El Eco Del Rechazo

Capitulo 10: Las Sombras del Alma

La oscuridad era opresiva, densa, como si el aire mismo conspirara para asfixiarla. Deva corría sin rumbo a través de los interminables pasillos de un hospital que conocía demasiado bien, aunque no recordaba haberlo pisado en años. Las luces parpadeaban sobre su cabeza, proyectando sombras que se alargaban y retorcían, como si fueran entidades vivas.

Un frío insoportable le calaba los huesos, pero no podía detenerse. Su respiración era entrecortada, y su pecho ardía con cada paso.

—¡Mamá! —gritó, su voz quebrada por el miedo.

El eco de su propio grito la hizo estremecerse. Alrededor, las paredes parecían moverse, cerrándose lentamente sobre ella. Las sombras susurraban, una cacofonía de palabras que no podía entender, pero que llenaban su corazón de terror.

—¡Déjenme! —clamó, con lágrimas surcando su rostro.

El pasillo pareció estirarse aún más, y al final de él apareció una puerta entreabierta. La luz que se filtraba era tenue, pero lo suficiente para atraerla. Deva aceleró el paso, con el pecho latiéndole tan fuerte que temió que su corazón explotara.

Cuando empujó la puerta, el frío la golpeó como una bofetada. Dentro, la escena era un reflejo distorsionado de su peor pesadilla. La camilla en el centro de la sala estaba vacía, pero el olor metálico de la sangre impregnaba el aire. Las manchas en el suelo contaban historias que preferiría no escuchar.

De pronto, una risa helada resonó en la sala, haciendo que Deva se volviera bruscamente. En las sombras de una esquina, una figura la observaba, sus ojos rojos como brasas encendidas.

—Nunca podrás escapar de nosotras —susurró la figura, su voz un eco de mil voces.

Deva retrocedió, sus piernas temblando.

—¿Qué quieren de mí?

La figura dio un paso al frente, revelando su rostro: el suyo propio, pero pálido, con ojos hundidos y llenos de maldad.

—Quiero lo que tú no puedes aceptar: tu verdad.

En el momento en que Deva intentó gritar, un dolor punzante se extendió por su cuerpo. Sintió como si garras invisibles atravesaran su piel, desgarrándola desde dentro. Cayó al suelo, retorciéndose mientras un grito desgarrador escapaba de su garganta.

—¡Alyarah! —clamó desesperada, buscando a su loba interior.

"Estoy aquí, Deva, lucha. ¡Lucha contra esto!"

Las sombras se arremolinaron a su alrededor, riéndose, susurros llenos de veneno.

—Este es el precio por tu necedad. No puedes ocultarte de nosotras para siempre.

Deva sintió que la vida se le escapaba, como si una fuerza invisible estuviera drenándola. Intentó levantarse, pero su cuerpo no respondía. Las marcas comenzaron a aparecer en su piel, líneas negras que se extendían como raíces malignas, ardiendo como fuego.

"¡Basta, Deva! ¡Esto no es real!"

Deva cayó de rodillas, con el pecho agitado y las lágrimas nublándole la vista.

-Alyarah... No puedo.

"Sí puedes. Estoy aquí contigo. Estas sombras son fragmentos de tu dolor, pero no son más fuertes que nosotras."

Alyarah, su loba interior, era un faro en la oscuridad. Su presencia era cálida y firme, una fuerza que Deva siempre había sentido, pero a menudo ignoraba.

-Siempre vuelven, Alyarah. Me persiguen. No importa lo que haga, nunca se van.

"Porque les temes. Y mientras les temas, tendrán poder sobre ti."

Las palabras de Alyarah golpearon como un látigo. Las sombras comenzaron a avanzar, susurrando con más intensidad. La figura reflejo de Deva se acercó, con una sonrisa torcida que le heló la sangre.

"Levántate, Deva. Míralas. No huyas más."

Deva negó con la cabeza, su cuerpo temblando.

-No puedo...

"¡Puedes! Soy parte de ti, y no permito que estas sombras nos dominen. ¡Levántate!"

La voz de Alyarah resonó como un trueno, llenándola de una fuerza inesperada. Con dificultad, Deva apoyó las manos en el suelo y se levantó. Las sombras la rodeaban, pero esta vez no retrocedió.

-No tienen poder sobre mí -dijo, su voz temblando al principio, pero ganando fuerza con cada palabra.

Las sombras vacilaron, como si por primera vez sintieran miedo. La figura frente a ella dio un paso atrás, y su sonrisa desapareció.

—No... Esto no puede ser... —murmuró la figura.

Deva dio un paso adelante, y luego otro, hasta que las sombras comenzaron a disiparse. Con un último grito, extendió las manos y las sombras se desvanecieron por completo, dejando solo el eco de su voz.

Con un esfuerzo titánico, Deva cerró los ojos y concentró toda su energía en la conexión con su loba. Las sombras chillaron al sentir la resistencia, y por un momento, todo se detuvo.

Deva despertó con un jadeo, su cuerpo empapado en sudor frío. Sus manos temblaban mientras las llevaba a su rostro, intentando calmarse. Miró a su alrededor, desorientada, hasta que reconoció la habitación donde estaba.

La cama estaba deshecha, y la luz de la luna se filtraba a través de la ventana, bañando todo con un brillo plateado. Aún podía sentir el eco de las sombras en su mente, pero la voz de Alyarah seguía presente, reconfortándola.

"Lo hiciste, Deva. Enfrentaste tus miedos. Pero aún queda camino por recorrer."

Deva se levantó de la cama, sus piernas tambaleándose. Caminó hacia la ventana, apoyando las manos en el marco para estabilizarse.

-Siempre vuelven…- susurró, su voz apenas un hilo.

Unos golpes urgentes en la puerta hicieron que Deva se estremeciera. Antes de que pudiera responder, Alexander entró de golpe, con los ojos brillando de preocupación.

—¿Qué ocurrió? Sentí... algo extraño —dijo, acercándose rápidamente a ella.

Deva intentó cubrirse las marcas, pero Alexander ya las había visto. Su expresión cambió a una mezcla de desconcierto y alarma.

—¿Qué son esas marcas?

Deva apartó la mirada, apretando los labios.

—No lo sé... Fueron las sombras... —susurró, su voz temblando.




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