El eco de los pecadores

CAPÍTULO VI

Ophelia se cambió de habito lo más rápido que pudo, estaba completamente empapada de pies a cabeza, una de sus hermanas la ayudó a traer paños calientes para que entrará más rápido en calor cuando el pañuelo en donde había escondido el collar se cayó al piso.

Trato de rejuntarlo con cuidado, aparentando que no le importaba mucho, y a través de la tela sintió la textura de la cadena que le indicaba que allí estaba.

—Dame eso, yo te lo cuido — Le dijo una de sus hermanas, pero esta dudo en dárselo, si no lo hacía podrían sospechar, y si lo hacía podrían verlo, así que lo entrego con un ligero temblor, pero el miedo se disipo cuando la mujer guardo el pañuelo en el cajón tal y como le fue entregado.

—Ophelia, te habla Sor María.

Ella ni siquiera alcanzo a tomar más que un trago pequeño de leche caliente cuando vio que entre varias hermanas cargaban a Baruch hacia la enfermería, su piel se había tornado roja.

Entre todas se apresuraron a tratar de bajar su fiebre, y Ophelia entre ellas, que no dejaba de pensar en este, tomo un paño y con ligereza lo puso en su frente, lanzando un pequeño quejido al sentir lo helado.

—¿Cómo fue que te diste cuenta?

—Regresaba de la visita al palacio cuando la lluvia comenzó a hacerse más fuerte, al punto de no poder ver, decidí tomar un poco de refugio cuando lo vi tirado en el piso, pensé en pedir ayuda, así que eso hice.

—Le salvaste la vida — Ophelia asintió con la cabeza —. Ve a descansar por un par de horas, después cuidarás al pintor.

—Sor María, espero que no me tome por desobediente ni mucho menos por impropia, más sin embargo deseo tener otra tarea.

—¿Disculpa? — Pregunto la mujer extrañada pues en sus ocho años de conocer a la joven jamás la había escuchado negarse a realizar una actividad.

—He estado conviviendo con demasiadas personas en tan corto tiempo que me alejan de tener tiempo para pensar, por lo que deseo hacer otra actividad en la que me permita tener tiempo de resignación.

—Al tratarse de la primera vez que pides algo de esta magnitud te lo concederé — Ophelia sonrió con una mueca agradeciendo —. Te reportaras en la biblioteca, llegaron unos nuevos libros sin embargo se encuentran en latín deseo que los traspases al español para que sea más sencillo leer.

—Le agradezco enormemente, hermana.

—Ve a descansar — Ophelia miro por última vez al pintor, fue una mirada más allá de la curiosa, sintió en ella un vacío, pero era lo mejor para ambos —. Va a estar bien.

Eso la tranquilo, dio una ligera reverencia y se fue a dormir. Esa noche durmió como jamás había dormido, fueron las ocho horas más placidas de su vida, y los días siguientes fueron tan ordinarios, que la joven sentía que algo le faltaba a pesar de que era su horario de siempre. Había estado evitando a toda costa a Baruch.

Algunas veces sus miradas se cruzaban cuando este salía a lavar su bronchas pues desde el lavadero se veía toda la biblioteca, la primera vez Ophelia sintió un alivio al verlo que se encontraba bien, pero en ese mismo instante recordó la promesa que hizo así que se levantó exclusivamente a cerrar la ventana, si no lo miraba, no pecaba.

Algo que amaba de la biblioteca era el silencio sagrado en el cual las novicias iban y se marchaban con rapidez, Ophelia se concentraba en tratar de capturar la verdadera esencia del manuscrito, había pasado cuatro horas intentando por lo que decidió tomarse un descanso.

Sin darse cuenta, ya habían pasado tres semanas, tres semanas desde que decidió no volver a pisar el taller, la paz que creía haber recuperado en la rutina diaria se rompió cuando escuchó pasos ligeros por el pasillo, seguidos de la risa inconfundible de su hermana Leonor.

—¡Ahí estás! — Dijo, irrumpiendo con vigor la habitación. Quiso darle una reverencia a su hermana pero esta se acercó a darle un gran abrazo que por poco la tiraba. Esta río sorprendida, notando la presencia del príncipe con él, tenía su porte regio esta dio una reverencia hacia él que fue correspondida al instante.

—Sor Ophelia, espero no interrumpirla.

—No se preocupe alteza, He acabado por hoy. ¿En qué puedo servirle?

El príncipe se adelantó, con los ojos puestos en ella como si todo lo demás se hubiese difuminado.

—He traído algo para usted — Dijo, alzando el libro con cierto orgullo —. Es una edición comentada del “De trinitate” pensé que sería de su agrado.

—¿Del scriptorium de Saint-Denis? — Pregunto, tomando con delicadeza el libro.

—Ese mismo. Espero que sea una nueva lectura.

Ophelia hojeó unas páginas, su dedo recorriendo las márgenes adornadas, era un libro maravilloso.

—Me temo que ya lo leí su alteza — Murmuró ligeramente —. Tres veces. Una con acotaciones de San Buenaventura, y dos veces más sola, para contrastar las interpretaciones.

El príncipe no se mostró decepcionado. Al contrario, rio con suavidad.

—Eso esperaba. Si me permite admitirlo, tan solo era una excusa para hablar usted de él. Hay un pasaje en el libro quinto… donde Agustín dice que el alma humana reconoce la Trinidad por la memoria, la inteligencia y el amor. ¿Dígame usted cree que eso se puede aplicar a todos, incluso a quienes no creen?




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