El eco de mi pasado

Capítulo 10: Apariencias y Sombras

El campus universitario era un lienzo vibrante, un microcosmos de vida y posibilidades que se desplegaba ante Sofía con una familiaridad inquietante. Caminaba por el sendero principal, su mochila de lona sobre un hombro, sintiendo una extraña mezcla de nostalgia y extrañeza. El bullicio de los estudiantes, el aroma de los árboles en flor, el sonido de las risas y las conversaciones animadas... todo le era conocido, pero con el peso del conocimiento de su otra vida, todo se sentía diferente, como si una capa de realidad se hubiera desprendido, revelando los matices ocultos que antes pasaban inadvertidos.

A su lado, como un eco constante en su vida universitaria, iba Rebeca Sánchez, su compañera inseparable desde los primeros días de universidad. Con su cabello castaño recogido en una coleta alta que se balanceaba al ritmo de su paso, una sonrisa amplia que parecía iluminar su rostro y una mirada aparentemente cálida que buscaba constantemente su aprobación, Rebeca irradiaba esa energía que Sofía antes consideraba reconfortante, un faro de optimismo y amistad en medio del caos académico. Pero ahora, con el prisma de su experiencia pasada, cada palabra, cada gesto, tenía un matiz que Sofía no podía ignorar, una sombra sutil que se proyectaba sobre la luz de su apariencia. Era como si finalmente estuviera viendo más allá de la máscara cuidadosamente construida que Rebeca había usado todo este tiempo, descifrando el código oculto detrás de su aparente sinceridad.

—¡Sofi! ¿Me ayudas con esto? —preguntó Rebeca, extendiéndole una lista de libros con una expresión de falsa desesperación—. Es para un proyecto súper importante. ¡Eres mi salvación! No sé cómo haces para ser tan organizada y perfecta.

Sofía miró la lista, reconociendo los títulos de los textos que había compartido con Rebeca en su otra vida, y asintió con una sonrisa medida, intentando ocultar la punzada de ironía que sentía. —Claro, Rebe. Vamos juntas a la biblioteca después de clase.

Mientras caminaban hacia el edificio principal, Rebeca continuaba hablando, llenando cada minuto con elogios dirigidos a Sofía, como si necesitara reafirmar constantemente su admiración.

—Eres increíble, Sofi. La mejor estudiante, tan brillante, tan dedicada. Y para colmo, vienes de una familia tan perfecta, con esa mansión y esas fiestas increíbles... No sé cómo haces para ser tan equilibrada con todo, Sofía. Yo apenas puedo con mis tareas, ¡y tú siempre estás un paso adelante!

Los halagos, que antes habían sido recibidos con gratitud y humildad, ahora resonaban en los oídos de Sofía con una falsedad evidente, como una melodía demasiado repetida que comenzaba a perder su encanto, revelando la estructura repetitiva y artificial que la sostenía. Sofía observó de reojo a Rebeca mientras hablaba, notando la intensidad en su mirada cuando mencionaba su familia y su vida privilegiada. Su sonrisa era amplia, pero había algo detrás de esos ojos, una chispa de envidia que Sofía ahora entendía como más calculada que genuina, una codicia disfrazada de admiración.

La generosidad de Sofía había sido una constante en su amistad con Rebeca, una ofrenda constante en el altar de una amistad que ahora se revelaba unilateral. Sofía provenía de una familia con un buen estatus social, lo que significaba que tenía acceso a recursos y oportunidades que Rebeca no. Rebeca, quien estudiaba en la universidad gracias a una beca, siempre había mostrado gratitud hacia Sofía, o al menos eso había aparentado. Sofía había compartido libros, apuntes, ropa, incluso la había invitado a eventos exclusivos que su familia organizaba, buscando siempre incluirla y hacerla sentir parte de su mundo. Pero ahora, mirando hacia atrás con la claridad que le brindaba su experiencia pasada, entendía que su generosidad había sido una de las principales razones por las que Rebeca permanecía tan cerca de ella, una herramienta para acceder a un mundo al que no pertenecía.

No era solo amistad lo que Rebeca buscaba; había algo más, algo que Sofía, en su ingenuidad, había confundido con admiración, pero que ahora percibía como una envidia disfrazada de lealtad, una codicia que se ocultaba tras la máscara de la gratitud.

Pasaron frente a una cafetería conocida del campus, un lugar que Sofía recordaba claramente como el escenario de un encuentro que había cambiado el curso de su vida. Aquí fue donde había conocido a Felipe Montague por primera vez, en su último año de universidad. La memoria de ese día era nítida en su mente, grabada a fuego en su memoria: él, con su sonrisa encantadora que parecía derretir el hielo y su aire confiado que proyectaba una seguridad irresistible, se había acercado a ella con palabras dulces y promesas vacías que en su momento la habían desarmado, haciéndola vulnerable a su manipulación. Pero ahora, al pasar por ese lugar, Sofía no sintió la emoción palpitante que una vez había acompañado ese recuerdo, ni el anhelo por el inicio de una historia que había terminado en tragedia. En lugar de ello, experimentó una calma fría, una certeza inquebrantable de que Felipe ya no era alguien que ocuparía espacio en su corazón, un hombre que había usado su encanto como arma y que ya no tenía poder sobre ella.

Rebeca notó que Sofía había disminuido el paso, su mirada fija en la cafetería, y se detuvo junto a ella, inclinando la cabeza con una curiosidad inquisitiva.

—¿En qué piensas, Sofi? Pareces perdida en tus recuerdos.

Sofía giró hacia ella con una sonrisa tranquila, una máscara de indiferencia que ocultaba el torbellino de emociones que la asaltaba. —Solo recordaba algo de años atrás, Rebe —respondió, su voz suave y controlada—. Nada importante, solo un vago recuerdo de un encuentro casual.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.