El Eco Del Rechazo

Capítulo 2: Ecos del Rechazo

El dolor no desapareció al amanecer. Alexander había oído hablar de lo que sucedía cuando un mate rechazaba el vínculo: un vacío profundo, una herida que ni el tiempo ni la fuerza podían sanar del todo. Pero nunca imaginó que sería tan insoportable.

Se levantó antes de que los primeros rayos de sol iluminaran el bosque. Su cabaña, normalmente un refugio cálido, ahora se sentía como una prisión. Cada rincón parecía recordarle su fracaso, el rechazo que lo había marcado como un lobo roto.

El lazo roto entre él y su mate ardía como una llama fría. Su lobo, normalmente un compañero constante en su mente, apenas murmuraba, sumido en un silencio que era más perturbador que cualquier aullido de dolor. Alexander respiró hondo, intentando mantener la compostura. Si mostraba debilidad, la manada lo vería, lo juzgaría. Y aunque ninguno se atrevería a decirlo en voz alta, todos sabían que un lobo rechazado no era tan fuerte como antes.

La mirada de la manada

En el corazón del campamento, la vida continuaba como siempre. Los lobos se movían con su rutina diaria: los jóvenes practicaban en el claro, los cazadores regresaban con presas, y las risas ocasionales rompían la quietud de la mañana. Pero Alexander sentía sus miradas furtivas, susurros que pensaban que él no podía escuchar.

—¿Es cierto que su mate lo rechazó? —murmuró una voz detrás de él mientras pasaba cerca de la armería.

—Dicen que lo despreció desde el primer momento —respondió otra, más baja.

Alexander apretó los puños. Cada palabra era como un puñal, pero no podía responder. Mostrar su rabia solo alimentaría los rumores. Así que caminó hasta la casa de la manada, exactamente al despacho de su alfa, donde sabía que Damián, su alfa y mentor, lo esperaba.

Damián era un hombre imponente, con el cabello salpicado de gris y un porte que exigía respeto. Sentado junto a la chimenea, lo observó entrar con una mirada que mezclaba preocupación y autoridad.

—Alexander, siéntate —ordenó.

Alexander obedeció, pero el aire entre ambos estaba tenso. Sabía que Damián no lo había llamado para consolarlo.

—La manada habla —comenzó el alfa, directo como siempre—. Dicen que tu mate te rechazó anoche.

Alexander inclinó la cabeza, incapaz de mirar a su líder a los ojos.
—Es cierto, alfa.

El silencio que siguió fue pesado. Finalmente, Damián se reclinó en su silla, estudiándolo con una expresión inescrutable.
—Sabes lo que significa, ¿verdad?

—Sé que afecta mi vínculo con la manada, con mi lobo. Pero no puedo obligarla a aceptarme.

—No, no puedes —admitió Damián—. Pero tampoco puedes permitir que este rechazo te defina. Un lobo que pierde su propósito está perdido para su manada. ¿Es eso lo que quieres?

Alexander levantó la cabeza, sus ojos ardiendo con una mezcla de rabia y determinación.
—No estoy perdido.

El alfa asintió lentamente.
—Entonces prueba tu fuerza, no a la manada, sino a ti mismo. Encuentra un nuevo propósito. Porque si no lo haces, este vínculo roto te destruirá. Aunque no lo parezca, yo te quiero como un hijo, tu padre era un Gran guerrero. Simplemente me preocupas hijo.

Alexander salió del despacho, cerrando la puerta con cuidado con las palabras de Damián, resonando en su mente. No sabía cómo encontrar un propósito cuando su mundo parecía derrumbarse, pero sabía que tenía que intentarlo.

El bosque susurra

Esa noche, incapaz de soportar la compañía de la manada, Alexander se aventuró en el bosque. Necesitaba el silencio, el aire fresco, cualquier cosa que lo alejara de las miradas inquisitivas.

El bosque era su refugio. Con cada paso, el suelo blando bajo sus pies y los susurros del viento entre los árboles lo ayudaban a calmar su mente. Pero esta vez, algo era diferente.

El aroma llegó primero, como una caricia invisible que se clavó en su pecho. El corazón de Alexander se aceleró, reconociendo el perfume antes de que su mente pudiera comprenderlo. Era ella. Su mate.

Por un instante, una chispa de esperanza lo atravesó. ¿Había cambiado de opinión? ¿Estaba aquí para hablar con él? Pero mientras seguía el aroma, esa chispa se extinguió. Había algo más en el aire: un olor extraño, una mezcla de magia antigua y peligrosa que no pertenecía al bosque.

Ocultándose entre las sombras, Alexander llegó a un claro donde la vio. Ella estaba de pie junto a una figura encapuchada, su postura rígida y su mirada fija en el desconocido.

—¿Estás segura de esto? —preguntó la figura, su voz áspera y cargada de poder.

—Lo estoy —respondió ella. Su tono era frío, cortante, como una daga que giraba en su corazón.

Alexander observó, su lobo gruñendo débilmente dentro de él.

—El vínculo que has rechazado se desvanecerá pronto —continuó el encapuchado—, pero romper el destino tiene un precio. Asegúrate de que estás preparada para pagarlo.

Alexander sintió como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones. ¿Ella estaba tratando de romper el vínculo completamente? La idea lo llenó de una furia desesperada, pero también de confusión. ¿Qué podía ser tan terrible para que quisiera deshacerse de algo tan sagrado?

Cuando la figura encapuchada levantó una mano, un brillo extraño iluminó el claro. El lobo dentro de Alexander gruñó más fuerte, enviándole una advertencia clara: esto no era natural, no era seguro.

Alexander retrocedió lentamente, asegurándose de no ser visto. Su mente estaba llena de preguntas, su corazón dividido entre la furia y la tristeza. No entendía lo que estaba pasando, pero sabía una cosa con certeza: el rechazo era solo el comienzo. Algo oscuro estaba en marcha, y si ella estaba dispuesta a desafiar al destino, él tendría que enfrentarse no solo a su dolor, sino a fuerzas que aún no comprendía.

Por primera vez desde el rechazo, sintió algo más que vacío: un propósito. Y ese propósito era descubrir la verdad.




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