De repente, Laura se encontró de nuevo frente a su propio reflejo, pero esta vez era algo más. El eco comenzó a hablarle, enumerando sus fracasos: la historia que había dejado pasar, el error que cometió en su trabajo, el miedo constante al fracaso, a la soledad.
—No eres nada —dijo el eco—. Nunca lo serás.
Laura gritó, pero luego algo cambió. Cerró los ojos, respiró profundamente, y aceptó que sí, había cometido errores. Sí, tenía miedo. Pero eso no la definía.
Con cada verdad que aceptaba, el eco se debilitaba.