El Señor de la Ruina, sentado en su trono de sombras, observaba la chispa luminosa que flotaba en su prisión. El alma de Deva parecía frágil, pero su brillo resistía, desafiando la oscuridad que la envolvía. Alrededor, las sombras susurraban como voces inquietas, cargadas de intriga y reverencia hacia su maestro.
Uno de los más antiguos servidores del Señor de la Ruina, un ser conocido como Sarnath, se materializó en el salón. Sus ojos, dos pozos vacíos de un negro impenetrable, buscaron la aprobación de su maestro antes de hablar.
—Amo, ¿por qué tanto interés en esta loba? —preguntó, inclinándose profundamente—. Muchos han caído antes de ella, y ninguno ha mostrado resistencia contra vuestra voluntad como esta alma.
El Señor de la Ruina levantó una mano, haciendo callar las sombras que susurraban alrededor de Sarnath.
—Esa loba no es como los demás —respondió, su voz grave y cargada de poder—. Su alma no solo es pura, sino que está ligada a algo que ni tú ni los que vinieron antes de ti han podido comprender.
Sarnath levantó ligeramente la cabeza, intrigado.
—¿Está ligada al equilibrio?
El Señor de la Ruina sonrió, una mueca que no contenía alegría sino una oscura satisfacción.
—No al equilibrio, sino al poder que subyace en él. Esa loba es un recipiente, un conducto a través del cual fluye la esencia de la Diosa Luna. No solo es su bendecida, sino que su alma contiene un fragmento del mismo poder de la creación que dio vida a este mundo.
Sarnath retrocedió, su expresión vacía cargada ahora de reverencia y miedo.
—¿El poder de la creación? Pero eso… eso es peligroso, incluso para vos, mi Señor.
—Precisamente por eso la necesito —interrumpió el Señor de la Ruina, su tono más agudo—. Su alma es la clave para desatar una energía que los Guardianes, la Diosa Luna, y todos los protectores de este mundo han mantenido oculta durante milenios. Una energía que no solo destruirá a mis enemigos, sino que me permitirá rehacer el mundo a mi imagen.
Sarnath vaciló antes de formular su siguiente pregunta.
—¿Y el cuerpo, amo? Si el alma de la loba es la clave, ¿por qué mantener también su cuerpo intacto?
El Señor de la Ruina se inclinó hacia adelante, sus ojos oscuros brillando con una malicia creciente.
—El cuerpo es el ancla. Sin él, el alma es inestable, incapaz de liberar todo su potencial. Si obtengo tanto su cuerpo como su alma, puedo fusionarlos y convertirla en mi recipiente. Ella será el conducto a través del cual canalizaré el poder de la creación misma, torciéndolo a mi voluntad.
Las sombras a su alrededor susurraron con inquietud. Incluso para ellas, la ambición del Señor de la Ruina era aterradora.
—¿Y qué pasa con el vínculo? —preguntó Sarnath, con una voz casi temblorosa—. Su lazo con el Alfa… Alexander… es profundo. ¿No será un obstáculo?
El Señor de la Ruina apretó los dedos, y una oleada de oscuridad recorrió la sala.
—El vínculo es un inconveniente, pero no insuperable. Si logro romper su conexión antes de la fusión, ella será mía completamente. Alexander es un problema, pero incluso los lazos más fuertes pueden ser deshechos con suficiente sufrimiento.
La sala se sumió en un silencio absoluto, roto únicamente por los susurros distantes de las sombras.
Sarnath se inclinó profundamente una vez más.
—Entiendo, mi Señor. Vuestro plan es perfecto. Pero… ¿y si fallan los peones? Ya no tenéis a Damian ni a Cairon.
El Señor de la Ruina dejó escapar una risa seca, que resonó como un eco lúgubre.
—No necesito peones débiles como ellos. Mis verdaderas fuerzas están listas, y yo mismo me encargaré de lo que ellos no pudieron. Alexander y su patético grupo nunca llegarán a tiempo para deshacer lo que ya he puesto en marcha.
Volvió su mirada hacia el alma de Deva, encerrada en su prisión de sombras. Extendió una mano, y las cadenas que rodeaban el alma se tensaron, arrancando un destello de su luz.
—Ella será mía. Y cuando lo sea, ni la Diosa Luna ni los Guardianes podrán detenerme. Este mundo será reconstruido desde las cenizas, y su pureza será el combustible de mi gloria.
El Señor de la Ruina se recostó en su trono, sus dedos tamborileando en el reposabrazos mientras sus pensamientos giraban en torno a su victoria inminente.
Sarnath se retiró en silencio, dejando a su maestro solo con sus maquinaciones. Mientras tanto, en el corazón de las sombras, el alma de Deva continuaba brillando, luchando silenciosamente contra las cadenas que intentaban apagar su luz.
El Guardián más alto dio un paso al frente, extendiendo sus manos hacia el centro del templo. Una luz brillante comenzó a formarse en respuesta a su gesto, iluminando los rostros cansados pero esperanzados de Alexander y su grupo.
—Nos has hecho reflexionar, Diosa. Si el equilibrio ya está roto, nuestra intervención podría ser necesaria para restaurarlo.
Los otros Guardianes asintieron en silencio, y uno de ellos añadió con un tono grave:
—Uniremos nuestras fuerzas a las tuyas. Pero advertimos: las consecuencias de esto serán grandes.
La Diosa Luna, aún envuelta en su luz plateada, asintió lentamente. Aunque su expresión era seria, sus ojos mostraban un atisbo de alivio.
—Las consecuencias son inevitables, pero es mejor luchar por un futuro que resignarse a un destino de oscuridad.
Alexander, que había permanecido de pie junto a su madre y su padre, dio un paso adelante.
—¿Qué debemos hacer para salvar a Deva?
El Guardián central giró su rostro hacia él, y aunque su luz no revelaba emociones humanas, su voz parecía cargar con un peso insondable.
—El alma de Deva está en el Nexus de Sombras, un lugar donde el tiempo y el espacio no tienen significado. Recuperarla requerirá más que fuerza física. Necesitarás resistencia mental y emocional, porque las sombras intentarán desgarrar tu espíritu antes de permitir que la rescates.