El peso del pasado cayó sobre Damián con una fuerza devastadora. Los rostros de su manada, el miedo que se reflejaba en sus ojos, y las sombras que acechaban sin descanso eran un recordatorio constante de las consecuencias de sus decisiones. El remordimiento comenzaba a arraigar en su corazón, y aunque se esforzaba por mantener una fachada de control, su mente lo traicionaba con recuerdos que preferiría olvidar.
En su despacho, Damián se quedó mirando un viejo cuadro que alguna vez adornó el salón principal. Representaba a la manada reunida, con el antiguo Alfa en el centro: un hombre alto y robusto, con una mirada que inspiraba respeto y lealtad. Era una imagen que había mandado retirar después de proclamarse Alfa, pero no había tenido el valor de destruirla.
—¿Dónde estarás ahora? —murmuró para sí mismo.
Su lobo interior, inquieto, gruñó en su mente.
"Si está vivo, no te perdonará. Ningún Alfa abandonaría su manada por elección."
Damián cerró los ojos, recordando el día en que lo desterró. El Encantador había sido claro: para garantizar su victoria, debía asegurarse de que no quedaran cabos sueltos. Y así, con el poder recién adquirido, había expulsado al hombre que alguna vez fue un padre para toda la manada, condenándolo al olvido.
—¿Y si sigue vivo? —susurró Damián, más para sí mismo que para su lobo.
"Entonces tus días están contados."
Mientras tanto, Alexander comenzaba a sentir el peso de recuerdos que no sabía que tenía. Durante una noche en el territorio de la manada de Raegan, mientras el fuego crepitaba en el centro del campamento, Alexander tuvo una visión.
En ella, se encontraba en un bosque rodeado de una luz plateada. Una figura masculina, alta y robusta, caminaba hacia él. Aunque no podía distinguir su rostro, sentía una calidez familiar en su voz.
—Hijo, recuerda quién eres. Tu fuerza no proviene de tu presente, sino de tu sangre.
—¿Quién eres? —preguntó Alexander, con un nudo en la garganta.
La figura extendió una mano hacia él, pero antes de que Alexander pudiera tocarla, el sueño se desvaneció, dejándolo despierto y jadeando.
—¿Todo bien? —preguntó Deva desde el otro lado del campamento, donde estaba sentada junto al fuego.
Alexander negó con la cabeza, aunque no estaba seguro de la respuesta.
—Solo un sueño… o algo más.
Deva lo miró, con una mezcla de curiosidad y preocupación, pero no insistió.
Alexander intentaba calmar su respiración, un gruñido bajo resonó en su mente. Era su lobo. Su voz resonó clara, profunda y cargada de una intensidad que lo hizo estremecer.
"No fue un sueño."
Alexander cerró los ojos, concentrándose en ese vínculo interno.
—¿Qué quieres decir? —preguntó en voz baja, asegurándose de que Deva no lo escuchara.
"Lo que viste es un recuerdo. Difuso, incompleto, pero real. Esa voz… la conocemos."
Alexander frunció el ceño. Había algo en las palabras de su lobo que despertaba una inquietud dentro de él.
—¿Quién era? ¿Qué está tratando de decirme?
"Es alguien importante. Alguien que has olvidado, porque no querías recordar."
—No tiene sentido. ¿Cómo podría olvidar algo así?
El lobo dejó escapar un bufido, como si la frustración lo carcomiera.
"No fue elección nuestra. Algo, o alguien, nos arrancó esos recuerdos. Pero en lo más profundo, no se pueden borrar por completo. Siguen ahí, enterrados."
Alexander se quedó en silencio, dejando que esas palabras calaran en él. Por un momento, sintió una oleada de emociones que no podía controlar: tristeza, ira, y un anhelo profundo que no sabía explicar.
—¿Crees que tenga que ver con las sombras? —preguntó finalmente.
"Tiene que ver con todo. Tu sangre, tu origen, las sombras… están conectados. Pero no sabremos la verdad mientras sigamos en la oscuridad. Debes estar listo para enfrentar lo que venga, Alexander. Y yo… yo estoy contigo."
—Siempre lo has estado —respondió Alexander, con un atisbo de sonrisa, pero sus ojos seguían reflejando la confusión que lo consumía.
"Y siempre lo estaré. Pero este camino no será fácil. Lo que se avecina nos pondrá a prueba como nunca antes. Prepárate."
Alexander asintió, aunque no tenía claro cómo podría prepararse para algo que ni siquiera comprendía del todo. Sus ojos se desviaron hacia Deva, que seguía vigilando el fuego. Había encontrado aliados en ella y en Raegan, pero sentía que las respuestas que buscaba eran suyas y solo suyas por derecho.
—Estoy listo para enfrentarlo —dijo, más para sí mismo que para su lobo, aunque sabía que ambos compartían la misma resolución.
"Entonces no temas. Las respuestas llegarán… incluso si duelen."
Deva, por su parte, libraba una batalla interna cada vez más feroz. Las sombras parecían aferrarse a ella, susurrándole promesas de desesperación, intentando arrastrarla a un abismo oscuro. Cada día era una lucha para mantenerlas a raya, y cada noche, sentía que el peso en su alma crecía. Sin embargo, esa noche algo cambió.
En sus sueños, se encontró de pie en un vasto prado bañado por la luz de la luna llena. El aire era cálido, perfumado con el aroma de flores nocturnas, y la hierba bajo sus pies parecía brillar con un resplandor plateado. A su lado, su loba, Alyarah, se materializó como una presencia radiante.
Alyarah era majestuosa: su pelaje blanco como la nieve parecía absorber la luz de la luna, reflejándola en un brillo suave e hipnotizante. Sus ojos eran de un rosa translúcido, llenos de calma y determinación, como si miraran más allá del tiempo y el espacio. La loba inclinó ligeramente su cabeza hacia Deva, y un vínculo silencioso se encendió entre ellas, lleno de confianza y fuerza.