El eco de mi pasado

Capítulo 5: Silencio Insostenible

La mañana en la mansión Montague estaba llena de luz, pero Sofía sentía que el brillo del sol era un contraste hiriente contra la oscuridad que cargaba en su interior.

Sentada a la mesa del comedor, miraba el café frío que había servido hacía una hora pero no había tocado. Sus manos temblaban ligeramente, no por el frío, sino por el cansancio extremo que la consumía más cada día.

Felipe entró al comedor sin siquiera mirarla. Vestía su habitual traje impecable, con el reloj de lujo adornando su muñeca y el teléfono pegado a su oreja. Estaba concentrado en una conversación que parecía involucrar algo de la empresa.

—Sí, claro, pero Magnus necesita aprobarlo primero. Déjame llamarte en una hora, estoy saliendo ahora mismo —dijo, y colgó.

Sofía lo observó, esperando, aunque sabía que sería inútil. Felipe dejó el teléfono sobre la mesa, tomó un sorbo rápido de café de la máquina y empezó a revisar unos papeles como si ella no estuviera allí. Durante meses, esta escena había sido su rutina: la absoluta indiferencia de Felipe, como si Sofía fuera invisible, como si su presencia no significara nada.

—Felipe —dijo finalmente, con un esfuerzo por mantener su voz firme.

Él levantó la vista, pero su expresión era neutral, como si hablara con un extraño.

—¿Qué pasa? Estoy ocupado.

Las palabras fueron un golpe inesperado. Aunque Sofía estaba acostumbrada a la distancia de Felipe, cada día parecía que su crueldad ganaba fuerza.

—Solo quería preguntarte si… podrías estar en casa esta noche. Me siento... me siento algo mal últimamente.

Felipe frunció el ceño, como si su solicitud fuera una carga innecesaria.

—¿Otra vez con eso? Sofía, no es nada serio, ¿verdad? Mira, no me puedo quedar. Tengo una reunión importante con Magnus. Él confía en mí para estas cosas, y no puedo decepcionarlo.

Sofía tragó saliva, sintiendo cómo su garganta se apretaba. Sus manos temblaron bajo la mesa, y un dolor frío recorrió su pecho.

—Entiendo —dijo suavemente, y apartó la mirada.

Felipe, sin notar el dolor en su voz ni el agotamiento en su postura, terminó su café y se levantó.

—Cuídate. Volveré tarde —dijo con indiferencia antes de tomar su maletín y salir del comedor, dejando a Sofía sola una vez más.

Ella permaneció sentada, mirando el lugar vacío donde él había estado. Su respiración se volvió irregular, y una lágrima silenciosa cayó por su mejilla. Nadie veía el dolor que estaba soportando, nadie se daba cuenta de cómo se estaba apagando lentamente. Ni siquiera Felipe, el hombre que había jurado amarla y protegerla.

El cansancio la venció, y se recostó en la silla, cerrando los ojos para bloquear el mundo por un momento. Pero las palabras de Magnus volvieron a su mente: "No dejes que otros decidan cómo vivirás tus días." Sofía sabía que estaba al borde del abismo, y aunque su cuerpo estaba perdiendo la lucha, su espíritu se negaba a rendirse por completo. Algo dentro de ella clamaba por una chispa, por un momento de cambio, aunque no sabía si tendría fuerzas suficientes para encontrarlo.




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