Las semanas pasaban rápidamente en la vida de Marina y Lucas. Su bebé seguía creciendo y llenando la casa de risas y pequeños llantos. Marina se encontraba cada vez más sumergida en su arte, usando la pintura como una forma de expresar sus emociones y la felicidad que sentía al ver a su hijo crecer. Pasaba horas en su estudio, perdiéndose en los colores y las formas que tomaban vida en sus lienzos.
Lucas, por su parte, había encontrado una nueva pasión en los partidos de fútbol. Siempre había disfrutado del deporte, pero ahora se había vuelto casi una adicción. Pasaba sus tardes y noches viendo partidos, analizando jugadas y siguiendo a su equipo favorito con una devoción casi obsesiva. Aunque a veces Marina se preocupaba por la intensidad de su interés, también entendía que era una forma de escapar de las tensiones y los recuerdos oscuros del pasado.
Las rutinas diarias se establecían con una mezcla de amor y desafíos. Marina dedicaba sus mañanas al cuidado de su hijo, asegurándose de que estuviera bien alimentado y feliz. Luego, se retiraba a su estudio, donde las horas parecían volar mientras creaba nuevas obras de arte. Su bebé a menudo la acompañaba, dormido en una cuna cercana o jugando con sus juguetes en una manta en el suelo.
Lucas, mientras tanto, dividía su tiempo entre el trabajo y su pasión por el fútbol. Trabajaba desde casa, lo que le permitía estar cerca de su familia, pero siempre se aseguraba de tener tiempo para ver los partidos importantes. A veces, incluso organizaba reuniones con amigos para ver los juegos, llenando la sala de gritos y aplausos.
Aunque ambos estaban felices con sus nuevas rutinas, también empezaban a notar el impacto de sus "adicciones" en su relación. Marina, atrapada en sus pinturas, a veces se perdía en su propio mundo, dejando poco espacio para la interacción con Lucas. Él, por su parte, podía pasar horas absorto en el fútbol, perdiendo la noción del tiempo y descuidando otros aspectos de su vida.
Una noche, mientras Lucas veía un partido particularmente intenso, Marina decidió enfrentarlo.
—Lucas, necesitamos hablar —dijo, apagando la televisión abruptamente.
Él la miró sorprendido, pero entendió por su tono que era algo serio.
—¿Qué pasa, Marina?
—Me preocupa que estemos perdiendo nuestra conexión. Ambos estamos tan atrapados en nuestras pasiones que apenas pasamos tiempo juntos como antes.
Lucas suspiró, reconociendo la verdad en sus palabras.
—Tienes razón. Creo que hemos dejado que nuestras "adicciones" tomen el control. Pero podemos arreglarlo. Solo necesitamos hacer un esfuerzo consciente para pasar más tiempo juntos, como familia.
Marina asintió, sintiéndose aliviada.
—Quiero que nuestro hijo crezca viendo a sus padres unidos, no separados por nuestras propias obsesiones.
A partir de esa noche, Marina y Lucas hicieron un pacto. Decidieron establecer límites y crear tiempo de calidad para pasar juntos como pareja y como familia. Marina continuó pintando, pero se aseguró de reservar momentos especiales para estar con Lucas y su hijo. Lucas, por su parte, limitó su tiempo frente a la televisión, optando por ver solo los partidos más importantes y dedicando el resto del tiempo a su familia.
Juntos, encontraron un equilibrio, redescubriendo la alegría de estar juntos y fortaleciendo su relación. Aunque sus pasiones seguían siendo una parte importante de sus vidas, aprendieron que nada era más valioso que el amor y la conexión que compartían.