Al finalizar el día, Lucas se encontraba en su refugio, preparando todo lo necesario para la misión del día siguiente. Revisó cuidadosamente los cuchillos, asegurándose de que estuvieran bien afilados. Verificó sus armas, comprobando que todas estuvieran en perfecto estado de funcionamiento. Preparó también una dosis de somnífero, por si necesitaba dormir a alguien durante la operación.
La noche fue larga e inquieta. Lucas repasaba mentalmente cada detalle de su plan, buscando posibles fallos y asegurándose de tener una solución para cada eventualidad. Sabía que no podía permitirse ningún error. Esta misión no solo pondría a prueba su habilidad, sino también su lealtad definitiva a la mafia.
A la mañana siguiente, se levantó temprano, se vistió con ropa oscura y ligera, y se aseguró de que todo su equipo estuviera listo. Tomó un desayuno ligero, sin sabor, y se dirigió hacia el punto de encuentro, donde ya lo esperaban las camionetas negras.
El viaje hasta el lugar donde se encontraba el objetivo fue silencioso. Lucas se mantenía concentrado, su mente enfocada en la tarea que tenía por delante. Llegaron a un barrio elegante de Moscú, donde vivía el alto funcionario que debía eliminar.
Lucas se bajó de la camioneta a una distancia prudente, observando la casa del objetivo. Había guardias de seguridad en la entrada y cámaras vigilando los alrededores. Sabía que tendría que ser astuto y rápido.
Se movió con sigilo, usando las sombras para ocultarse mientras se acercaba a la casa. Usó una cuerda para escalar una de las paredes laterales, entrando por una ventana que había observado que solía estar abierta. Una vez dentro, se movió con cuidado, evitando las cámaras y los guardias.
Finalmente, llegó al despacho del funcionario. El hombre estaba sentado en su escritorio, trabajando en algunos documentos. Lucas se movió rápidamente, acercándose por detrás y aplicando el somnífero en un pañuelo que presionó contra la boca y la nariz del hombre. En pocos segundos, el funcionario se desplomó, inconsciente.
Lucas lo observó por un momento, asegurándose de que estaba completamente dormido. Luego sacó uno de sus cuchillos, afilado y mortal. Sin dudarlo, realizó un corte preciso en la garganta del hombre, asegurándose de que no habría posibilidad de sobrevivir.
Se movió rápidamente, limpiando cualquier rastro de su presencia. Salió de la casa del mismo modo en que había entrado, escalando por la ventana y volviendo a las sombras. Regresó a la camioneta y fue recogido por los guardaespaldas, quienes lo llevaron de vuelta al cuartel de la mafia.
El jefe lo esperaba, una sonrisa satisfecha en su rostro.
—Lucas, has cumplido bien tu misión —dijo el jefe—. Ahora puedes tomarte un descanso. Has demostrado tu lealtad.
Lucas asintió, su rostro impasible. Sentía una mezcla de alivio y vacío en su interior. Sabía que había cumplido con su deber, pero también sabía que cada misión lo alejaba más de su humanidad.
Mientras se dirigía de regreso a su refugio, pensó en Marina. Sabía que debía protegerla y asegurarse de que nada de esto llegara a afectarla. Pero también sabía que el camino por delante sería cada vez más difícil y peligroso.
Porque en el mundo en el que se encontraba, el amor y la lealtad tenían un precio. Y Lucas estaba dispuesto a pagar ese precio, sin importar el costo.