El calabozo de la manada estaba sumido en una inquietante calma. Damian, sentado en el rincón más oscuro de su celda, no dejaba de pensar en su caída. El rechazo de Aurora, la pérdida de su manada, y ahora su encarcelamiento, lo habían consumido con una furia incontrolable. Pero esa noche, algo cambió.
Una presencia sombría se deslizó dentro del calabozo, envolviendo las paredes con una neblina oscura y gélida. Damian levantó la cabeza, y en la penumbra distinguió al Encantador, su silueta alta y etérea, con ojos que parecían arder como carbones.
—Damian —susurró el Encantador, su voz como el eco de mil tormentas—. ¿Sigues dispuesto a cumplir tu parte del trato?
Damian se levantó lentamente, su orgullo herido pero su ambición intacta.
—No dejaré que Alexander o su familia me arrebaten lo que es mío. Dime qué debo hacer.
El Encantador sonrió, un gesto que parecía una grieta en la oscuridad.
—El Señor de la Ruina tiene un nuevo plan. Necesitamos el alma de Deva. Una vez que su cuerpo quede vacío, será el recipiente perfecto para el poder que buscamos. Pero para completar el ritual, tú serás nuestra herramienta, nuestro emisario.
Damian dudó por un momento, pero su deseo de venganza superó cualquier escrúpulo.
—Lo haré.
Con un gesto del Encantador, las sombras rodearon a Damian, rompiendo las barras de su celda como si fueran de papel. Libre, Damian se unió al Encantador en su oscuro propósito, sin saber que no era más que un peón descartable en un juego mucho más grande.
En el campamento de Raegan, la noche era tranquila, pero Alexander no podía dormir. Algo en el aire le resultaba extraño, como una vibración que perturbaba su conexión con Kael y, más importante, con Deva.
Mientras Alexander intentaba calmar su mente, Deva dormía profundamente en su cabaña, su respiración tranquila y regular. Sin embargo, en el mundo espiritual, una fuerza oscura estaba en movimiento. Las sombras se deslizaron dentro de la habitación, serpenteando alrededor de su cuerpo.
Deva soñó con un prado bajo la luz de la luna, pero la luz comenzó a apagarse lentamente. Se giró para buscar a Alyarah, su loba, pero en lugar de encontrarla, un vacío se abrió bajo sus pies. Las sombras la envolvieron, tirando de ella hacia un abismo.
En el plano físico, Deva comenzó a retorcerse, su cuerpo emitiendo una luz tenue que se apagaba poco a poco. Su alma fue arrancada, dejando solo la esencia de Alyarah atrapada en su forma física.
Alexander sintió el cambio de inmediato. Se levantó de un salto, su corazón acelerado.
—Kael, algo está mal. No siento a Deva como antes.
Kael gruñó en respuesta, compartiendo la inquietud de Alexander. Sin perder tiempo, corrió hacia la cabaña de Deva. Cuando llegó, encontró su cuerpo allí, pero algo en ella era diferente, vacío.
—Deva… —susurró, sus manos temblorosas mientras la tocaba—. No estás aquí…
Mientras Kaelan, Lyanna y Raegan discutían las consecuencias del mensaje de Aurora y los eventos recientes, un sonido abrupto de pasos apresurados irrumpió en la conversación. Alexander entró corriendo en la cabaña, llevando el cuerpo inerte de Deva en sus brazos. Su rostro estaba pálido, sus ojos llenos de angustia.
—¡Algo terrible ha ocurrido! —exclamó, con la voz quebrada—. Deva… algo le han hecho. Su cuerpo está aquí, pero no siento su alma.
Kaelan y Lyanna se acercaron de inmediato. Lyanna colocó una mano en la frente de Deva, cerrando los ojos mientras intentaba sentir alguna conexión espiritual.
—No está completa… —susurró Lyanna, horrorizada—. Su esencia está atrapada, pero su alma ha sido arrancada.
Raegan frunció el ceño, observando el cuerpo de Deva con gravedad.
—Esto no es obra de cualquiera. Las sombras están detrás de esto.
Kaelan, con los puños apretados, dejó escapar un gruñido profundo.
—No lo permitiré. Encontraremos su alma y traeremos a Deva de vuelta.
Alexander levantó la mirada, con una mezcla de desesperación y determinación.
—Lo haremos. Lo juro.
En ese momento, un rayo de luz plateada se filtró por la ventana, iluminando el rostro de Alexander y el cuerpo de Deva. La presencia de la Diosa Luna se hizo evidente cuando una figura etérea emergió del resplandor.
—Hijos míos, el tiempo es crucial —dijo la Diosa, su voz resonando como una melodía celestial—. El Señor de la Ruina ha capturado el alma de Deva y planea usar su cuerpo como recipiente. No puede completarlo sin ambas partes, pero no hay tiempo que perder.
Kaelan se inclinó, con respeto y urgencia.
—¿Qué debemos hacer, Madre Luna?
—Alexander —continuó la Diosa, volviendo su atención al joven lobo—, tú eres la clave. El vínculo que compartes con Deva es más fuerte que cualquier hechizo. Lleva su cuerpo contigo y protégela a toda costa. La conexión entre vuestros corazones guiará su alma de regreso.
Alexander asintió, la determinación encendiéndose en su interior.
—Lo haré. Protegeré a Deva, cueste lo que cueste.
La Diosa Luna extendió su luz, envolviendo a Deva y a Alexander brevemente.
—Mientras tanto, Kaelan, Lyanna, y tú, Raegan, debéis buscar a los Guardianes. Solo ellos tienen el conocimiento necesario para enfrentar el poder del Señor de la Ruina. Pero cuidado: el enemigo no descansará.
El resplandor de la Diosa comenzó a desvanecerse, dejando una sensación de urgencia en el aire.
—No os detengáis, hijos míos. La oscuridad avanza, pero aún hay esperanza.
Cuando la luz desapareció, Kaelan miró a Raegan y Lyanna, su expresión seria.
—No podemos fallar. Los Guardianes son nuestra única esperanza.
Raegan asintió, ajustándose su capa.
—Partiremos de inmediato —dijo Kaelan, mirando a Alexander—. Los Guardianes son nuestra única esperanza para recuperar lo que hemos perdido.
Alexander, con el cuerpo de Deva en brazos, negó con la cabeza, su mirada ardía con una determinación implacable.