El reencuentro de Deva y Alexander trajo un alivio palpable al templo. Las lágrimas y abrazos se entrelazaron con el peso de la próxima batalla
La Diosa Luna habló, su tono grave y solemne llenando el templo.
—La guerra no ha terminado. El Señor de la Ruina aún existe, y sus sombras continúan amenazando este mundo. Ahora que Deva está a salvo, debemos dirigir nuestra atención hacia derrotarlo.
Deva, todavía recuperándose, tomó la mano de Alexander con fuerza, aunque su voz sonaba débil.
—No lo enfrentaremos solos. Juntos somos más fuertes.
Alexander asintió, su mirada fija en la Diosa Luna.
—¿Dónde están mis padres? ¿Y Raegan? No puedo continuar sin ellos.
La Diosa Luna hizo un gesto con la mano, mostrando una visión del campo de batalla. Lyanna, Kaelan y Raegan seguían luchando con sus respectivas manadas, enfrentándose a las interminables oleadas de sombras. La batalla no había cesado desde que Alexander había partido en busca del alma de Deva.
—Tus padres y Raegan están allí, defendiendo a sus manadas. Han luchado sin descanso. Ahora que las fuerzas de las sombras están debilitadas por tu victoria aquí, es momento de que todos se reúnan para el siguiente paso.
Alexander apretó los puños.
—Debo ir con ellos. No puedo permitir que sigan luchando solos.
La Diosa Luna negó suavemente.
—Lo harás, Alexander, pero primero, hay algo más que debes saber.
Los Guardianes, que hasta ese momento habían permanecido en silencio, dieron un paso al frente.
—Habéis demostrado un poder que va más allá de lo mortal. Por ello, os otorgaremos nuestras bendiciones para enfrentar la oscuridad. Sin embargo, el resto dependerá de vosotros.
Con un gesto, los Guardianes emitieron una luz brillante que cubrió a Deva, Alexander y los demás presentes en el templo. Alexander sintió una calidez en su pecho, y al mirar su brazo, vio una marca luminosa que brillaba intensamente.
—Esta es nuestra prueba de confianza. Usadla con sabiduría —dijeron los Guardianes al unísono.
Mientras tanto, en el campo de batalla, Lyanna, Kaelan y Raegan sintieron un calor repentino en sus cuerpos. Cada uno recibió una marca luminosa en su piel. Kaelan, sorprendido pero con una mirada determinada, gritó:
—¡Esto debe significar que Alexander ha triunfado! ¡Luchad, hermanos, la victoria está cerca!
Raegan, al recibir la marca, sintió renovadas sus fuerzas. Miró al cielo y murmuró:
—Diosa Luna, nunca pensé que volvería a creer, pero ahora veo tu poder.
En el templo, Deva miró sus manos, confundida.
—No entiendo… ¿Por qué soy tan importante? ¿Qué tengo yo que el Señor de la Ruina desea tanto?
La Diosa Luna se acercó, posando una mano suave en el hombro de Deva.
—Deva, tu alma es especial. Eres más que una simple loba. Dentro de ti reside el poder del vínculo, una energía que conecta todas las cosas vivas. Este poder es la única fuerza capaz de contrarrestar y derrotar al Señor de la Ruina.
Deva retrocedió un paso, sus ojos llenos de asombro y miedo.
—¿Yo? ¿El vínculo? Pero… no soy nadie especial. Solo quiero proteger a los que amo.
—Y precisamente por eso eres especial —respondió la Diosa Luna con una sonrisa cálida—. Tu amor y determinación son lo que hacen que tu poder sea único. El Señor de la Ruina no quiere solo destruirte; quiere utilizar tu energía para romper definitivamente el equilibrio y convertirse en una fuerza imparable.
Alexander apretó la mano de Deva con fuerza.
—No permitiré que eso ocurra. Nadie te hará daño mientras yo esté aquí.
Deva lo miró, su miedo transformándose en determinación.
—Entonces luchemos juntos. Si mi poder es necesario para salvar a todos, no me esconderé.
La Diosa Luna asintió, satisfecha con la respuesta de ambos.
—Ahora es el momento de reunir a todos los aliados posibles. Alexander, regresa a las manadas. Reúne a tus padres y a Raegan. El siguiente movimiento será crucial.
Alexander tomó a Deva en sus brazos, y juntos comenzaron su camino de regreso, dejando atrás el templo de los Guardianes.
Mientras tanto, en el campo de batalla, las fuerzas de las sombras comenzaron a dispersarse lentamente, como si sintieran la inminente unión de los héroes. Alexander, con Deva a su lado, avanzaba decidido bajo la guía de la luz plateada de la Diosa Luna. El sonido de la batalla se debilitaba a medida que se acercaban al territorio de la manada de Raegan.
Finalmente, llegaron al lugar donde Raegan y su manada luchaban con todo su poder. Los lobos blancos enviados por la Diosa Luna se movían como espectros, protegiendo y apoyando a los miembros de la manada de Raegan. Al verlos aparecer, Raegan dejó escapar un rugido de alivio.
—¡Alexander! —gritó, transformándose de vuelta en su forma humana—. ¡Gracias a la Diosa que estáis a salvo!
Raegan corrió hacia ellos, con una mezcla de cansancio y alivio en su rostro.
—¿Deva? —preguntó, con preocupación en sus ojos.
Deva, todavía un poco débil pero sosteniéndose firme, asintió.
—Estoy bien, gracias a Alexander y a los Guardianes.
Raegan miró a Alexander con respeto renovado.
—Lo lograste, cachorro. Sabía que no me defraudarías.
La luz de la Diosa Luna se intensificó, envolviendo a todo el grupo. Su voz resonó en sus mentes como un eco sereno pero poderoso.
—Ahora que estáis reunidos, debo advertiros. El Señor de la Ruina no está vencido. Sus fuerzas aún son vastas, y el tiempo se agota. Deva, eres la clave para derrotarlo, pero no puedes hacerlo sola. Cada uno de vosotros tiene un papel vital en esta lucha.
Alexander miró a la Diosa, con resolución en sus ojos.
—Dinos qué hacer. Estamos listos para enfrentarlo.
La Diosa Luna extendió su mano, mostrando una visión del próximo paso.
—Raegan, tu manada se encuentra en peligro. Las sombras han retrocedido aquí, pero solo para reforzarse. Necesitan tiempo para recuperarse. Toma a tu gente y prepárate, pues el próximo ataque será aún más feroz.