El Eco Del Rechazo

Capítulo 28: La Trampa del Nexus

Alexander, jadeando, todavía sostenía la esfera luminosa que creía contenía el alma de Deva. La tenue luz azulada que envolvía el núcleo le parecía familiar al principio, pero algo empezó a inquietarlo. A medida que el calor en sus manos se desvanecía, un frío antinatural comenzó a invadir su cuerpo.

—Deva… —murmuró, mirando fijamente la esfera. Pero la voz que había escuchado antes no volvía a resonar, y la conexión que siempre había sentido con ella no estaba allí.

El silencio en el Nexus se tornó opresivo. De repente, la esfera pulsó con una energía oscura y comenzó a transformarse. La figura de Deva emergió lentamente, pero su rostro estaba distorsionado, sus ojos vacíos y oscuros como pozos sin fondo.

—¿Alexander? —la voz sonó quebrada, una parodia de la calidez que él conocía—. ¿Por qué me haces daño? ¿No confías en mí?

Alexander sintió como si un cuchillo se clavara en su corazón. Pero algo estaba mal, terriblemente mal. Cerró los ojos, intentando sentir el vínculo que los unía, el hilo invisible que siempre los conectaba. Y no encontró nada. Nada más que vacío.

Cuando volvió a abrir los ojos, las dudas se desvanecieron. Esa criatura no era Deva.

—Tú no eres ella. —Su voz era baja, pero cargada de resolución.

La falsa Deva inclinó la cabeza, sus labios torciéndose en una sonrisa cruel.

—¿Qué importa si soy real o no? —preguntó con burla—. Tú quieres salvarme, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no bajas tus defensas y te entregas? Quizás eso la traiga de vuelta.

Alexander dio un paso atrás, el dolor en su pecho intensificándose. La criatura avanzó, sus movimientos sinuosos y antinaturales, mientras el Nexus a su alrededor parecía cambiar, volviéndose más oscuro y asfixiante.

—Prefiero morir antes que caer en tus mentiras. —Con un rugido, Alexander invocó la luz de la Diosa Luna, envolviéndose en un halo plateado.

La criatura se abalanzó sobre él, pero Alexander esquivó, lanzando un rayo de luz que desgarró su forma ilusoria. Sin embargo, con cada golpe que daba, la falsa Deva gritaba con la voz de la verdadera, llenando su mente con recuerdos y emociones que lo debilitaban.

—No… no puedo dudar. —Alexander apretó los dientes, luchando contra las lágrimas mientras liberaba un estallido final de energía que hizo añicos la figura. La falsa alma se desintegró, dejando tras de sí una risa escalofriante que resonó en el vacío.

—La verdadera alma de Deva está muy lejos de tu alcance —dijo una voz profunda y burlona que resonó en el vacío. Era el Señor de la Ruina, surgiendo desde las sombras como una figura imponente y aterradora—. Puedes buscar todo lo que quieras, cachorro, pero no la encontrarás. Su alma está bien escondida, y ni siquiera tus lazos podrán guiarte a ella.

Alexander, con el cuerpo exhausto y el corazón cargado de angustia, cayó de rodillas. Sus manos se apoyaron en el suelo frío del Nexus mientras intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Sin embargo, el peso de las palabras del Señor de la Ruina no apagó su determinación. Lentamente, alzó la vista, sus ojos brillando con furia y desafío.

—No importa dónde la escondas —respondió Alexander con voz temblorosa pero firme—. La encontraré. No voy a rendirme, ni por ella ni por nuestro vínculo.

El Señor de la Ruina soltó una carcajada oscura que resonó como un eco interminable en el Nexus.

—Qué conmovedor, cachorro. Pero mientras tú corres como un ratón atrapado en mi laberinto, yo me encargaré de destrozar todo lo que amas. —Su tono se volvió más bajo y cruel—. He enviado a mis sombras. Tus preciosas manadas no sabrán qué las golpeó. Veremos cuánto puedes resistir cuando todo lo que te importa esté envuelto en la oscuridad.

En el territorio de Raegan, los lobos comenzaron a notar un cambio en el aire. Una sensación de opresión y un frío inexplicable se extendieron por el bosque. La primera sombra apareció al caer la noche, deslizándose entre los árboles como un humo venenoso. Los lobos más jóvenes, desprevenidos, apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de ser atacados.

Raegan caminaba inquieto en círculos, su instinto primario gritándole que algo terrible estaba sucediendo. Estaba junto a Kaelan y Lyanna, esperando ansiosamente el regreso de Alexander desde el Nexus, pero su corazón estaba dividido. Un dolor punzante en el pecho lo hizo detenerse de golpe, jadeando como si hubiera recibido un golpe directo.

—Algo está mal… mi manada —murmuró con una voz cargada de angustia.

Kaelan y Lyanna lo miraron con preocupación.

—¿Qué sucede? —preguntó Lyanna, dejando su guardia momentáneamente para acercarse a él.

—Puedo sentirlo —dijo Raegan, llevándose una mano al pecho—. Mi manada está en peligro. Están sufriendo. Están… —Su voz se quebró mientras su mirada se volvía distante.

Kaelan apretó los puños, su semblante endurecido.

—No podemos perder más tiempo aquí. Alexander tiene que regresar, pero no podemos ignorar esto.

De repente, un resplandor plateado iluminó el lugar. La Diosa Luna apareció, su rostro reflejando tanto compasión como determinación.

—Raegan, escucho tu angustia —dijo con una voz que resonaba como un eco en el aire—. Tus lazos con tu manada son fuertes, y su sufrimiento resuena incluso en los planos divinos. Pero no estás solo.

Raegan se arrodilló, luchando por contener la mezcla de emociones que lo abrumaban.

—Diosa, por favor, ayúdalos. No puedo estar allí para protegerlos… y no quiero perder a más de los míos.

La Diosa Luna extendió una mano hacia él, y un cálido resplandor envolvió su figura.

—Tus lazos son tu fuerza, Raegan, y son un reflejo de la fidelidad y el sacrificio que das por los tuyos. Yo no puedo abandonar a aquellos que luchan en mi nombre. Les enviaré refuerzos, pero necesito algo más para mantener el equilibrio.

Raegan asintió,

La Diosa Luna observó a los tres líderes, su expresión severa pero llena de propósito. El resplandor plateado que la rodeaba parecía intensificarse, reflejando la urgencia de la situación.




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