El eco de un nombre

Prólogo

Dylan

No debería estar viendo esto. No con tanta niebla. No con tanto silencio:

Primero, la linterna. Es pequeña, parpadea, cae. De repente, un golpe sordo, un susurro. O tal vez es el viento.

No estoy seguro.

Camina. O corre. No lo sé. El suelo cruje. Las ramas se mueven. Ella gira la cabeza.

¿Tiene miedo?

El miedo está en todas partes: pegado a la piel, al aire, a los árboles. Como si el bosque mismo la observara.

Su rostro está borroso. A veces lleva el pelo largo. A veces no. Sus ojos cambian de color cada vez que los miro. Su nombre… Casi lo tengo.

Casi.

“¿Hola?”, dice una voz.

O lo imagino.

Hay eco. O es repetición. Como una escena que se rebobina mal. Entonces, algo se mueve; una sombra entre los árboles. Cerca. Muy cerca.

Ella se detiene y mira a su alrededor. Sus labios se mueven, pero no sale sonido. Yo intento gritarle: corre.

Pero no puedo.

Siento el frío, el peso del aire y un zumbido en los oídos.

Alguien más está ahí.

No lo veo, pero lo siento. Una presencia que huele a metal y a rabia.

Se acerca. Ella tiembla. Su cuerpo se arquea hacia atrás, como si algo invisible la empujara.

Y de pronto... oscuridad. Todo se rompe. Todo cae.

Me despierto.

Tengo el pulso acelerado, estoy empapado en sudor, sin aliento. Solo recuerdo el bosque, el miedo, el parpadeo de la linterna.

Hay un nombre. No recuerdo cual. Lo tengo atrapado en la garganta.

Algo está pasando.

Y nadie parece darse cuenta.




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