oleada de energía oscura envolvió a Khra’gixx. Su cuerpo vibró con poder, sus músculos se tensaron y sus ojos brillaron con un resplandor carmesí. Korvaxys acababa de activar una de sus habilidades especiales.
El efecto no duraría mucho, pero sería suficiente.
Khra’gixx lo supo al instante.
Un rugido ensordecedor estalló desde su pecho, destruyendo los escombros a su alrededor y lanzando a sus dos rivales lejos del lugar.
—¡Ya me cansé de ustedes, malditos! —su voz resonó con furia primigenia mientras sus movimientos se volvían más veloces, más certeros, más devastadores.
Su velocidad, fuerza y precisión se habían multiplicado.
Kaidos se puso en guardia, sintiendo por primera vez el peso de la incertidumbre.
—¿Qué rayos pasó? ¿Acaso tenía guardado todo este poder?
La pelea se les estaba escapando de las manos.
Pero la determinación de ambos no se desmoronó.
Nyxoria, con un movimiento fluido, esquivó un golpe devastador y logró hundir su daga en el costado del demonio. Un brillo letal destelló en sus ojos, pero no hubo tiempo para celebrar.
Kaidos, aprovechando la apertura, lanzó un golpe definitivo.
El filo de su espada descendió como un juicio de acero…
Pero Khra’gixx reaccionó en el último instante.
Su garra atrapó la hoja en el aire.
Un crujido infernal rasgó el silencio.
Con su otra mano libre, atravesó el costado de su torso de Nyxoria con una de sus garras, desgarrando carne y hueso con brutalidad.
El tiempo pareció ralentizarse, durante el resto de la pelea.
El aire estaba cargado con el olor metálico de la sangre fresca y el humo acre de hojas quemadas. El bosque, antes un santuario de vida, se había convertido en un páramo de devastación.
Los árboles caídos yacían como cadáveres gigantes, sus troncos destrozados por golpes sobrenaturales. Cráteres humeantes marcaban el suelo, cicatrices de una guerra que ninguna tierra podía soportar. Charcos de fluidos oscuros burbujeaban como veneno en ebullición, esparciendo su hedor fétido en la brisa moribunda.
Y en medio del caos…
Kaidos, el Vagabundo de la Espada, se arrastraba hacia Khra’gixx. Su espada mellada goteaba sangre negra, y su torso, cubierto de cortes profundos, apenas dejaba ver la piel debajo.
A su lado, Nyxoria, la Sombra Asesina, se apoyaba sobre una rodilla. Sus dagas, Éter y Nihil, todavía estaban aferradas a sus manos temblorosas.
La máscara de calma que siempre llevaba estaba rota, tanto literal como figurativamente.
Un hilillo de sangre resbalaba por su sien, mezclándose con el sudor.
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Editado: 27.06.2025