Era una noche mágica en la manada, una de esas que Alexander pensaría que siempre recordaría. La gran casa de la manada estaba completamente decorada para la ocasión. Guirnaldas de ramas de pino y cintas rojas adornaban cada pared, mientras que pequeños adornos de madera tallada representaban lobos, estrellas y lunas. Un árbol majestuoso, casi tan alto como el techo, dominaba el centro del salón, decorado con luces encantadas que brillaban como estrellas.
Alexander, un cachorro de apenas seis años, corría alrededor del árbol, sosteniendo un adorno con ambas manos, su pelaje suave y moteado brillando bajo las luces cálidas.
—¡Papá! ¡Papá! —gritó, girándose hacia Kaelan, quien estaba organizando una caja de decoraciones—. ¿Dónde pongo este?
Kaelan, con su habitual porte fuerte pero cálido, sonrió mientras se agachaba para quedar a su altura.
—Ese va en las ramas de arriba, pequeño, pero creo que necesitarás un poco de ayuda.
Antes de que Alexander pudiera responder, Kaelan lo levantó con facilidad, permitiéndole colocar el adorno. Mientras tanto, Lyanna, su madre, se acercó desde el otro lado de la sala con un arreglo de velas y ramas de acebo.
—Alexander, ¿has terminado de ayudar con el árbol? Hay más cosas que organizar en la mesa.
Alexander asintió con una sonrisa traviesa, pero antes de que pudiera moverse, una figura alta apareció en la entrada del salón. Era Damian, acompañado de su padre, Gavin, el beta de la manada.
Damian, aunque apenas un adolescente, ya mostraba el porte de alguien consciente de su posición. Su cabello oscuro estaba perfectamente peinado, y sus ojos observaban la sala con una mezcla de curiosidad y desdén. Alexander, todavía un cachorro, corrió hacia él con la emoción de alguien que admiraba a los mayores.
—¡Damian! ¿Quieres ayudar con el árbol?
Damian lo miró, alzando una ceja con una expresión de superioridad.
—¿Ayudar? —repitió con un tono burlón—. Eso es para los que no tienen algo más importante que hacer.
Gavin, su padre, puso una mano firme en su hombro.
—Damian, estamos aquí para celebrar como manada. Compórtate.
El joven lobo desvió la mirada, pero no dijo nada más. Kaelan se acercó a Gavin con una sonrisa amable, aunque había un brillo serio en sus ojos.
—Gavin, me alegra que hayas venido. La Navidad no sería la misma sin el beta de la manada y su familia.
Gavin asintió, pero antes de responder, Damian habló nuevamente, su tono frío.
—Algunos solo están aquí porque tienen que estarlo. No todos tienen la suerte de ser Alfa.
El ambiente se tensó ligeramente, pero Kaelan lo ignoró, enfocándose en la celebración.
En otro lado del salón, Deva, apenas un poco menor que Alexander, corría alrededor de su madre, Mara. Con su cabello oscuro en rizos desordenados y una risa contagiosa, era difícil no notar su presencia.
—¡Alexander! —gritó Deva mientras corría hacia él—. Mi mamá dice que están haciendo galletas. ¡Vamos a buscar unas!
—¡Pero el árbol no está listo! —protestó Alexander, aunque ya la seguía hacia la cocina.
Mara y Lyanna intercambiaron sonrisas mientras los niños desaparecían.
—Esos dos… Siempre están juntos.—pensó Mara con cariño
—La Diosa luna nos está dando una señal —pensó Lyanna, con un brillo nostálgico en sus ojos.
Cuando la decoración estuvo terminada, la manada entera se reunió en el gran comedor. La mesa estaba llena de platos abundantes: carne asada, guisos, pan recién horneado, y torres de galletas decoradas con glaseado rojo y blanco. Las velas encantadas iluminaban la sala, creando un ambiente cálido y acogedor.
Kaelan se levantó, alzando su copa.
—Hoy celebramos no solo la Navidad, sino la fortaleza de nuestra manada. Cada uno de ustedes es parte de esta familia, y no hay mayor regalo que eso.
Todos aullaron en señal de acuerdo, incluso los cachorros, aunque sus aullidos eran más bien chillidos que provocaban risas. Damian, sin embargo, permaneció serio, mirando a Kaelan con una expresión difícil de descifrar.
Aurora, una loba joven cercana a Damian, intentó animarlo, pero él apenas le dedicó una mirada.
—No importa lo que digan —murmuró Damian para sí mismo—. Algún día, yo estaré en su lugar.
Después de la cena, todos salieron al claro donde la fogata principal ardía con fuerza. Bajo la luz de la luna llena, los lobos comenzaron a transformarse, sus figuras humanas cediendo paso a sus formas lobunas. Era una tradición correr bajo la luna en Navidad, una forma de agradecer a la Diosa Luna por su protección.
Alexander, en su forma de cachorro, intentó seguir a Kaelan, aunque sus patas pequeñas lo hacían tropezar. Deva, a su lado, también luchaba por mantenerse al ritmo, pero ambos reían, disfrutando del momento.
Damian, sin embargo, se mantuvo apartado. Observaba a Kaelan liderar la carrera, su mirada fija en el Alfa, como si ya estuviera planeando algo en su interior.
Esa noche, mientras Alexander se acurrucaba junto a su madre y su padre bajo el cielo estrellado, sintió una paz indescriptible. Era un momento de felicidad pura, de unión. Sin saberlo, esa Navidad sería una de las últimas antes de que las sombras se cernieran sobre la manada.
Damian, mientras tanto, miraba las estrellas desde lejos, una chispa de ambición ardiendo en su interior. No sabía cuándo, pero estaba decidido a cambiar su destino.