El eco de mi pasado

Capítulo 2: Encuentros y Excusas

El teléfono de la casa sonó temprano aquella mañana, rompiendo el silencio pesado que envolvía la mansión Montague. Sofía, aún acostada en su cama, sintió un nudo en el estómago antes de levantarse para contestar.

—¿Diga? —respondió, su voz cargada de agotamiento.

La familiar voz de Clara Montague —la madre de Felipe— llegó del otro lado de la línea, con su habitual tono autoritario.

—Sofía, querida. Esta noche tendremos una cena familiar. Será una oportunidad perfecta para reunirnos todos y para que Felipe recuerde sus responsabilidades. Espero verte allí. No acepto un ‘no’ como respuesta.

Sofía dudó por un instante, pero la idea de enfrentarse al tío de Felipe, Magnus Montague, era suficiente para buscar una excusa. Ese hombre siempre había tenido una presencia tan imponente que Sofía lo evitaba a toda costa. Su mirada, tan penetrante y extraña, la hacía sentir vulnerable, como si pudiera leer cada rincón de su alma. No, no estaba preparada para enfrentarlo.

—Lo siento mucho, Clara —dijo Sofía con una voz que intentó parecer débil—. Creo que he cogido un resfriado. No quiero ser una molestia para nadie y mucho menos arriesgarme a contagiar a los demás. Será mejor que me quede en casa esta vez.

Clara bufó al otro lado de la línea, pero no insistió.

—Muy bien, querida, pero espero que estés recuperada para la próxima reunión. Felipe estará allí esta noche, lo necesito presente —Y, con eso, Clara cortó la llamada.

Cuando Sofía colgó, sintió alivio mezclado con una punzada de inquietud. Sabía que Magnus Montague estaría en esa cena. Lo imaginaba sentado al extremo de la mesa, su mirada fija en cada detalle, siempre calculando. Ese pensamiento la inquietaba.

Magnus Montague era el nombre que resonaba en los círculos más influyentes de Monte Aurelio y más allá. Como presidente del Grupo Montague —una transnacional con raíces en sectores como la tecnología y la construcción— Magnus no solo había mantenido el legado familiar, sino que lo había llevado a alturas inimaginables. La tragedia que lo puso al frente de la empresa —la muerte de Edgar Montague, padre de Felipe, en un accidente automovilístico hace seis años— había sido un momento decisivo. Con apenas 24 años, Magnus tomó las riendas con una determinación que dejó a todos impresionados. Bajo su liderazgo, el grupo se convirtió en una de las empresas más poderosas del mundo, dejando huella en mercados internacionales y consolidando su reputación como un hombre implacable, visionario y estratégico.

Su presencia era magnética, su figura imponente una mezcla de elegancia natural y fuerza contenida. A los 30 años, Magnus proyectaba una autoridad que eclipsaba la de hombres con décadas más de experiencia. Su control sobre el grupo Montague iba más allá de los negocios; él era el eje de la familia, el líder en todos los sentidos. Aunque su título era producto de la tragedia, nadie podía negar que la familia Montague nunca había sido tan poderosa como bajo su mando.

Felipe había encontrado un lugar dentro de la empresa bajo la supervisión de su tío. Aunque había demostrado tener ciertas habilidades, la diferencia entre los dos era abismal. Magnus manejaba cada decisión con precisión y propósito, mientras Felipe se inclinaba hacia un estilo más relajado, a veces imprudente. Magnus jamás lo criticaba públicamente, pero en su mirada se podían leer las expectativas no cumplidas. Era conocido por su pragmatismo y un aire distante, pero había algo más en Magnus, algo que Sofía siempre había percibido: una intensidad que iba más allá de los negocios, una mirada que, desde el primer día que se conocieron, la había descolocado por completo.

Esa noche, mientras Felipe salía apresurado para asistir a la cena familiar organizada por Clara, Sofía sabía que Magnus estaría allí. Magnus jamás faltaba a un evento que involucrara a la familia, no porque disfrutara de las reuniones sociales, sino porque entendía su papel como columna vertebral del apellido Montague. La idea de enfrentarlo la había llevado a buscar una excusa para faltar. Aunque su resfriado inventado había convencido a Clara, Sofía sabía que Magnus percibiría su ausencia. Lo imaginaba sentado al extremo de la mesa, su mirada fija en cada detalle, siempre calculando. Ese pensamiento la inquietaba.

Sofía permaneció en la mansión vacía, con el eco de los pasos de Felipe aún resonando en su mente. Ella se preguntaba cómo alguien como Magnus podía haberse convertido en el pilar de una familia que tenía tanto por debajo de la superficie: traición, ambiciones ocultas y relaciones rotas. Mientras observaba la oscuridad de la noche desde la ventana, un pensamiento fugaz pasó por su mente: Magnus no es como Felipe... Pero Sofía apartó ese pensamiento rápidamente. Era imposible saber quién era realmente Magnus Montague.




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