El Eco Del Rechazo

Capítulo 16: Bajo el Peso del Secreto

La manada estaba al borde del colapso. Las desapariciones habían comenzado con algunos guerreros, pero ahora había desaparecido una familia entera de civiles. Los rumores se extendían como el fuego: ¿Había traidores entre ellos? ¿Eran ataques de renegados? ¿O era algo peor? Nadie se atrevía a pronunciar la posibilidad que todos temían: que las sombras habían llegado al corazón de su territorio.

Damián observaba desde la ventana de su despacho mientras el patio principal de la manada se llenaba de voces airadas. Guerreros, curanderos, incluso ancianos, exigían respuestas. Aurora, su luna, entró en la habitación, su rostro pálido de preocupación.

—Esto no puede seguir así, Damián. Necesitas decirles algo.

—¿Decirles qué? ¿Que no tengo ni idea de lo que está pasando? ¿Que estamos bajo ataque de algo que no puedo controlar? ¿Que el Encantador me tiene bajo su maldito puño? —su voz estaba cargada de frustración, sus manos temblaban mientras las apretaba en puños.

Aurora lo miró con tristeza.

—Si no les dices algo, perderás a la manada. Están asustados. Desesperados. Y cuando una manada siente miedo, busca culpables.

Damián cerró los ojos por un momento. Era cierto. Había visto ese mismo patrón antes en otras manadas debilitadas. Los lobos se volverían unos contra otros antes de enfrentar una amenaza desconocida. Pero, ¿qué podía hacer? No podía revelar el trato que había hecho. Ese secreto lo destruiría.

Al final, Damián decidió enfrentar a su manada. Saldría al patio, les daría una explicación vaga pero convincente y trataría de calmar los ánimos. Cuando abrió las puertas de su despacho, las voces se apagaron. Todos los ojos estaban sobre él.

—¡Alfa, necesitamos respuestas! —gritó un guerrero joven desde la multitud—. ¿Dónde están nuestros hermanos? ¿Qué está haciendo para protegernos?

Damián levantó una mano para pedir silencio. Su voz resonó firme, aunque por dentro sentía que se estaba desmoronando.

—Estamos investigando las desapariciones. No tengo todas las respuestas, pero les aseguro que estamos haciendo todo lo posible para mantener a la manada a salvo. Los patrullajes se han incrementado, y nuestros guerreros están preparados para cualquier amenaza externa. Les pido que confíen en mí como siempre lo han hecho.

Un murmullo de dudas recorrió la multitud. Una anciana dio un paso adelante, su rostro lleno de arrugas pero con los ojos brillantes de desafío.

—Alfa, no es la primera vez que enfrentamos peligros externos. Pero esta oscuridad… no es algo que podamos combatir con fuerza bruta. Siento que hay algo que no nos estás diciendo. ¿Es verdad?

Damián apretó los dientes. Estaba a punto de responder cuando una risa baja y escalofriante resonó por el patio. Todos se giraron, buscando el origen del sonido, pero no había nadie. La voz del Encantador llenó el espacio como un susurro venenoso.

—Pobre Damián. ¡Tan valiente, tan orgulloso! ¿Cuánto tiempo más crees que podrás ocultar la verdad?

El aire se volvió pesado, y muchos de los lobos retrocedieron, mirando al cielo como si algo invisible los estuviera observando. Damián sintió un nudo en el estómago. El Encantador estaba rompiendo las reglas, exponiéndose de una manera que nunca había hecho antes.

Esa noche, Aurora se despertó con un grito ahogado, su cuerpo cubierto de un sudor frío. Había soñado con un bosque oscuro, donde los árboles parecían vivos, sus ramas retorcidas se extendían hacia ella como garras. En el centro del bosque, una figura encapuchada sostenía un espejo que reflejaba no su rostro, sino el de Damián, con los ojos vacíos y la piel cubierta de grietas negras que se extendían como raíces. En el sueño, ella intentó correr hacia él, pero el suelo bajo sus pies se convirtió en un abismo infinito.

Cuando despertó, Damián estaba a su lado, mirándola con preocupación.

—¿Otra vez? —preguntó en voz baja.

Aurora asintió, todavía temblando.

—Es como si… algo nos estuviera acechando desde dentro. No puedo evitar pensar que el bosque en mi sueño es nuestra propia manada, y el abismo… somos nosotros.

Damián la abrazó, pero no dijo nada. Su silencio hablaba más que cualquier palabra.

En la manada de Damián, las tensiones seguían aumentando. Cada noche, las desapariciones continuaban, y cada día, las preguntas se volvían más insistentes. Aurora intentaba mantener la calma, pero incluso ella empezaba a sentir el peso de los secretos.

Cuando el Encantador apareció nuevamente, esta vez lo hizo directamente en el despacho de Damián. La habitación se llenó de una oscuridad sofocante, y su figura emergió de las sombras como un espectro.

—¡Te lo advertí, Damián! Necesito a la chica. Ahora.

—Las cosas no son tan simples —replicó Damián, su voz temblorosa—. Si intento forzar algo, mi manada se rebelará.

El Encantador lo miró con frialdad.

—Entonces, ¿qué prefieres? ¿Rebelión o exterminio? Las sombras no esperarán mucho más, y tampoco lo hará él.

Damián tragó saliva, sabiendo que el "él" al que se refería era el Señor de la Ruina. Las palabras resonaron en su mente mientras las sombras parecían estrecharse cada vez más a su alrededor.

En otro lugar, el Encantador estaba en un tenso enfrentamiento con una figura mucho más oscura y aterradora. El Señor de la Ruina, un ser antiguo que emanaba una energía destructiva, lo observaba con desprecio.

—Estás jugando un juego peligroso, Encantador —dijo la figura, su voz resonando como un terremoto—. La chica no es solo una herramienta. Si sigues demorándote, yo mismo tomaré lo que quiero.

El Encantador inclinó la cabeza, pero no bajó la mirada.

—Estoy siguiendo el plan. Las sombras están debilitando la manada. Pronto, la resistencia será mínima, y Deva caerá en mis manos.

El Señor de la Ruina se acercó, su presencia tan aplastante que incluso el Encantador dio un paso atrás.

—No subestimes el poder de los lazos de manada. Esa chica tiene algo que no entiendes. Y si fallas… ¡tú pagarás las consecuencias!




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