El Señor de la Ruina se había atrincherado en su fortaleza, una estructura imponente conocida como la Torre de la Ruina. La construcción parecía viva, formada por sombras que se retorcían y cambiaban de forma, y su cima se perdía en un cielo cubierto de nubes oscuras. Desde allí, el enemigo observaba el avance de las manadas, su presencia cargada de un odio infinito.
La Diosa Luna lideraba la ofensiva final, su figura radiante brillando como un faro entre las filas de lobos blancos, héroes y guerreros. A su lado estaban Deva, Kaelan, Alexander, Lyanna y Raegan, cada uno portando las cicatrices de las batallas anteriores, pero con la determinación inquebrantable de aquellos que sabían que el destino del mundo dependía de ellos.
Deva, recuperada tras haber sido separada de su alma durante las primeras etapas de la guerra, portaba ahora un poder inusual. Luna había trabajado con ella para canalizar fragmentos de la energía divina, convirtiéndola en un enlace vivo entre los dioses y los mortales. Su presencia inspiraba tanto temor como esperanza, pues todos sabían que el sacrificio de Deva podría ser el último recurso contra el Señor de la Ruina.
Luna reunió a los líderes en un último consejo frente a la torre.
—El Señor de la Ruina ha concentrado toda su oscuridad aquí —dijo, señalando la fortaleza viviente—. Su núcleo de poder está en la cima, pero para alcanzarlo, tendremos que superar a las sombras y los colosos que protegen cada nivel.
Deva asintió con gravedad, su voz cargada de serenidad y determinación.
—No subestiméis la oscuridad. Él conoce nuestras estrategias, pero no nuestra unión. Mi papel será contener su núcleo mientras vosotros preparáis el golpe final.
Kaelan apretó los puños, mirando a Deva con preocupación.
—¿Estás segura de que puedes hacerlo? Ese monstruo ya intentó destruirte una vez.
—Y no lo logró —respondió Deva, mirándolo con intensidad—. Esta vez no tendrá la oportunidad.
Alexander asintió, su mirada fija en la torre.
—Entonces no perdamos tiempo. Dividámonos en equipos. Mientras unos mantendrán ocupadas a las fuerzas del exterior, los demás atacaremos directamente al núcleo.
Kaelan se adelantó, sus ojos ardiendo con determinación.
—Yo lideraré la primera ola. Nos abriremos camino hacia la base y protegeremos la entrada.
Raegan puso una mano sobre el hombro de Kaelan.
—No estarás solo. Mis mejores guerreros estarán contigo.
Luna extendió su luz sobre ellos.
—No os puedo garantizar el éxito, pero puedo prometer que no estáis solos. La luz, el viento y la tierra estarán con vosotros.
Deva levantó la vista hacia la torre, su conexión con el núcleo del Señor de la Ruina pulsando en su pecho.
—Y yo estaré con vosotros hasta el final.
La batalla estalló con un rugido ensordecedor que reverberó por todo el campo de guerra. Colosos de sombra y hordas de criaturas emergieron como una marea oscura, enfrentándose a las fuerzas mortales con una ferocidad que parecía infinita. A pesar de ello, los guerreros no retrocedieron. La luz plateada de la Diosa Luna iluminaba el camino hacia la imponente torre del Señor de la Ruina, un faro de esperanza en medio del caos.
Luna alzó sus manos al cielo, invocando rayos de luz divina que disolvieron las sombras más densas. Cada destello era como una estrella fugaz que cortaba el manto de la oscuridad. A su lado, los lobos blancos lideraban la carga, sus aullidos resonando como un canto de guerra ancestral.
—¡No detengáis el avance! —gritó Kaelan, su voz elevándose por encima del estruendo.
Dentro de la torre, la atmósfera era opresiva. Una oscuridad tangible cubría los corredores, retorciéndose como si estuviera viva. Los pasadizos cambiaban de forma, cerrándose y abriéndose al azar, mientras criaturas más grandes y letales que las Vanguardistas acechaban en las sombras. Trampas de energía oscura se activaban al menor movimiento, lanzando chorros de púas sombrías que se clavaban en las paredes con un sonido escalofriante.
Kaelan y Raegan avanzaban juntos, sus movimientos tan sincronizados que parecían una única entidad. Cada golpe de sus garras y mandíbulas era certero, desgarrando a los enemigos que intentaban bloquear su camino.
—¡A mi izquierda, Raegan! —gritó Kaelan, esquivando una embestida.
—¡Lo tengo! —respondió Raegan, saltando para interceptar a una criatura que se abalanzaba sobre ellos.
Mientras tanto, Lyanna lideraba otro grupo, su mente táctica brillando incluso en el caos. Con un ojo atento, desactivaba trampas con movimientos precisos, guiando a su equipo por los pasadizos que parecían más seguros.
—¡Cuidado con el suelo! —advirtió, justo antes de que una sección del corredor se desmoronara, revelando un abismo lleno de tentáculos sombríos que se agitaban buscando víctimas.
Alexander, con su fuerza descomunal, avanzaba con furia, derribando puertas y destruyendo barreras que parecían imposibles de superar. Cada golpe de sus puños hacía temblar las paredes de la torre.
—¡Nada nos detendrá! —rugió, mientras lanzaba a un enemigo contra una pared, dejándolo reducido a un charco de sombras dispersas.
Sin embargo, era Deva quien encabezaba la carga más peligrosa. Lideraba un tercer grupo compuesto por los guerreros más experimentados y decididos. La energía divina que había heredado de Luna emanaba de su cuerpo, envolviéndola en un aura plateada que mantenía a raya a las sombras.
—¡Seguid avanzando! —ordenó con una voz que resonaba como un trueno—. ¡No miréis atrás! Si caemos aquí, el mundo cae con nosotros.
Deva alzó ambas manos, canalizando un rayo de luz que atravesó a una criatura colosal que bloqueaba su camino. El monstruo cayó con un grito desgarrador, pero no antes de lanzar una última embestida que rozó a uno de los suyos.
—¡Aguanta! —gritó Deva, arrodillándose junto al guerrero caído. Sus manos brillaron mientras cerraba las heridas con una rapidez milagrosa—. No podemos permitirnos perder a nadie más.