El suave calor que lentamente despedía la tarde embriagaba el sentimiento de calma en su corazón. Dulces brisas acariciaban sus mejillas y arrullaban sus pensamientos que se agitaban como una bestia en su cabeza. Los últimos días habían sido turbulentos, dejándola la bestia en su cabeza muy exhausta. Sentía que se contradecía, por una parte, aclamaba el caos y el desorden, por otro añoraba desesperada su ritual de las tardes. Miraba el atardecer desde la ventana de su habitación, el reflejo naranja, a veces rosado o rojizo, sentenciaba el final de un día, fuese este bueno o no tan bueno.
Tomaba su café mientras fijaba sus ojos oscuros como la noche que se acercaba, en el tono rosado de las nubes, como una suave flor de loto que se sumía en tinta. Al verse rodeada de la noche, dio por terminado su espectáculo. Cerró la ventana y se recostó en el respaldar de su cama mientras revisaba mensajes. Román le hablaba sobre su preocupación ante la evidente ausencia de Irina, se había desaparecido todo el día. Alina le tenía cariño a la muchacha, sin embargo, su actitud no le agradó en lo absoluto. En el pasado había amenazado a los chicos con exponer sus diabluras. Era una cobarde, si buscaba ser una persona “correcta” no debía pretender que le gustaba pasar el tiempo con ellos, ¿no? Eso le comentó a su vecino cuando preguntó por su opinión. Samanta aseguraba que Irina solo buscaba la atención de Will, como lo había hecho en reiteradas ocasiones.
“Venga a la casa”
El mensaje de Román hizo que se incorporara.
“Rápido”
No preguntó, se cambió la blusa, se puso sus sandalias y su abrigo característico. Era un bonito suéter rosado pastel con unas fresas bordadas en el frente, lo llevaba a todos lados. Aunque a Samanta le pareciera infantil y constantemente se burlara de él.
Alertó a sus padres de su paseo nocturno, quienes no protestaron. Salió rápidamente y recorrió la calle en un santiamén. La casa de su amigo estaba a unas tres cuadras, dos hacia el sur y una hacía el oeste. De camino se encontró con Chayote, el gato naranja de la familia.
—Chayote, venga para acá —llamó al gato, quien se acercó buscando caricias.
Alina se acercó lentamente, lo acarició y lo alzó. Debía regresarlo a la casa de Román, ya que sabía que constantemente se escapaba. En cuestión de segundos, Chayote la mordió y se perdió entre la neblina.
—Puto gato de mierda.
Derrotada, se acercó al timbre y con la mano adolorida llamó. La brisa sacudió su cabello, mientras la figura del muchacho aparecía en la puerta, había abierto tan rápido que la ráfaga sopló unas hojas que estaban en la entrada.
—¡Qué lenta!
—¡El pu… bendito Chayote me mordió!
—¿Chayote? ¿Dónde se fue? —la madre de su amigo, quien era idéntica a él, miró hacia la dirección en la cual señaló Alina—. Pobrecita mi chiquita, me va a conocer cuando regrese, ¡condenado gato!
Alina entró en el cálido hogar, el cual siempre olía a rosas. Doña Felicia siempre tenía rosas frescas en su altar de la Virgen, que cortaba de su jardín. Siempre que recordaba esa casa, podía sentir el fuerte perfume de las flores.
Se sentó a la mesa mientras Doña Felicia, muy tranquilamente le curaba la mordida del gato, no quería que se le infectara. Su amigo calentaba agua mientras esperaba, siempre le preparaba agua dulce cuando Alina lo visitaba.
La familia Pérez Esquivel gozaba de la reputación de ser excelentes anfitriones, muy cálidos y amables. Sus vecinos los adoraban, excepto su madre, por alguna razón que desconocía. Quien apoyaba su amistad con el hijo mayor de la familia, era su padre, quien conocía a Doña Felicia desde que usaban pañales. El hermano mayor de Román vivía en Cartago debido a la universidad, por lo que vivían solos él, su madre y el famoso Chayote. Gato el cual traía calumnias a la familia en cada ocasión que se le presentaba, atacando otros gatos, destruyendo macetas y dejando “sorpresas” en la tapa del auto del vecino de al lado. Otro importante detalle, es que cualquier visita en aquella casa, estaba acompañada por un chisme.
—¿No me va a creer que la chiquilla de Gustavo Pereira intentó robarnos? —indignada contó la historia—. Ella mandó a una amiga distraerme mientras metía donas en el bolso, ¿puede creerlo? ¡Yo le cambiaba los pañales!
—Una desagradecida.
—¡Tiene toda la razón, Alinita!
No podía juzgarla, había cometido actos similares en el pasado. Conocía a la chiquilla, era un año menor que ellos, siempre buscaba llamar la atención en el colegio.
—Ya quedó lista, mi amor. Perdón por irme así, pero tengo que terminar de arreglar unas camisas que Josito necesita para la universidad.
—No se preocupe, Doña Felicia. ¡Muchas gracias!
La señora se despidió con un beso en la frente y se alejó por el pasillo, repleto de imágenes de santos y fotos de sus hijos.
Román le señaló su cuarto. Con agua dulce en mano, Alina lo siguió. Se sentó en la silla que tenía un almohadón tejido a mano. El chico cerró la puerta, muy dramático, se sentó en su cama y sacó su celular.
—Esto no podía contárselo por mensaje —Extendió su mano y le entregó el celular—. No supe qué responderle y no quería decirle a los demás todavía. Porfa, no se enoje.
Alina colocó la taza sobre la mesa. Era un mensaje muy extenso y se tomó su tiempo en leerlo, poco a poco sintió como le sudaban las manos. Impactada se volvió a su amigo.
—¡Exacto! ¿Qué hacemos?
Para Alina era algo un poco cruel de admitir, nunca le agradó la idea de ser amiga de Irina. La conocieron a inicios de octavo, cuando ingresó a su sección. Ella había sido amiga de las chicas más bonitas y conocidas en el colegio, las que tenían mil admiradores y eran invitadas a las fiestas buenas. Siempre había alguien entregándoles tareas e inclusive dinero. Irina fue rechazada por ellas luego de un muy grande escándalo en el colegio, por el cual estuvo cerca de ser expulsada. Will, quien la conocía desde la escuela, le rogó a Román, Samanta y Alina que la dejara acompañarlos en los recreos, le daba lástima su falta de amigos y el constante rechazo que sufría, temía que entrara en depresión si no conseguía amigos. Así fue como Irina, quien para nada calzaba con su grupo, se unió a ellos. Siempre supo que en algún momento se alejaría de ellos. Aunque no de esa manera.