El edificio de los Ríos

Cinco

El viento frío se colaba por la ventana, la brisa sacudía los papeles en su escritorio, generando un sonido curiosamente relajante para Alina. Había pasado toda la noche bajo las cobijas, no sentía fuerza para moverse y cerrar la ventana. El frío la distraía de sus turbulentos pensamientos, sentía que su cabeza explotaría en cualquier momento. Respiró profundo, esperando el sonido de los papeles revolcándose y luego exhaló. Le ardían los ojos tras la larga madrugada observando cuidadosamente el chat con Irina, ¿esperaba un mensaje suyo confesando que todo había sido una broma? ¿O tal vez que se había ido del país para escapar de su culpa? O en el peor de los casos, la policía tocando su puerta para llevársela por lo que le hicieron a la casa de la profesora. Realmente no le importaba, solamente quería una señal de que estaba bien y acabar con esa locura. El tiempo transcurrió y nunca recibió dicha señal.

Los rayos del sol la cegaron. Había caído rendida en los brazos del sueño. Los recuerdos de la tarde anterior eran vívidos. Rápidamente revisó que los mensajes de Román y Samantha estuvieran en su lugar. La pequeña esperanza de que todo fuese una alucinación colectiva se esfumó. Ahora, más despierta que nunca, debía enfrentar la realidad. Infinidad de ideas y posibilidades habían surgido a lo largo de la noche, ninguna capaz de explicar los acontecimientos vividos por el grupo. La reacción de sus padres empeoró la situación aún más. Su madre no recordaba a Paola, la madre de Irina, quienes habían sido compañeras de colegio y se conocían muy bien. Mucho menos recordarían a Irina misma.

Ese día había decidido quedarse en cama por el mayor tiempo posible. Escuchaba a su padre caminar en la cocina, preparar el desayuno, charlas con las noticias de fondo, su hermana uniéndose a la conversación y luego alistarse para salir de la casa. Ella esperaba pacientemente el “click” del llavín para saber que por fin estaría sola. Era su momento de paz.

Cada semana sus padres y hermana visitaban a la tía Flor, una señora que le había prohibido la entrada a su casa. Nunca se llevaron bien, ni cuando era pequeña y mucho menos después de su incidente en el séptimo grado. Sus primos, eran tan molestos y falsos como ella, siempre pretendían ser personas correctas y llenas de valores, pero sabía que era lo opuesto. El mayor de sus primos se escapaba con una chica llamada Betty, con quien engañaba a su “perfecta y católica” novia. Por otra parte, la hija menor se escapaba de sus clases de italiano para verse con un grupo cuestionable de marihuanos de su pueblo. Claro, todos lo sabían menos su familia, ¿por qué lo sabía ella? El hermano mayor de Román salía con la mejor amiga de su prima y les contó todos los detalles de su vida detrás de la familia.

En fin, ellos no soportaban su presencia y ella no soportaba la de ellos. Era mejor así. No iba a privar a sus padres de verse con otros familiares por su culpa.

Salió de la cama a rastras y puso música a todo volumen. Tarareaba mientras se preparaba su café y desayuno. Amaba las mañanas de sábado, el sol en la ventana, ese calor combinado con la brisa. Para ella era el clima perfecto. Así disfrutó la mayor parte del día, viendo películas, comiéndose los dulces que compraba a escondidas y mensajeando con sus amigos. Intentaba ignorar el terrible hecho ocurrido el día anterior.

El motor del auto la despertó de su trance[1] . Rápidamente recogió envoltorios, apagó el televisor y limpió las migajas del sillón mientras corría a esconder todo a su habitación. Cerró la puerta suavemente, mientras escuchaba los pasos y voces acercarse por la entrada, al entrar a la casa pudo escuchar las bolsas que cargaban, esperaba que se tratara del almuerzo.

—¡Alina! ¿Ya se bañó? ¿O al menos comió? —preguntó su madre desde la cocina.

—Sí, Ma —respondió mientras se cambiaba la blusa.

—¿Sí qué, Alina? ¿Se bañó, comió o se acaba de despertar? —Hubo molestia en su tono, entonces Alina decidió salir de su habitación.

—Ya desayuné —anunció, su madre la miraba con desagrado.

—¿Son las dos de la tarde y no se ha bañado? Sea cochina y métase al baño —ordenó la mujer, dejó un envase verde sobre la mesa—. Aquí le manda su tía, un arroz con pollo.

Se dio una ducha rápida. Se vistió y salió a comer el triste y seco arroz con pollo de tía Flor. Comió en silencio mientras su padre ponía uno de sus programas de ventas de casas, por alguna razón le gustaban mucho. Su madre ojeaba uno de los periódicos católicos que su hermana siempre le regalaba cuando la visitaba. Su otra hermana acompañaba a su papá, mientras comían unas galletas.

El silencio del hogar fue interrumpido por el timbre. ¿Quién venía un sábado a esa hora? A veces Román la visitaba sin anunciar, por lo que esperaba que se tratara de él, ¿quería comentarle sobre Irina? Sintió su alma caer en el suelo cuando vio el uniforme. La joven policía saludaba a su padre amablemente.

—Don Héctor, un gusto saludarlo.

—¿Cómo ha estado, Fabianita? ¿Todo bien en el trabajo?

—Por supuesto, solo que vine con no tan buenas noticias…

Inmediatamente sintió las cuatro miradas fijas en ella.

“Encontraron a Irina. ¿Viva o muerta?”

—¿Qué hizo ahora? —pregunta su padre.

—No, nada, solo quería hacerle unas preguntitas, si no hay problema.

—Pase adelante, por favor.

Con una taza de café en mano y la mirada seria. Frente a frente, Alina esperaba que le lancen la piedra. Sudaba frío por el miedo. No estaba segura de sí quería saber o no el desenlace.

—¿Ha hablado con William, el hijo de Don Luis Alfaro?

¿Will?

—No, ¿por qué? ¿Le pasó algo? —se apresuró a concluir.

—No, tranquila —sonrió un poco para aligerar la tensión. Sus padres escuchaban atentamente desde la sala—. Es que estuvo en la estación en la mañana. Me preocupa porque estaba muy confundido.

—¿Confundido?

—Sí, me habló de una amiga suya que se desapareció… la había llamado Irina si no me equivoco.



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En el texto hay: drama, suspenso, terror cosmico

Editado: 13.10.2025

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