Huyó al baño, cerrando la puerta detrás de ella. Al mirar el espejo, algo no estaba bien. Su reflejo no la imitaba; se quedaba quieto, mirándola con una sonrisa retorcida. Laura gritó. Su reflejo levantó una mano, como invitándola a acercarse.
La sensación de irrealidad la asfixiaba. Recordó lo que decía el diario de la niña: había un espejo en la casa que no mostraba la verdad. El eco la había atrapado.
Intentó romper el espejo, pero no se quebraba. Entonces, el reflejo comenzó a hablar:
—No escaparás, Laura. Nunca lo hacen.