Alina no esperaba pasar sus primeros días de vacaciones, rogándole por piedad a Irina. Su plan era pasar la tarde con sus amigos y olvidar el incidente con la profesora Marta. Mientras se perdía en sus pensamientos, Román caminaba muy ansioso de lado a lado de la cocina, tamborileaba sobre el mohoso mueble, excesivamente largo. Samanta por su parte, enfocaba sus brillantes ojos miel en la ventana, observaba el viento danzar con los árboles que cubrían el lote vecino. El único que parecía tranquilo era Will, quien miraba fijamente su celular, fingiendo desinterés.
El sonido de una puerta abrirse colocó la atención de los chicos en una sombra que emergía de entre el patio trasero. Irina, con el cabello recogido en una coleta, los miraba bastante molesta, hizo el gesto de darse la vuelta, pero se detuvo a medio camino. Molesta, se acercó a sus viejos amigos.
—Román me prometió que venía solo.
—Solo a una tonta como usted se le ocurre creer eso —escupió Samanta, era conocida por su tosca personalidad y nula paciencia.
—Tranquila, Sammy —Will la miró un poco ofendido. Todos sabían que estaba enamorado de Irina, era claro que estaba de su lado.
El crujido de los pasos de Irina interrumpió las palabras de la rubia, se sentó en una de las cajas que ellos siempre usaban como silla. Cruzó las piernas y los brazos, dando a entender que no se sentía intimidada en lo absoluto.
—No vine aquí a que me ofendan. Vine a hacerles un favor —miró a Samanta y luego a Alina—. Si no decimos nada, de alguna forma se van a dar cuenta. Siempre lo hacen.
—¿Habla por experiencia?
La chica le dirigió una mirada de odio a Alina.
—Vean, a mí me dijeron que eso era lo mejor, así evitamos problemas antes de entrar a décimo y no nos van a expul…
—Irina, ¿a quiénes se refiere? —interrumpió Román, él era mucho más pacífico que sus dos amigas. Genuinamente quería solucionar todo de una manera tranquila.
—Al novio, obviamente —acusó Samanta.
Hubo un silencio muy incómodo. Román y Alina se miraron, sabían muy bien a quien se refería, pero no era posible.
—¿Cuál? ¿De quién habla? Yo no tengo novio.
Will se sobresaltó.
—Usted sabe de quién estoy hablando.
La muchacha soltó una risa nerviosa, se puso pálida al notar la seria expresión de los demás. Estaba acorralada.
—¿Cómo saben ustedes?
—Ayer, justo después de su berrinche, mi prima la vio salir de la casa de él. Tomó una foto y me la mandó. No había querido decir nada, pero… —dijo sacando su celular y enseñándole a la chica una muy clara foto de ella esperando fuera de una casa celeste. Pasó a la siguiente foto, en ella se podía apreciar muy claramente cómo el profesor Daniel le abría la puerta y la saludaba. Pasó a la siguiente imagen, en esta se besaban.
Irina comenzó a sollozar, se tapó el rostro con las manos e inició llanto. Román intentó consolarla mientras Samanta la miraba triunfal. Alina aún no sabía cómo sentirse al respecto, había sido traicionada, aunque intentaba convencerse de que ella se lo había ganado. Después de unos minutos, con los ojos muy hinchados, la cara empapada y cubierta de mocos ella miró a Samanta. En sus ojos suplicaba perdón, como un religioso a los pies de su Dios crucificado.
¿Por qué era ella la que lloraba? No tenía derecho a sentirse mal. Había sido traicionada por su amiga, los iba a vender por un hombre que la maltrataba, la engañaba y humillaba.
Ella era víctima. Ella lo eligió por encima de ellos.
Ella era una mentirosa.
—Si usted dice algo, voy a mandárselo a su mamá —amenazó Samanta.
Tenerle piedad sería absurdo. Ellos la aceptaron cuando nadie en el colegio quería acercarse, cuándo susurraban que tenía sífilis y estaba embarazada, cuando le escribían notas obscenas en el casillero, cuando los profesores la miraban como si fuera una zorra. Irina había prometido no volver a verlo, y aun así prefirió confesar sus pecados al hombre que la había hecho pasar por el infierno.
—Perdón, de verdad… yo no quería… estaba pensando y… es la única…
Era difícil entender lo que decía entre sollozos. Era una triste imagen, la chica hecha pedazos, suplicando por un poco de compasión. Pero el rostro de Samanta se mantenía igual de serio, unas lágrimas no la harían cambiar de opinión. ¿Era su amiga un poco cruel?
—Samanta…
—¡Hablo muy en serio, Irina! —levantó la voz, lo cual nunca hacía. Solo cuando estaba furiosa—. Los está manipulando, es muy obvio, ¡lo que quiere es salvarse ella!
—¡No podemos tratarla así! Es nuestra amiga —la defendió Román.
Ya no.
Will se arrodilló para estar a la altura de su amiga. Ella lo miró y bajó la mirada.
—Usted me prometió que no iba a volver a hablarle a ese asqueroso…
Irina buscó apoyo en los únicos dos que no la habían acorralado. La debilidad de la chica era su única salvación, lo sabía con mucha claridad.
—Willy, porfa…
Sintió un extraño escalofrío en la espalda, el viento entraba por la ventana de la cocina, hojas secas bailaban a los pies de los muchachos. De reojo, pudo observar una pequeña sombra moverse por la ventana. Posiblemente una ardilla. La casa la hacía sentir incómoda. Por primera vez, reparó en la oscuridad de los pasillos, como si buscara atraerla para jamás dejarla salir.
—Podemos arreglar esto —estableció Román, levantó sus brazos haciendo un gesto para calmar a ambas partes—. Irina no le va a decir nada a nadie, ¿verdad?
La chica mantuvo silencio, miraba sus botines cubiertos de barro.
—¿Irina?
—¡No puedo creer que me vayan a chantajear! ¡Se supone que somos amigos! ¡Ustedes son igual de mierda que todos los demás! ¡Hijos de puta!
El repentino cambio de la lástima al odio sorprendió a los presentes. Su mirada de rencor, sus ojos hinchados por el llanto y las dos gotas negras de su maquillaje cubriendo sus mejillas, le daban un aspecto aterrador. Se puso de pie bruscamente, causando que la caja en la que estaba sentada cayera al suelo.