El Eco Del Rechazo

Capítulo 17: La Tormenta que se Avecina

El ambiente en la manada de Damián era irrespirable. Cada lobo parecía estar al límite, sus instintos siempre alerta, sus nervios tensos como una cuerda a punto de romperse. Los pasillos de las cabañas y la plaza central estaban casi desiertos, salvo por los susurros que corrían como un río oscuro. ¿Quién sería el próximo en desaparecer? ¿Qué secretos ocultaba el Alfa?

Aurora apenas había pegado ojo después de su última pesadilla. Las sombras de su sueño parecían haberse adherido a su realidad; cada rincón de la manada le parecía más oscuro, más frío. Estaba sentada en la habitación de Damián, observándolo mientras él trataba de escribir algo en un viejo cuaderno.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella finalmente, rompiendo el silencio que se había vuelto asfixiante.

Damián levantó la vista, con las ojeras marcadas como surcos.

—Intentando entender por qué llegamos a este punto. Buscando una solución antes de que todo colapse.

Aurora se acercó a él y posó una mano en su hombro.

—No puedes cargar con todo esto solo, Damián. La manada no sobrevivirá si seguimos escondiendo cosas.

Él suspiró profundamente y dejó caer el lápiz.

—No estoy seguro de que sobrevivamos, incluso si les cuento todo.

Mientras tanto, Alexander y Deva acababan de llegar al territorio de la manada de Raegan. La entrada estaba custodiada por un grupo de guerreros que los detuvo de inmediato.

—¿Qué negocio tienen aquí? —preguntó uno de ellos, su tono lleno de desconfianza.

—Soy Alexander, guerrero de la manada de Luna Sombría . Necesitamos hablar con su Alfa. Es urgente —respondió él, manteniendo la calma a pesar de los cuchicheos y las miradas desconfiadas.

El líder de los guardias frunció el ceño.

—¿Damián? ¿Qué hace aquí un guerrero de una manada que ha traído problemas a otros territorios?

Alexander sintió cómo la tensión aumentaba. Era evidente que la manada de Raegan tenía un historial complicado con la suya.

—Solo necesitamos refugio y respuestas. Lo que enfrentamos podría afectarles a ustedes también.

Tras un tenso silencio, el guardia asintió y los escoltó hacia el interior del territorio. A medida que caminaban, Deva se aferró al brazo de Alexander, sintiéndose observada por las miradas inquisitivas de los lobos. La manada de Raegan parecía un lugar bien estructurado, pero la desconfianza hacia los forasteros estaba grabada en sus rostros.

Cuando finalmente llegaron al edificio principal, un hombre alto con cabello oscuro y ojos intensos los esperaba en la entrada. Era Raegan, el Alfa de la manada.

—¿Qué hace un guerrero de Damián aquí? —preguntó directamente, sin rodeos.

Alexander dio un paso al frente.

—Hemos venido buscando ayuda. Algo oscuro está atacando nuestra manada, y creemos que ustedes podrían saber más sobre lo que enfrentamos.

Raegan observó a Deva, y algo en su mirada se endureció.

—La chica… ¿qué tiene que ver ella con esto?

Alexander dio un paso adelante, posicionándose entre Deva y los ojos inquisitivos del Alfa de Raegan. Su postura era firme, sus ojos brillaban con determinación.

—Deva no es el problema, sino la clave para resolverlo. Las sombras la persiguen, sí, pero ella no es la causa de lo que está ocurriendo. Es nuestra única oportunidad para detener esta amenaza antes de que se extienda.

Raegan lo observó con frialdad, sus ojos analizando cada palabra.

—Y si tu presencia aquí pone en peligro a mi manada, ¿qué me garantiza que esto no sea un error?

Alexander dio un paso más al frente, su voz se endureció.

—No estoy aquí para rogarte ayuda, Raegan. Si crees que proteger a tu manada significa ignorar lo que sucede más allá de tus fronteras, estás tan equivocado como aquellos que creen que pueden enfrentar esta oscuridad solos. No abandonaré a Deva. Si no estás dispuesto a ayudarnos, encontraremos otra forma. Pero no te equivoques: esta amenaza no se detendrá en tu frontera.

Raegan entrecerró los ojos, claramente evaluando el desafío en las palabras de Alexander. Después de un largo momento de tenso silencio, asintió lentamente.

—Valiente, ¿no? Bien. Hablaré con ustedes. Pero no olviden que mis decisiones siempre estarán en función de mi manada. Si veo que esto nos pone en peligro, no dudaré en proteger lo mío.

Alexander no se movió, su mirada seguía fija en el Alfa.

—Eso es todo lo que necesitábamos.

Deva, que había permanecido en silencio, sintió una mezcla de gratitud y culpa. Sabía que Alexander estaba poniendo todo en juego por ella, y no sabía si algún día podría agradecerle lo suficiente.

Durante las noches, la situación en la manada de Damián continuaba deteriorándose. Las desapariciones se volvían más frecuentes, y los lobos empezaban a murmurar sobre rebelión. Nadie se sentía seguro, y muchos comenzaban a cuestionar el liderazgo del Alfa.

Damián tenía una conversación tensa con su lobo, Kyan, una noche especialmente fría y silenciosa.

No podemos seguir así, Kyan. Si las desapariciones no se detienen, perderemos a todos.

La voz de Kyan resonó en su mente, profunda y llena de frustración.

No puedo protegerlos si no me dejas hacerlo. Sabes que las sombras no son un enemigo común. Necesitas enfrentarte al Encantador, Damián.

—¿Crees que no lo sé? Pero si me enfrento a él, revelará todo. No puedo arriesgarme.

Kyan gruñó, su tono cargado de reproche.

—¿Qué es más importante, tu secreto o tu manada?

Damián se quedó en silencio. Esa era la pregunta que lo había estado atormentando durante semanas, y sabía que pronto tendría que tomar una decisión.

En la manada de Raegan, Deva tuvo su primera interacción real con algunos de los lobos. Aunque la mayoría la miraba con desconfianza, hubo un par de jóvenes lobos que se acercaron a ella con curiosidad.

—¿Es cierto que puedes ver sombras? —preguntó una de las lobas, una joven llamada Kaela.




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