El bosque era un océano de sombras y aromas que Alexander conocía como la palma de su mano. El viento susurraba entre los árboles, llevando consigo el inconfundible olor a pino y a algo más... algo nuevo. Algo que su lobo reconoció antes que él.
Sus pasos se detuvieron en seco, y su pecho se tensó como si una cadena invisible lo sujetara. Alexander escuchó a su lobo gritar Corre. Una orden fue lo que Alexander necesito para salir corriendo hacia ese olor tan excitante, agradable y que le volvía loco. Era ella, su mate.
Alexander desde cachorro había oído historias sobre este momento: el instante en el que su alma encuentra su otra mitad, en que el universo parece detenerse y todo encaja. Pero no estaba preparado para la intensidad de la conexión. Su lobo rubio dentro de él: más deprisa, mi mate. Reclamando lo que era de ellos, la encontró su mirada, se posó en la figura al otro lado del claro.
Ella era hermosa, una mezcla de fuerza y delicadeza de baja estatura, pelo largo color cobrizo y una mecha platina que parecía del mismo color que la luna en la parte delantera de su cabellera, que parecía hecha a medida para desarmarlo. Sus ojos -Plateados como la misma Luna- lo atravesaron, pero lo que encontró en ellos no fue el calor que había imaginado, sino una frialdad que le heló la sangra.
-¿Eres tú?- preguntó Alexander, con una voz carga de esperanza y temor.
Ella lo miró de arriba a abajo, sus labios curvándose en una mueca de desdén.
-Sí, pero no me interesa.
Las palabras lo golpearon como una cuchillada. Alexander retrocedió un paso, como si el rechazo hubiera tenido un peso físico. Su lobo aulló dentro de él, un sonido desgarrador que solo él podía escuchar.
-No puedes rechazar esto-dijo, la desesperación filtrándose en su tono-. Estamos... Destinados.
-El destino no significa nada para mí. No necesito a un lobo para protegerme ni para controlarme- respondió ella, con una dureza que le dio a entender que sus palabras no eran negociables.- yo rechazo este vínculo-
Y entonces, ella se fue dejándolo en medio del claro, bajo la luz de la luna llena, sintiendo como su corazón y su alma se desgarraban en mil pedazos.
El boque, que antes había sido su refugio, ahora parecía un lugar extraño y hostil. Alexander sabía que el rechazo no solo era un golpe para su orgullo, era un desafío a su propia naturaleza. El vínculo estaba roto, pero las cicatrices recién comienza a formarse.
Cuando alzó la vista al cielo, la luna lo observaba, indiferente, como si sus penas fueran insignificante bajo su brillo eterno.
- ¿Por qué a mi Luna?- preguntó Alexander en un susurro. Pero Alexander no podía quedarse quito. Algo oscuro se agitaba en su interior, algo que no podía ignorar.
Y así, con un último aullido desgarrador, supo que esta historia no había terminado. Apenas comienza.