La luna colgaba alta en el cielo cuando Deva dejó el claro y se perdió entre los árboles. Su respiración era rápida, sus pasos ligeros sobre las hojas húmedas, pero el peso en su pecho la aplastaba con cada paso. Alexander había estado allí, mirándola con ojos llenos de dolor y preguntas. Había querido decirle la verdad, gritarle que no era por odio ni desdén que había rechazado el vínculo, sino por algo más oscuro. Pero no podía.
Deva se detuvo finalmente junto a un arroyo. El agua corría tranquila, reflejando la luz de la luna. Se inclinó para mojarse la cara, como si el frío pudiera apagar el ardor en sus mejillas. El eco de la conversación con Alexander resonaba en su mente.
``Dejame decidir eso´´
¿Cómo podía explicarle que no era su decisión? ¿Cómo podía hacerle entender que, si él supiera la verdad, no querría tener nada que ver con ella?
Deva se sentó junto al arroyo, abrazando sus piernas contra su pecho. Sus pensamientos la arrastraron de vuelta a la noche que todo cambio. La noche que descubrió que no era como las demás de su manada.
Había tenido a penas quince años cuando las visiones comenzaron. En sueños, veía a un hombre encapuzado, susurrando palabras que no entendía, y un símbolo oscuro grabado en su pecho, Al principio pensó que eran pesadillas, fragmentos de su imaginación. Pero luego empezaron a suceder durante el día: visiones de sombras moviéndose a su alrededor una voz susurrando su nombre. Este motivo hizo que su manada la tacharan de loca, cada vez más solitaria, sin nadie a su alrededor.
Fue la sabia de la manada la que le dio el nombre de lo que la perseguía: el Lazo del Exilio. Una maldición que, según la leyenda, se transmitía como un veneno silencioso a través de generaciones. Una vez que se manifestaba, ataba el alma de quien lo portaba a una oscuridad de la que no había escapatoria.
-Si aceptas el vínculo de tu mate, lo arrastrarás contigo- dijo Anjana con ojos llenos de tristeza-. Esa oscuridad que te persigue se extenderá a él. Lo consumirá.
Deva sabía lo que tenía que hacer: proteger a quienquiera que la Luna eligiera como su mate, incluso si eso significaba destruirse a sí misma en el proceso.
Volvió su mente a la figura encapuchada del claro. El encantador. Un ser antiguo y peligroso que la sabia le había advertido que evitar, Pero Deva no tenía otra opción. Necesitaba romper el vínculo, no solo rechazarlo, sino arrancarlo de raíz antes de que el destino hiciera su trabajo y conectara su alma con Alexander de forma irreversible.
El precio era alto. El Encantador se lo había dejado claro desde su primer encuentro.
- No hay magia sin consecuencias.-le había dicho con una sonrisa fría-. Si quieres librarte, tendrás que entregar algo a cambio.
Deva cerró los ojos, recordando lo que había ofrecido: su libertad. Si sobrevivía al ritual, no sería más que una sombra solitaria, incapaz de reclamar un lugar, incapaz de sentir el calor de la conexión que le proporcionaba su lobo.
Cuando Alexander apareció esa noche, algo dentro de ella vaciló. No esperaba verlo, y mucho menos escuchar el dolor en su voz. Había creído que, al rechazarlo, él la olvidaría, que seguiría adelante sin mirar atrás. Pero no lo había hecho. Y verle, verle realmente, parecía haber encendido algo en ella.
``Déjame decidir´´
Esas palabras la habían golpeado más fuerte de lo que quiso admitir. Por un momento, quiso decirle la verdad, confesarle todo. Pero el miedo la detuvo. ¿Qué pasaría si él no la creyera? ¿Y si lo intentaba convencer de que podía salvarla?
Deva no podía permitirlo. Si él intentaba intervenir, El encantador lo mataría sin dudar.
Cuando volvió a la cabaña que compartía con su madre adoptiva, se dejó caer en la cama, mirando el techo de madera que parecía estar cerrándose sobre ella. Su madre sabia que algo estaba mal; no solo por el aislamiento de su manada, sino desde que llegaron a este claro Deva se había comportado de forma diferente, pero Deva no podía contarle nada. Nadie debía saberlo.
Su loba, normalmente silenciosa, la observaba desde el rincón de su mente. Desde el rechazo había estado inquieta, como si sintiera la grieta que se formaba entre ellos.
-¿Qué estás haciendo?-Gruño suavemente, su voz resonando en su interior.
Deva cerro los ojos.
-Protegiéndolo.
-Estás protegiéndote de él. Hay una diferencia
Ese pensamiento la golpeó como un rayo¿Era cierto? ¿Estaba haciendo esto realmente por su mate o porque tenía miedo de enfrentar su propio destino? ¿Estaba huyendo?
No podía negarlo, pero tampoco podía cambiar lo que estaba hecho. Había tomado la decisión y debía seguir adelante
Cuando el primer rayo de sol entró por la ventana, Deva se levantó, sintiéndose más cansada que nunca. La ceremonia para romper el vínculo estaba cerca, y cada día que pasaba la alejaba más de Alexander, pero también la hundía más en la oscuridad.
Se miró en el espejo, observando sus propios ojos, buscando alguna señal de que estaba haciendo lo correcto. Pero no encontró nada, solo el reflejo de una chica que había aprendido a cargar con más de lo que podía soportar.
"Déjame decidir."
Esas palabras seguían persiguiéndola. Y aunque quería ignorarlas, una pequeña parte de ella, enterrada profundamente, se preguntaba: ¿y si él tenía razón?
¿Y si aún había una forma de salvarlos a ambos?