Una figura emergió de la negrura. Era un hombre alto, con el rostro cubierto por una capucha. La figura se acercó lentamente, su presencia opresiva.
—Bienvenida —dijo con una voz grave—. Sabía que vendrías.
Laura temblaba.
—¿Quién eres? —preguntó, con la garganta seca.
El hombre sonrió.
—Soy el guardián de esta casa. Este lugar no es solo una casa, es un umbral entre mundos. Quien escucha el eco está condenado a quedar atrapado aquí, como tú. Alimentas a la casa, le das vida.
Laura retrocedió, pero no había a dónde ir.