La pérdida de su hijo sumió a Marina en una profunda depresión. Los días se convirtieron en una lucha constante contra la oscuridad que la envolvía. Pasaba la mayor parte del tiempo en cama, incapaz de encontrar la energía o la motivación para hacer algo. Su pasión por el arte y la escritura había desaparecido, dejándola con un vacío insuperable.
Lucas, viendo el estado de Marina, se encontró atrapado en su propia espiral de desesperación. Se culpaba por no haber podido protegerla, por no haber sido capaz de prever y detener la tragedia. La presión y el dolor lo llevaron a sufrir ataques maníacos, alternando entre episodios de intensa actividad y periodos de profunda depresión.
La casa, que una vez había sido un refugio de amor y creatividad, ahora estaba llena de sombras y silencio. Lucas intentaba ser fuerte para Marina, pero a menudo se encontraba incapaz de lidiar con sus propios demonios.
Una tarde, Marina se levantó de la cama y se dirigió al estudio. Miró las pinturas incompletas y los libros de poesía que alguna vez le habían dado tanto consuelo. Pero en lugar de inspiración, solo sintió un abrumador sentido de pérdida y desesperanza. Se dejó caer en una silla, las lágrimas corriendo por su rostro.
Lucas entró al estudio y la encontró así. Su corazón se rompió al verla tan desolada. Se acercó y la tomó en sus brazos, sintiendo cómo ella se derrumbaba contra su pecho.
—No sé cómo seguir adelante, Lucas —dijo ella, su voz apenas un susurro.
—Yo tampoco, Marina —respondió él, con lágrimas en los ojos—. Pero tenemos que intentarlo. No podemos dejar que ellos ganen.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Ambos luchaban con sus propios demonios, tratando de encontrar una manera de sanar. Marina comenzó a ver a un terapeuta, aunque al principio era reacia a abrirse. Lucas también buscó ayuda, tratando de entender y controlar sus episodios maníacos.
La terapia era un proceso lento y doloroso. Marina hablaba de su dolor, de la culpa y el miedo que la consumían. Lucas compartía sus propios miedos, su sentimiento de impotencia y la presión de tener que ser fuerte por ambos. Poco a poco, comenzaron a encontrar pequeñas formas de apoyarse mutuamente.
Un día, mientras estaban en una sesión de terapia conjunta, el terapeuta les sugirió algo que cambió su perspectiva.
—El dolor que sienten no desaparecerá de la noche a la mañana. Pero pueden encontrar formas de honrar su pérdida y seguir adelante. Tal vez sea el momento de redescubrir lo que una vez les dio alegría. Marina, ¿qué te parecería volver a pintar? Lucas, ¿qué te parecería encontrar un nuevo propósito, quizás enseñando o ayudando a otros?
La idea resonó en ambos. No sería fácil, pero era un primer paso hacia la recuperación. Marina decidió volver al estudio, no para producir obras maestras, sino para expresar sus emociones a través del arte. Lucas, por su parte, empezó a explorar la posibilidad de utilizar sus conocimientos para ayudar a otros que enfrentaban problemas similares.
El camino hacia la recuperación sería largo y lleno de desafíos, pero Marina y Lucas sabían que juntos podían encontrar la manera de superar el dolor. El eco de su amor seguía siendo una luz en la oscuridad, guiándolos hacia un futuro incierto pero lleno de esperanza.