Esta seguía en su habitación en completo silencio. Sus rodillas dolían, pero esta no se levantó aún, porque todo le devolvía a la forma en que él jadeaba al hablar, cómo su voz se volvió grave al decirle que saliera de la habitación. Aún sentía el calor de su cercanía, la tensión en sus propias manos, como la sangre subía por su cuello de una manera que jamás había sentido, era un calor diferente.
Cerró los ojos con fuerza, obligándose a orar. Lo intentó. “Dios mío, todo poderoso. Limpia mi corazón. Purifica mi alma ante el pecado”, murmuró, pero las palabras se mezclaban con las del judío, con la forma en el que él había citado las escrituras, su mente era un espiral, intentaba alcanzar la paz, pero cada plegaria era invadida por su recuerdo.
Entonces sin aviso, la puerta se abrió de golpe. Ophelia se levantó de un brinco, llevándose la mano al pecho como si la hubiera sorprendido haciendo algo que no debía de hacer.
—Hermana Ophelia… — La novicia Elena entró con pasos suaves, cargando ropa blanca recién lavada y planchada —-. ¿Se encuentra bien?
—Si, solo estaba tan concentrada rezando que me asustaste — Respondió, intentando no parecer alterada.
—Con razón se encuentra tan pálida — La joven sonrió depositando la ropa sobre la cama —. Ah, se me olvidaba. La abadesa me pidió que le comunicará que tendrá visita esta tarde.
Ophelia ladeó el rostro con un gesto ambiguo.
—¿Una visita?
—No me dijeron quien, solo que debía preparase. Que se muestre compuesta y digna de su formación.
—Sin duda no tengo idea de quien será.
La novicia con su inocencia extendió la mano hacia la joven que aún se encontraba en el piso, para juntas sentarse aún lado. Como novicias era raro el día en el que podían sentarse juntas sin hacer nada.
—Sor Elena ¿Tú crees que hay cosas que es mejor guardar en secreto?
—¿Un secreto? — La chica ladeo la cabeza un momento era raro que su hermana de fe hiciera preguntas como esas —. Mi madre solía decir que los secretos no son solo cosas que escondemos. Son cosas que también protegemos. Que a veces hay verdades que no están listas para ser expuestas al sol. Y que Dios también habla en el silencio.
—Y si supongamos ¿Qué el solo hecho de ocultarlo te hace sentir como si pecaras, pero revelarlo te destruyera por completo?
La novicia pareció entender, pero no en la magnitud real.
—Lucas 8:17 dice “Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado, ni nada escondido que no haya de ser conocido y de salir a la luz” pero Eclesiastés 3:7 dice “Tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar”
—Eclesiastés forma parte de una pasaje más amplio que habla sobre los tiempos y estaciones de la vida.
—Por eso hermana — Dijo está riendo —. Cuando el secreto deja de proteger algo sagrado y empieza de destruir lo que eres, entonces ha dejado de ser sagrado.
La respuesta golpeó a Ophelia con la fuerza de una verdad indeseada. Lo que ella ocultaba no era una simple curiosidad. Era un hombre judío, alguien que andaba por sus lados como si fuera uno de ellos, pero era más alejado a la realidad, si lo contaba lo condenaba, pero si no lo hacía, se condenaba a ella misma.
—Está bien tener secretos — Añadió poniéndose de pie —. Después de todo, por una misma, es bueno.
Ella asintió, había aclarado sus dudas en un sesenta por ciento, pero lo demás era tarea de ella. Ambas se despidieron después de todo, ella tenía una tarea pendiente, primero iría a ver esa visita que se le había anunciado.
Cambió su hábito por uno limpio, su cabello recogido con esmero, con el velo acomodado perfectamente que cubría su cabeza. Respiro lentamente y abrió la puerta, y al instante su estómago se tensó. Era unas risas familiar, era algo que ella conocía pero no extrañaba ni un poco.
—¡Ophelia! — Exclamó una voz que no recordaba así.
Su hermana Leonor fue la primera en acercarse. Lucía radiante, impecable en cada detalle. Un vestido azul cobalto abrazaba su figura, decorado con finos bordados de hilo dorado, era demasiada opulencia de la que estaba acostumbrada. En cambio su otra hermana Beatriz, sonreía sin acercarse, estaba vestida un poco más austero, pero aun así se notaba el linaje noble del que venía.
—Madre, hermanas. Que dios este con ustedes. Ha pasado demasiado tiempo desde que las vi por última vez.
—¿Acaso es un reclamo, Ophelia? — Pregunto la mujer con una voz que no sabía descifrar.
—Para nada, madre. Al contrario, agradezco a dios tener la dicha de verla después de tanto tiempo.
—La hermana María nos ha dado noticias alentadoras — Añadió mientras Ophelia se sentó, era diferente a como las recordaba —. A la abadesa actual le queda poco tiempo en el cargo. Lo sabes, ¿No? Es vieja, enferma… El convento necesita una nueva guía. Y tú has sido formada para eso desde que eras niña.
—Para ello me falta tomar los votos perpetuos y años de estudio, madre.
—¿Y qué esperas para ello? — Pregunto la mujer haciéndose notar la impaciencia que sentía.
Ophelia inclinó la cabeza ligeramente, sin saber que decir en realidad. Ella no estaba segura si era lo que quería.
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Editado: 27.08.2025