El eco de los pecadores

CAPÍTULO X

Habían pasado varios días desde la cena, y aun así, Ophelia no había dado respuesta a la invitación del príncipe. No por descortesía, sino porque no encontraba las palabras. Porque en el fondo, lo que le costaba no era aceptar o rechazar la propuesta… si no era enfrentar al futuro rey.

Ese mediodía, se hallaba en el jardín lateral del ala este, el más apartado del bullicio. Las ramas de los naranjos formaban una bóveda fragante, y bajo su sombra, Ophelia permanecía sentada con la Biblia abierta sobre el regazo. Lo leía más como costumbre, pues sus ojos viajaban entre las líneas pero no se le quedaba nada, al escuchar la risa de sus sobrinas su vista se alzaba en sentido de extrañeza, pues en el convento rara vez se escuchaban las risas.

A veces creía que escuchaba los pasos firmes de Baruch en la grava, como si él fuera a cruzar el jardín en cualquier momento, con su andar impaciente y su lengua afilada, justo como en este momento, volteó ligeramente como si no lo esperara.

Pero no era Baruch.

—¿Puedo sentarme? — Preguntó una voz suave a sus espaldas.

Ophelia giró el rostro. Era el príncipe, vestía con sobriedad, sin capa ni medallas, solo una camisa blanca y un chaleco gris perla que resaltaba el color de sus ojos. Su postura era recta, pero sus hombros no se veían tensos. Parecía menos un heredero al trono y era algo que la confundía un poco.

Ella asintió con una breve reverencia de cabeza.

—Claro, Alteza.

—Solo Killian, si me lo permite — Dijo él, sentándose a una distancia prudente en el banco de piedra —. Cuando estoy en este jardín, prefiero olvidar títulos.

—No creo poder hacerlo, su majestad. Después de todo usted es el futuro dueño de todo lo que ven mis ojos y prometido de mi hermano — Respondió ella, con una leve sonrisa.

—Y su amigo también — Añadió él, encogiéndose ligeramente de hombros.

Hubo un breve silencio. Los juegos de las niñas se mezclaban con el trinar de los pájaros y el sonido del agua cayendo. Killian miró el libro en su regazo.

—¿Salmos?

Ella asintió.

—Capítulo cincuenta y uno. Lo leo con frecuencia.

—Un salmo demasiado interesante si me permite decir, si tomamos en cuenta que es donde el Rey David pide perdón por sus pecados — Ophelia solo sonrió mientras seguía concentrándose en su lectura —. ¿Podría compartir algo?

Ophelia bajó la vista al texto y leyó en voz baja, con ese tono templado que parecía tener eco en las hojas:

“Ten piedad de mí, oh, Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado”

Killian asintió despacio, y pidió el libro prestado. Las yemas de ellos se tocaron ligeramente hasta que el libro se poso por completo en sus manos.

Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.

Ophelia no evito sonrojarse mientras volteaba a otro lado. Lejos de sus pensamientos que amenazaban por acercarse más de lo que debería.

—Usted tiene razón, Es hermoso. Es… vulnerable.

—Lo es — Murmuró ella, cerrando suavemente el libro —. A veces, uno no pide tanto entender las cosas… como simplemente poder seguir sintiendo.

—¿Extrañas el convento? — Preguntó él entonces, observándola con sincera curiosidad.

Ophelia mantuvo la mirada fija en sus manos.

—Extraño a Sor María… a mis hermanas. Me gustaba orar con ellas, había momentos en que el mundo parecía suspendido, como si nada malo pudiera tocarme…

—¿Y eso te hacía feliz?

La pregunta la tomó desprevenida. Ella frunció levemente el ceño, pensativa.

—Creo que me hacía sentir segura, más que feliz.

Killian la observó con atención. Su voz fue más baja:

—¿Y aquí te sientes feliz?

Ophelia no respondió de inmediato. Era una pregunta peligrosa, cargada de consecuencias que no sabía como lidiar, por que ¿Cómo decir que sí, cuando su corazón aún ardía con el recuerdo de otra presencia? ¿Y cómo decir que no, cuando el príncipe la miraba como si realmente deseara conocerla?

—Me siento… diferente — Dijo finalmente —. Aquí todo está lleno de estímulos. Es muy diferente, en el convento solo había murmullos, todo es monótono, y en cambio aquí, todo es risas, es tan agitado que no se si pertenezco a esto.

Killian la contempló en silencio.

—Cuando su hermana me habló de usted por primera vez — Dijo —. No me esperé esto.

—¿Esto?

—Lo que más habla Lady Leonor de usted es que es una mujer serena, calmada, pero no mencionó que a la vez es compleja — Este agacho la mirada por un instante que fue tan breve que no pudo interpretar —. Siempre he sabido que soy un fenómeno, me han dicho tantas cosas al punto de que no había lugar para la compasión, pero usted, fue tan diferente que la complejidad de su persona solo dejo ver que es una alma bondadosa.




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