Ophelia se quedó helada, pensó que sus hermanas no lo decían enserio, pero la manera en que ambas dieron un pequeño grito mientras brincaba entre risas en el asiento se dio cuenta que lo que decían era verdad. Se emocionaban como niñas pequeñas al contarse algo.
—¡Serías la primera en la familia en casarse por algo que no fuera una alianza política! ¡Sería tan romántico! Además, podrías dejar el convento. Seguro él estaría dispuesto a pedir tu mano si tan solo...
—No pueden hablar en serio — Ophelia interrumpió, la voz apenas temblorosa pero firme —. No pueden… porque yo ya estoy comprometida.
El silencio cayó abrupto, como si las ruedas del carruaje se hubieran detenido de golpe.
Leonor parpadeó, confundida.
—¿Comprometida? ¿Con quién? ¿Desde cuándo? Madre no ha dicho nada.
Beatriz se incorporó, casi ofendida por el secreto.
—¿Y por qué no lo dijiste antes? ¿Quién es? ¿Un noble? ¿Alguien de la orden? ¿Un benefactor?
Ophelia las miró con calma, como si las palabras le costaran atravesar una barrera invisible.
—Estoy comprometida… con Dios.
El silencio se alargó. Por un instante, solo se escuchó el vaivén del carruaje y los cascos de los caballos contra el suelo húmedo. Luego, Beatriz soltó una pequeña risa, aunque era más de incredulidad que de burla.
—¿Eso cuenta como compromiso?
—En mi mundo sí — Dijo Ophelia, serena —. Las monjas hacen votos. Castidad, obediencia, pobreza. Cuando los hacemos, nos desposamos espiritualmente. No con un hombre, sino con el Altísimo.
Beatriz la observó con el ceño fruncido.
—¿Y eso te basta?
—¿Qué otra cosa podría necesitar?
Leonor se inclinó hacia ella, con ternura pero sin disimular la preocupación en su rostro.
—¿Nunca has deseado sentir un abrazo… un beso? ¿Que alguien te mire como si fueras el centro del universo, no por obediencia o fe, sino por amor? ¿Eso no lo extrañas, Ophi?
Ophelia bajó la mirada, sus dedos se entrelazaron con lentitud sobre su regazo. Cuando respondió, su voz no fue altiva ni amarga, sino honesta, casi triste.
—¿Cómo puedo extrañar algo que nunca he tenido?
Sus palabras flotaron como un velo en el aire, suaves y punzantes. Leonor tragó saliva, sin saber qué responder. Beatriz le tomó la mano con dulzura.
—Tal vez nunca lo has tenido — Dijo con voz baja—. Pero sí mereces saber cómo se siente.
Leonor rompió la tensión con un suspiro, sin duda eso no se lo esperaban.
—Bueno, dejemos los asuntos del convento. Hoy es un día especial. El príncipe heredero está ansioso por conocernos oficialmente. Beatriz y yo ya lo vimos una vez, pero tú, Ophelia… — Le apretó la mano aún más fuerte con cariño —. Tú aún no conoces la corte. Vendrás conmigo, quiero presentarte. Estoy segura de que harás una impresión inolvidable.
—¿Yo? — Preguntó ella con un sobresalto —. Pero…
—Nada de peros — Intervino Beatriz con una sonrisa luminosa —. Has pasado demasiado tiempo lejos. Es hora de que el mundo vea lo especial que eres.
El carruaje se detuvo frente a los grandes portones del palacio, coronados por estatuas en mármol y enredaderas florecidas, lo que más le sorprendió los jardines que parecían suspendidos en el tiempo. El sol acariciaba el empedrado mientras una brisa tibia agitaba suavemente las banderas de la familia imperial, era demasiada opulencia.
Beatriz descendió primero, ajustando con elegancia su vestido. Leonor le siguió con paso seguro, su expresión cargada de orgullo y responsabilidad. Ophelia bajó al final, estaba bastante nerviosa porque era la primera vez que visitaba el mundo exterior después de tanto tiempo.
Esperándolas al pie de las escaleras estaba el príncipe heredero, tenía piel canela, alto con una expresión serena, que irradiaba todo menos prepotencia, a pesar de su belleza sombría, su cabello era oscuro estaba recogido hacia atrás, revelando una frente despejada con unos ojos color ámbar que parecían observar más de lo que decía. A su lado, dos guardias quienes parecían atentos.
—Lady Leonor — Dijo con una voz grave y cálida, inclinando apenas la cabeza al saludarla.
—Alteza — Respondió esta con una reverencia completa —. Le tengo el honor de presentarle a mi hermana menor, Ophelia.
El príncipe miró a la joven por un instante más largo de lo que la cortesía dictaba, algo que lleno de ansiedad a la joven. Quien se apuro en recordar la etiqueta y mostrar una reverencia.
—¿Sor o Lady Ophelia? — Pregunto al final.
—Llámeme como guste, Alteza — Replico esta con la calma que había practicado por años —. No vengo aquí en calidad de religiosa, sino familiar.
—Entonces la llamaré Lady, mientras permanezca fuera del convento, obviamente — Respondió él con una media sonrisa, cortés y diplomática.
El principio extendió su mano hacia ella, y con lo que ella se topó dejo ver un curioso rasgo, tenía seis dedos en su mano derecha. Era la primera vez que miraba un rasgo tan distintivo en alguien.
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Editado: 27.08.2025