La Bendición de la Diosa Luna
Deva no podía precisar exactamente cuándo comenzó el sueño. Un instante estaba luchando por no sucumbir al agotamiento, y al siguiente, se encontraba en un vasto prado bañado por una luz plateada que parecía venir de todas partes. Alyarah estaba a su lado, su figura majestuosa brillando como nunca antes. Su pelaje blanco relucía como si estuviera hecho de la misma luz lunar, y sus ojos rosados ardían con determinación.
Frente a ellas, una figura emergió de la luz: la Diosa Luna. Su presencia era abrumadora, cargada de una fuerza que parecía traspasar la piel de Deva para llenar su alma de paz y poder.
—Deva. Alyarah. —La voz de la diosa resonó como un canto antiguo, cargado de sabiduría y compasión—. Han sido elegidas no solo para luchar, sino para guiar. El enemigo que enfrentan no solo acecha desde las sombras; también habita en los corazones llenos de miedo y desesperación.
Deva dio un paso adelante, sintiendo que cada movimiento la acercaba más a una verdad que no sabía que buscaba.
—No sé si soy lo suficientemente fuerte. Las sombras son implacables, y yo... yo apenas puedo sostenerme.
La Diosa Luna extendió una mano, tocando a Deva en la frente. En ese instante, un torrente de energía recorrió su cuerpo. No era solo fuerza; era claridad, esperanza, y una conexión profunda con Alyarah que iba más allá de las palabras.
—No estás sola —dijo la diosa, girando su mirada hacia Alyarah—. La unión entre ustedes es única. Una sola alma dividida en dos cuerpos, destinada a brillar en la oscuridad más profunda. Juntas, portan la luz que disipará las sombras.
Alyarah aulló, un sonido que resonó como un eco poderoso. Deva sintió el calor del vínculo fortalecerse aún más, y la diosa colocó sus manos sobre ambas.
—Les otorgo mi bendición. La luz de la luna siempre estará con ustedes, incluso cuando el cielo esté cubierto de oscuridad. Pero recuerden, el poder que les doy solo será efectivo si confían en su propia fuerza.
La calma que siguió a la batalla resultó ser un engaño. Aunque las sombras habían sido dispersadas, una sensación opresiva persistía en el aire, como si algo oscuro y antiguo los estuviera observando desde las profundidades del bosque. El cielo seguía encapotado, bloqueando cualquier rayo de la luna que pudiera reconfortarlos. Alexander, Deva, y los demás se reunieron en un círculo improvisado, sus cuerpos marcados por heridas y sus mentes cargadas de preguntas.
Raegan fue el primero en romper el silencio.
—No podemos quedarnos aquí. Lo que enfrentamos esta noche fue solo un fragmento del verdadero enemigo. Si no nos movemos, seremos su siguiente blanco.
Kaelan asintió, su expresión grave.
—Lo sabemos, pero la pregunta es hacia dónde. —Sus ojos se posaron en Alexander, quien permanecía inmóvil, mirando al horizonte como si viera algo que los demás no podían percibir.
Deva, aún sintiendo los efectos de su fusión con Alyarah, se acercó a Alexander. Colocó una mano en su hombro, su tacto ligero pero lleno de intención.
—¿Alexander? ¿Qué ves? —preguntó en voz baja, temiendo interrumpir el flujo de pensamientos que claramente lo consumía.
Alexander giró lentamente la cabeza hacia ella, su mirada ardía con una mezcla de rabia y determinación.
—Él está cerca. Damian. Puedo sentirlo. —Kael gruñó dentro de su mente, un eco de la rabia contenida que Alexander apenas podía controlar—. Está reuniendo fuerzas, y no va a detenerse hasta que lo enfrentemos. Pero hay algo más... algo que no entiendo todavía.
Raegan entrecerró los ojos, cruzando los brazos sobre su pecho.
—¿Qué quieres decir?
Alexander cerró los ojos por un momento, tratando de ordenar los fragmentos de recuerdos que seguían llenando su mente. Desde que había recuperado su memoria, todo parecía un torbellino: imágenes de su padre, de su madre, de la traición de Damian... y algo más, algo que aún permanecía fuera de su alcance.
—Hay un lugar —dijo finalmente, abriendo los ojos—. No sé cómo lo sé, pero hay un lugar donde todo comenzó. Es allí donde encontraremos respuestas. Y quizás... donde termine esto.
Kaelan dio un paso al frente, con su postura rígida y protectora.
—Si sabes dónde está, iremos contigo. Pero no podemos caminar a ciegas, Alexander. Necesitamos un plan.
Alexander y los demás estaban reunidos en torno al mapa improvisado que Kaelan había trazado en el suelo. Las líneas y marcas apenas podían contener la tensión que llenaba el aire.
—Es aquí —dijo Alexander, señalando un punto oscuro en el mapa—. Es el lugar que vi en mis recuerdos. Allí comenzó todo, y allí terminará.
Raegan frunció el ceño, su expresión marcada por la duda.
—Eso nos lleva al corazón del territorio de las sombras. Si vamos allí, será una guerra.
—Entonces será una guerra. —Alexander habló con una firmeza que sorprendió incluso a Kaelan, quien observaba en silencio.
Deva se acercó a Alexander, colocando una mano en su hombro.
—No importa cuán oscuro sea el camino. No estamos solos.
Alexander asintió, sus ojos ardiendo con una determinación inquebrantable.
—La manada no sabe nada de esto todavía. Siguen bajo el hechizo.
Pero lo que ellos no saben es que la manada está despertando. Y cuando lo hagan, será demasiado tarde para las sombras.
Anjana, la sabia de la manada, estaba en su cabaña cuando sintió la primera punzada de la visión. Sus ojos se cerraron involuntariamente, y un torrente de imágenes invadió su mente.
Se vio caminando por un sendero cubierto de luz plateada. En la distancia, dos figuras se alzaban: un hombre alto, con una presencia imponente y un aire de liderazgo natural, y una mujer a su lado, con una elegancia que irradiaba fuerza y compasión. La antigua luna y el antiguo alfa. Kaelan y Lyanna, los nombres que no había pronunciado en años, resonaron en su mente como un eco lejano.