Los meses pasaban rápidamente, y con cada día que transcurría, la barriga de Marina crecía y crecía. Lucas no podía evitar sonreír cada vez que la veía acariciando su vientre, hablando con ternura al bebé que crecía dentro de ella. Ambos estaban llenos de expectativas y sueños sobre el futuro, a pesar de las sombras que aún intentaban amenazar su felicidad.
Marina, con su fortaleza habitual, siguió trabajando en su arte, aunque con más calma y precaución. Sus pinturas reflejaban la serenidad y la alegría que sentía al esperar a su hijo. Lucas, por su parte, se dedicaba a asegurarse de que todo estuviera listo para la llegada del bebé. Trabajó incansablemente para garantizar que su hogar fuera un lugar seguro y amoroso.
A medida que los meses avanzaban, también lo hacía la emoción y la ansiedad. Las visitas al médico se volvieron más frecuentes, y cada ecografía era una pequeña ventana al milagro que crecía dentro de Marina. Los dos pasaban horas discutiendo nombres, decorando la habitación del bebé y soñando con el futuro.
Una noche, mientras descansaban en el sofá, Marina sintió una patadita fuerte en su vientre. Tomó la mano de Lucas y la colocó sobre su barriga, permitiéndole sentir el movimiento del bebé.
—Está tan activo —dijo Marina con una sonrisa.
Lucas miró a su esposa con amor y asombro.
—Nuestro pequeño guerrero —dijo, susurrando con ternura.
Finalmente, llegó el noveno mes. Marina estaba cansada pero emocionada. Lucas, aunque preocupado, se aseguraba de que todo estuviera listo. La habitación del bebé estaba decorada con colores suaves y dibujos de animales, y la casa estaba llena de los sonidos de risas y preparativos.
Una madrugada, Marina se despertó con una sensación extraña. Al principio pensó que era otra patada del bebé, pero pronto se dio cuenta de que algo diferente estaba sucediendo. Despertó a Lucas, quien inmediatamente se dio cuenta de que el momento había llegado.
—Creo que es hora —dijo Marina, tratando de mantener la calma.
Lucas, con el corazón latiendo rápido, la ayudó a prepararse y se aseguraron de que todo estuviera listo para ir al hospital. La adrenalina corría por sus venas mientras la ayudaba a subir al coche y conducía con cuidado pero con urgencia.
En el hospital, el personal los recibió rápidamente. Marina fue llevada a la sala de parto, y Lucas estuvo a su lado en todo momento, sosteniendo su mano y susurrándole palabras de aliento. A pesar del dolor y el esfuerzo, Marina se sintió reconfortada por la presencia de Lucas.
Las horas pasaron, y finalmente, después de un arduo trabajo, los llantos de un recién nacido llenaron la sala. Marina y Lucas miraron a su hijo por primera vez, sus corazones llenos de amor y asombro. El bebé, un pequeño varón, fue colocado en los brazos de Marina, y las lágrimas de alegría rodaron por sus mejillas.
—Bienvenido al mundo, pequeño —susurró Marina, besando la frente del bebé.
Lucas miró a su esposa y a su hijo con una mezcla de orgullo y amor.
—Somos una familia —dijo con voz quebrada por la emoción.
A partir de ese momento, la vida de Marina y Lucas cambió para siempre. Las sombras del pasado seguían presentes, pero ahora tenían una nueva razón para luchar y para ser felices. Con su hijo en brazos, sabían que podían enfrentar cualquier cosa juntos, y que el amor y la determinación serían siempre su fuerza más grande.