El eco de los pecadores

CAPÍTULO VII

Ophelia seguía allí, apoyada contra la pared de piedra, tenía la túnica ligeramente arrugada de las caderas donde este le había tomado con fuerza, el velo se había perdido en la mitad de las cosas, y sus labios le ardían con demasiada fuerza al mismo que también le ardía el corazón.

No lloró, no alzo la voz, tampoco corrió. Simplemente estaba allí inmóvil, incapaz de moverse. Sus ojos abiertos, pero perdidos, en lo que acaba de hacer. Las manos, colgaban a sus laterales sin saber dónde apoyarse. Todo su cuerpo estaba atrapado entre lo que acababa de pasar, sabía que una parte de ella también lo quería.

Se llevó los dedos temblorosos a los labios. No para acariciarlos. No para recordar. Sino para convencerse de que aquello había pasado. Que no era una visión, una fantasía blasfema surgida de su debilidad. Las lágrimas comenzaron a rodar, silenciosas, sin sollozos. No eran de dolor, ni siquiera de rabia. Eran de vergüenza. Había pasado y ella lo había consentido a pesar de no dimensionar las cosas.

—Ophelia… — Intentó de nuevo, con la voz ronca, como si el beso le hubiese arrancado algo de sí mismo —. No fue lo que quise...

Ella giró el rostro con lentitud. Sus ojos estaban vacíos, esperaba que al menos tuviera el orgullo de hacerse cargo de sus acciones.

—¿No fue lo que quisiste? — Sus palabras eran veneno envuelto en hielo, ya no le quedaba más paciencia —. Entonces, dime qué fue. ¿Otra forma de humillarme? ¿Una de tus provocaciones? ¿O es que ya no te bastaba despreciarme con palabras?

Baruch tragó saliva. Quiso hablar, pero algo en su garganta no se lo permitió. Ella, en cambio, comenzó a reír. La había besado, se habían entregados y ahora no era lo que él quería.

—Así que era eso. Todo este tiempo… tu desprecio, tus miradas, tus provocaciones. Era una más de tu manera de profanarme.

—Necesitas calmarte, Ophelia — Logró decir él —. Fue algo que se nos salió de las manos.

—¿Se nos salió? — Se acercó un paso, desafiante —. Me besaste como si fuera una tarea tan sencilla.

—Y tú no pusiste resistencia.

Ella titubeó. El corazón latiéndole con fuerza. Cada palabra suya era una espina clavándose más profundo.

—No eres tan inmaculada como piensas, Ophelia — Prosiguió él —. Eres humana, piensas, sientes y se lo que sentiste porque lo siento cuando pinto, cuando te imagino recitando las escrituras y sé que no debería, pero no importa cuando el corazón ignora lo que la mente pide.

—Tu eres un judío…

Él levantó el rostro con los ojos oscuros, fijos en los de ella.

—Y tú, ¿qué eres ahora, Ophelia? ¿Una monja sin fe? ¿Una virgen sin pureza? ¿Una mujer que se odia porque alguien la deseó?

La bofetada que intentó darle fue detenida con firmeza. Baruch le sostuvo la muñeca, y aunque su tacto no fue brutal, sí fue firme, ya había abierto todo lo que había dentro de él, ahora esperaba algo de ella que no fuera una manera de cómo evitar hablar.

—No. Ya no más golpes. ¿Te parece injusto lo que hice? Perfecto, si te alivia pensar que soy el único responsable de lo que paso, adelante cúlpame, maldíceme. Pero no eres diferente a mí, pues si no quisieras, ¿Por qué no me apartaste? ¿Por qué continuaste besándome? ¿Por qué no gritaste?

Ella bajó la mirada. La humillación le ardía en la piel, en la sangre, en lo más profundo de su ser.

—Yo ni siquiera hubiera pensado en besarte, me arruinaste como nadie más podría. Me tocaste donde nadie debía.

—¿Y tú crees que no lo sé? — Baruch soltó su muñeca y se alejó un paso, los hombros tensos, la mandíbula apretada —. Se que en este momento la fe pesa más, pero no me arrepiento.

—¿Qué?

—No me arrepiento — Repitió, mirándola de frente —. Porque en ese instante, fuiste real. A la persona que bese fue a la Ophelia que se esconde detrás de ese velo, si no a la que siente y se permite caer en el deseo.

Silencio.

Ophelia lo miró largo rato. Su labio aún dolía. Su corazón dolía más.

—No puedo seguir viéndote — Murmuró finalmente limpiándose con la mano la nariz —. No quiero compartir el aire que respiras. No quiero…

—¿No quieres recordar que también lo deseaste?

La bofetada sí alcanzó su rostro esa vez. Un golpe seco. Pero él no se defendió.

—Te odio — Susurró ella, con los ojos brillando por fin de lágrimas —. Por qué me profanaste.

Esta se acomodó su velo, y por primera vez vio una faceta totalmente distinta a la que estaba acostumbrada, sus ojos que la miraban de una manera altanera, déspota, arrogante más ahora se encontraban sumidos en vergüenza.

—Una última cosa Baruch, la próxima vez que desees castigarme por parecerme a ti… recuerda lo que me dijiste la última vez, yo no escogí ser como soy tu sí.

Se separaron con rapidez al escuchar los pasos que venían. La puerta se abrió con suavidad, era el príncipe, lucia calmado, Ophelia trato de ocultar su temblor tras reverencia discreta.

—Quería despedirme antes de marcharme. Su hermana no se encuentra bien por lo que ella ruegue que la disculpe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.