El aire en la manada de Damián era cada vez más irrespirable. Los lobos, antaño unidos por lazos de lealtad y familia, ahora estaban divididos por el miedo y la sospecha. Las desapariciones se habían vuelto habituales, pero lo que aterrorizaba aún más eran las marcas que ahora adornaban las puertas de las casas: símbolos oscuros, incomprensibles, que parecían pulsar con una energía siniestra. Nadie se sentía seguro.
—¿Dónde está Alexander? —preguntó un guerrero joven en una reunión informal en el mercado—. No lo hemos visto desde hace semanas.
—¿Por qué desapareció justo cuando las cosas empezaron a empeorar? —añadió otro.
—¿Y por qué hay cosas que no recordamos? —dijo una anciana, mirando al vacío como si tratara de aferrarse a un pensamiento que se le escapaba.
Lo que ni Damián ni el Encantador habían anticipado era que el hechizo comenzaría a desvanecerse. Como una niebla disipándose bajo el sol, las memorias de la manada empezaban a regresar lentamente. No eran recuerdos completos, más bien fragmentos: imágenes borrosas del antiguo Alfa, la figura de Alexander como un niño, el rostro de Damián joven pero lleno de ambición.
—Yo… recuerdo a alguien más liderándonos —dijo un anciano a un grupo en el mercado.
—¡Sí! Había un lobo… su presencia era fuerte, dominante… pero no era Damián —agregó una joven.
Las dudas crecían, y con ellas, el descontento. Los lobos ya no veían a Damián como el líder fuerte que una vez habían admirado. Las grietas en su autoridad se hacían más evidentes cada día.
Aurora intentaba mediar, pero incluso ella estaba empezando a recordar cosas que no encajaban con la versión que Damián siempre había contado.
—¿Por qué nunca hablas de cómo tomaste el mando? —le preguntó una noche, su voz cargada de sospecha.
—Eso no importa ahora, Aurora —respondió él, evadiendo la pregunta.
—¡Sí importa! —exclamó ella, sus ojos brillando de frustración—. Si no les dices la verdad, alguien más lo hará.
La incertidumbre se expandía, alimentada por el miedo y la creciente sensación de que Damián les ocultaba algo.
Anjana, la sabia, había llegado al límite de su paciencia. Como guardiana espiritual de la manada, había visto muchas cosas, pero nada como esto. Las marcas, las sombras, la desconexión espiritual de los lobos… era evidente que algo oscuro estaba corrompiendo su vínculo. Y la raíz de todo parecía estar en Damián.
Esa noche, Anjana irrumpió en el despacho de Damián, su bastón golpeando el suelo con fuerza mientras avanzaba. Damián, que estaba inclinado sobre un mapa, levantó la vista, molesto por la interrupción.
—¿Qué haces aquí, Anjana? —gruñó.
—¡Exigiendo respuestas! —respondió ella, con una furia que no solía mostrar—. Ya no puedo quedarme callada mientras nuestra manada se desmorona.
Damián se enderezó, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y cansancio.
—He hecho todo lo que he podido para proteger esta manada.
—¡Mentira! —Anjana golpeó el suelo con su bastón—. Tú sabes qué está pasando. Sabes quién está detrás de las sombras.
Damián apretó los puños, luchando por contener su ira.
—No sabes de lo que estás hablando.
—Sé más de lo que crees. Sé que hiciste un trato, Damián. Un trato que te dio el poder que tanto ansiabas, pero que ahora está cobrando su precio.
Damián retrocedió un paso, sorprendido por las palabras de Anjana.
—¿Cómo lo sabes? —murmuró.
—Lo siento en cada fibra de la manada. El vínculo está roto, y las memorias que intentaste borrar están volviendo. Pronto, todos recordarán lo que hiciste.
Damián apretó la mandíbula, incapaz de responder.
Esa noche, Damián salió al bosque, buscando desesperadamente un respiro del caos. Pero el bosque no ofrecía consuelo. Las sombras parecían moverse entre los árboles, susurrando secretos oscuros que lo hacían estremecerse.
De pronto, una figura emergió de las sombras: el Encantador. Su presencia era tan imponente como siempre, y su sonrisa sardónica hizo que la sangre de Damián se helara.
—Veo que tus pequeños secretos están saliendo a la luz —dijo el Encantador, su tono burlón—. ¿Cuánto tiempo más crees que podrás mantener el control?
—¿Qué quieres? —gruñó Damián, sus manos temblando de rabia contenida.
—Lo que siempre he querido: la chica. Pero parece que estás demasiado ocupado lidiando con tus problemas como para cumplir tu parte del trato.
Damián avanzó un paso, dejando que su ira reemplazara el miedo.
—¡No me importa tu trato! ¡No dejaré que destruyas a mi manada!
El Encantador levantó una ceja, divertido.
—¿Tu manada? Oh, Damián, siempre tan arrogante.
Antes de que Damián pudiera reaccionar, el Encantador levantó una mano, y una sombra salió disparada hacia él. Pero en el último segundo, Aurora apareció entre los árboles, gritando su nombre. La sombra la golpeó de lleno, y su grito desgarrador resonó en el bosque.
—¡Aurora! —Damián corrió hacia ella, pero algo dentro de él se rompió al verla caer al suelo, convulsionándose de dolor.
El lobo de Damián, que hasta entonces había permanecido en silencio, rugió con una furia primitiva.
—¡No lo permitiré! —bramó el lobo en su mente—. ¡Ataca!
Damián dejó que su lobo tomara el control. Su cuerpo se transformó rápidamente, huesos crujieron, y su pelaje negro como la noche apareció mientras se lanzaba contra el Encantador con un rugido ensordecedor.
Pero el Encantador ni siquiera se movió. Con un gesto despreocupado, desvió el ataque de Damián, arrojándolo contra un árbol.
—Eres patético —dijo el Encantador, su tono lleno de desprecio—. ¿Crees que puedes desafiarme?
Damián se levantó, tambaleándose, su lobo rugiendo de frustración en su interior.
—No dejaré que te lleves a nadie más.
El Encantador simplemente sonrió antes de desaparecer en las sombras, dejando a Damián solo con Aurora, quien apenas respiraba en sus brazos.