La manada de Damian estaba al borde del colapso. Tras la última batalla, los lobos habían comenzado a recuperar los fragmentos de memoria que el hechizo del Encantador les había robado. Lo que antes era un alfa intocable ahora no era más que un impostor despreciado. En cada rincón del territorio, se escuchaban gritos y discusiones, y los enfrentamientos se hacían inevitables.
Aurora, la Luna de la manada, había permanecido aislada, procesando las verdades que había descubierto. Pero esa noche, tomó una decisión que cambiaría el destino de todos.
Con pasos firmes, irrumpió en la reunión que Damian intentaba mantener en el salón principal. Los lobos presentes se apartaron al verla avanzar, su mirada encendida por una mezcla de dolor y furia.
—¡Aurora! —exclamó Damian al verla—. Por favor, escúchame.
Aurora alzó una mano, cortando sus palabras.
—No hay nada más que escuchar, Damian. —Su voz resonó con una fuerza que hizo temblar las paredes—. Yo, Aurora, Luna de esta manada, te rechazo como mi pareja destinada y como alfa impostor.
Las palabras cayeron como un trueno. Damian retrocedió, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo.
—¡No puedes hacer esto! —rugió, desesperado—. ¡Aurora, por favor!
Pero el vínculo entre ellos se rompió de manera brutal, un hilo invisible desgarrado por el rechazo. Damian cayó al suelo, con las manos en su pecho mientras su lobo interior aullaba en agonía.
Aurora lo miró con lágrimas en los ojos, pero su decisión estaba tomada.
—Tus mentiras y ambiciones nos han llevado a esto. No tienes ningún poder sobre mí ni sobre esta manada.
Con un último vistazo, Aurora salió del salón, llevando consigo su propia lucha interna, una que incluía proteger al hijo que llevaba en su vientre, un secreto que Damian nunca conocería.
Después del rechazo, los lobos de la manada se movilizaron rápidamente. Aprovechando su debilidad, lo llevaron al calabozo, ignorando sus gruñidos y protestas. Cuando la pesada puerta de hierro se cerró, Damian quedó solo en la oscuridad, con el eco de su fracaso retumbando en sus oídos.
—Esto no ha terminado —murmuró para sí mismo, sus ojos brillando con una rabia sombría.
Esa misma noche, mientras Damian permanecía en las celdas, una figura emergió de las sombras. El Encantador, con su sonrisa insidiosa, observó a Damian con una mezcla de burla y curiosidad.
—Parece que el gran Alfa ha caído —se burló, su voz suave como un veneno dulce.
Damian se levantó con dificultad, apoyándose en los barrotes de la celda.
—No he terminado. —Su voz era un gruñido bajo, cargado de desesperación.
El Encantador lo estudió, ladeando la cabeza.
—¿Y qué planeas hacer? Has perdido a tu Luna, tu manada te odia, y tu lobo… parece que también te ha abandonado.
Damian apretó los dientes, su mirada llena de determinación.
—Quiero tu apoyo. Dame el poder que necesito y te daré a Deva viva.
El Encantador sonrió lentamente.
—Interesante. Pero, si fallas esta vez, Damian, no habrá segundas oportunidades.
Damian asintió, su mente trabajando frenéticamente.
—El antiguo Alfa, Kaelan… si sigue vivo, lo mataré. Y a Alexander también.
El Encantador rió suavemente, sus ojos destellando con un brillo maligno.
—Veremos si estás a la altura de tus palabras.
Con un movimiento de su mano, desapareció, dejando a Damian en la penumbra, pero con una chispa de esperanza sombría.
Esa misma noche, mientras Damian permanecía en las celdas, una figura emergió de las sombras. El Encantador, con su sonrisa insidiosa, observó a Damian con una mezcla de burla y curiosidad.
—Parece que el gran Alfa ha caído —se burló, su voz suave como un veneno dulce.
Damian se levantó con dificultad, apoyándose en los barrotes de la celda.
—No he terminado. —Su voz era un gruñido bajo, cargado de desesperación.
El Encantador lo estudió, ladeando la cabeza.
—¿Y qué planeas hacer? Has perdido a tu Luna, tu manada te odia, y tu lobo… parece que también te ha abandonado.
Damian apretó los dientes, su mirada llena de determinación.
—Quiero tu apoyo. Dame el poder que necesito y te daré a Deva viva.
El Encantador sonrió lentamente.
—Interesante. Pero, si fallas esta vez, Damian, no habrá segundas oportunidades.
Damian asintió, su mente trabajando frenéticamente.
—El antiguo Alfa, Kaelan… si sigue vivo, lo mataré. Y a Alexander también.
El Encantador rió suavemente, sus ojos destellando con un brillo maligno.
—Veremos si estás a la altura de tus palabras.
Con un movimiento de su mano, desapareció, dejando a Damian en la penumbra, pero con una chispa de esperanza sombría.
Aurora y Anjana estaban en la pequeña cabaña de la sabia, ambas inmersas en una conversación tensa. Anjana, con su profundo conocimiento de la magia y los antiguos hechizos, había captado fragmentos del nuevo pacto de Damian con el Encantador.
—Si logra escapar, el daño que puede causar será catastrófico —dijo Anjana, sus ojos brillando con preocupación.
Aurora asintió, su expresión decidida.
—No podemos permitirlo. ¿Qué podemos hacer?
Anjana vaciló por un momento antes de hablar.
—Hay un hechizo antiguo… uno que me permitirá contactar con Raegan y Alexander. Pero es peligroso. Podría costarme la vida.
Aurora la miró fijamente, su mano nuevamente sobre su vientre.
—Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, lo haré.
Anjana negó con la cabeza.
—Esto es algo que debo hacer sola.
Mientras tanto, Alexander, Deva, Kaelan, y el resto de los supervivientes de la batalla avanzaban con cautela a través del bosque. Tras la explosión de luz que había acabado con las sombras, el territorio seguía impregnado de peligro. Los árboles susurraban con advertencias, y los ojos de depredadores observaban desde las sombras.
—Este lugar está contaminado —dijo Kaelan, observando el entorno con el ceño fruncido—. No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo.