El Eco Del Rechazo

Capítulo 15: La Marcha de las Sombras

El amanecer era su único respiro, un bálsamo temporal que disipaba las sombras que parecían acecharlos con hambre incesante. Después del encuentro en el sótano, Alexander y Deva habían decidido dejar la seguridad de la casa de Anjana y emprender el viaje hacia el territorio de Raegan. Anjana les había dado instrucciones claras, mapas antiguos y un puñado de hierbas para protegerse durante las noches.

"No confíen en la oscuridad," les había dicho la sabia, su voz cargada de advertencia. "La noche no les pertenece. No desde que esas sombras empezaron a moverse."

Alexander había asumido la tarea de guiar a Deva. Cada día era una lucha por avanzar, y cada noche, una batalla por sobrevivir.

La Primera Noche: El Silencio que Observa

La primera noche cayó rápido, demasiado rápido para su gusto. Se refugiaron en un pequeño claro rodeado de árboles altos, cuyas ramas se entrelazaban como si intentaran protegerlos del cielo. Alexander encendió una fogata pequeña, cuidando que no fuera demasiado visible.

—No te alejes del fuego —advirtió mientras revisaba su cuchillo de plata.

Deva asintió, pero su mirada estaba fija en la oscuridad más allá del círculo de luz. Había algo en la noche que la inquietaba, como si miles de ojos invisibles estuvieran clavados en ellos.

Cuando el viento sopló, trayendo consigo un susurro extraño, Deva se estremeció.
—¿Lo oíste?

Alexander levantó la cabeza, sus sentidos alerta.
—No te distraigas. Esas cosas quieren que te alejes de la luz.

Ella no respondió, pero el miedo en su rostro era evidente. Intentaron descansar, turnándose para vigilar, pero el sueño era esquivo. Cada crujido de una rama, cada movimiento entre los arbustos, parecía cargar el aire con tensión insoportable.

Antes del amanecer, algo se movió demasiado cerca. Alexander sintió el gruñido de Kael resonar en su mente.

"Están aquí. Nos observan."

—¡Levántate! —ordenó Alexander, sacudiendo a Deva.

Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una sombra enorme cruzó el claro, derribando la fogata en un estallido de chispas. Alexander desenvainó su cuchillo, pero para cuando se giró, la criatura ya había desaparecido.

—¡Corre hacia la luz! —gritó, agarrándola de la mano y corriendo hacia el este, donde los primeros rayos del sol empezaban a romper el horizonte.

Al amanecer, todo parecía cambiar. Las sombras retrocedían, dejando solo un silencio pesado y el susurro de las hojas. Deva y Alexander se detuvieron en un pequeño pueblo, mezclándose entre los humanos.

Deva llevaba una capucha para ocultar su cabello despeinado y las marcas en su cuello que no podían ser explicadas fácilmente. Alexander mantenía la cabeza gacha, observando cada rincón en busca de posibles peligros.

—¿Crees que están aquí? —preguntó Deva en voz baja mientras entraban a una cafetería.

—No pueden acercarse de día —respondió él, aunque no estaba del todo seguro.

Pidieron café y algo de comida, evitando conversaciones innecesarias. Para los humanos, eran solo dos viajeros cansados. Pero para ellos, cada mirada, cada persona que se acercaba demasiado, era una posible amenaza.

Cuando el sol empezó a bajar, volvieron a la carretera.

—No podemos quedarnos demasiado tiempo en ningún lugar —dijo Alexander, ajustándose la mochila—. La noche llegará otra vez.

Mientras tanto, en la manada, el miedo empezaba a crecer. Damián, el Alfa, despertó sobresaltado, su frente empapada en sudor. Sus sueños se habían convertido en pesadillas recurrentes, con la imagen de Deva y su propia luna, Aurora, atrapadas en un mar de sombras. Aurora lo miró desde la cama, su rostro pálido por el temor.

—Damián, esto no puede seguir así. Algo está mal.

Él no respondió, pero en su interior, las palabras del Encantador resonaban como un eco.
"La necesitaré pronto. No me hagas esperar."

La presión de mantener el secreto empezaba a romperlo, y la manada notaba su nerviosismo. Los guerreros hablaban en susurros sobre la ausencia de Alexander, la desaparición de Deva, y los movimientos extraños en los límites del territorio. Las preguntas comenzaban a multiplicarse.

Segunda Noche: Garras y Gritos

Para Alexander y Deva, la segunda noche fue aún peor. Apenas encendieron la fogata, una figura oscura apareció al borde del claro, mirándolos con ojos brillantes. Alexander desenvainó su cuchillo de plata y dio un paso hacia ella, pero Kael lo detuvo.

"No te acerques. Es una trampa."

—¿Qué es? —preguntó Deva, su voz temblando.

—No lo sé, pero no te muevas.

La figura desapareció en un susurro, pero los gruñidos y crujidos continuaron alrededor de ellos durante toda la noche. Cuando finalmente llegó el amanecer, ambos estaban cubiertos de rasguños por ramas que parecían moverse por voluntad propia.

Damián apenas pudo salir de su despacho esa mañana. Las preguntas de su manada se habían vuelto constantes, y algunos guerreros estaban exigiendo respuestas. Pero lo peor ocurrió cuando el Encantador apareció frente a él en la privacidad de su oficina.

—No hay más tiempo, Damián —dijo el Encantador, su voz como un siseo venenoso. Su presencia llenó la habitación con una oscuridad tangible—. Necesito a la chica.

—No puedo entregártela todavía —respondió Damián, su voz tensa.

El Encantador sonrió, una mueca cruel que no llegó a sus ojos.
—Si no puedes darme lo que quiero, empezaré a tomarlo.

Esa noche, uno de los guerreros desapareció sin dejar rastro, y la manada se llenó de miedo.

Alexander y Deva continuaban avanzando. El tercer refugio parecía más seguro que los anteriores, pero apenas cayó la noche, las sombras comenzaron a rodearlos de nuevo. Esta vez, las figuras oscuras no se limitaron a observar. Un gruñido bajo resonó en el aire, y Alexander apenas tuvo tiempo de empujar a Deva hacia el suelo cuando una criatura saltó hacia ellos.




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