Quakertown, Pensilvania, Estados Unidos
Noviembre 11, 1997
Las mañanas de los días martes eran especiales para Elizabeth Oxford, eso desde que se había mudado a Quakertown, su familia estaba feliz por tenerla nuevamente en Pensilvania, quizás no en el lugar donde creció, pero al menos ahora no tenían que esperar a que ella decidiera viajar de Nueva York hasta Pensilvania, o viceversa; habían pasado de tener que viajar tres horas y minutos en auto a viajar solo veintitrés minutos; la familia de Elizabeth no podía permitirse viajar en avión de Pensilvania a Nueva York, por esa razón se les dificultaba visitar a la favorita de la familia.
Así que la familia Oxford apenas se enteró de la llegada de Elizabeth a la ciudad que la vio nacer y crecer, decidieron pasar la mayor cantidad de tiempo posible junto a ella.
Y los días martes eran especiales en parte gracias a esas visitas que recibía por la mañana mientras disfrutaban de las actuaciones de los alumnos de Elizabeth; una vez que se graduó de la universidad y se casó con su novio, el novio de toda su vida, decidió enfocarse en su nueva etapa, comenzó a ser una mujer de casa; detalle que sus cuñadas notaron y que no tardaron en hacerle saber que estaba mal; Elizabeth no solo se había dedicado a estudiar durante años solo para que terminara siendo la esposa de tal hombre. Ellas sabían que Elizabeth era más que eso, y claro que Elizabeth también lo sabía; pero quizás no todos notaban lo que estaba ocurriendo tras el primer año de matrimonio, tras el viaje de Hernan a Londres para lo de su especialidad; nadie sabía lo que pasaba en casa y por la mente del matrimonio; tampoco es que Elizabeth o Hernan lo supieran a la perfección, pero el sentimiento de que las cosas no iban bien estaba ahí; eso o el embarazo había hecho que Elizabeth se volviera un poco más paranoica.
El día anterior, Elizabeth había acompañado a su esposo al aeropuerto pues había recibido una llamada solicitando su presencia urgentemente en el Instituto de Cardiología que se encontraba en Cambridge, en Reino Unido, ella sabía que era importante la presencia de su marido en aquel lugar, de no ser así no le habrían llamado y dicho que era realmente necesaria su ayuda. Elizabeth era consciente de lo importante que era su marido para muchas personas, y eso le hacía sentirse especial, su hija y ella tendrían al mejor hombre a su lado, y él se encargaría de recordárselo día con día, y Elizabeth no estaría más que orgullosa de decir que Hernan Ravenson era un gran esposo y un gran padre.
El martes, Elizabeth estaría preparando su clase al aire libre mientras esperaba la llegada de sus alumnos y la de su familia; la primera persona en llegar fue su hermano George, quien estaba cerca y había ido a ayudar a su hermana a terminar con el orden de las cosas para su clase.
—¿Qué más se tiene que hacer? —Elizabeth recordó en ese momento que no había comprado las gaseosas que prometió a sus alumnos.
—Dios, ¿dónde tengo la cabeza? —George la miró y rió por lo bajo, su hermana seguía siendo tan olvidadiza como siempre.
—No te preocupes, iré yo, ¿algún sabor en especial? —Elizabeth asintió.
—Lima. —George se acercó a su hermana, le depositó un beso en la frente y luego se alejó de regreso a su auto; el camino del lugar donde se encontraba la escuela de Elizabeth a la tienda más cercana era no tan largo, sin embargo, esa mañana había sido la menos favorable para todos; George demoró mucho en llegar de ida y de regreso.
Mientras conducía de regreso a la escuela de Elizabeth recibió una llamada por parte de su madre; estaba alterada y no dejaba de decir cosas sin sentido, hasta que Pauline, la esposa de George habló; Elizabeth había entrado en labor de parto mientras estaba guardando unas cosas dentro de los casilleros de los niños. De esta manera, George tuvo que dar la vuelta al auto y conducir en dirección a la casa de Elizabeth; solo estaba haciendo caso a lo que su esposa le había dicho.
Cuando entró a casa, miró a todos en la enorme sala de la gigantesca casa; todos estaban en espera de noticias sobre Elizabeth y la bebé.
—¿Le han hablado ya a Hernan? —Tenía que haber salido de viaje justo ahora, pensaron casi todos en esa sala.
—Ya, dice que estará aquí por la noche. —Willow, la única hermana que adoraba de manera sincera a Hernan se había encargado de avisarle de lo que estaba sucediendo justo ahora en su casa.
Las horas parecieron infinitas para todos, y justo cuando pensaban en que debían de salir a tomar un poco de aire fresco, dejaron de escuchar los gritos de Elizabeth y entonces el silencio que duró unos segundos se vio opacado por el grito y llanto de un bebé; todos gritaron emocionados mientras se abrazaban entre si y gritaban; ¡ya nació! ¡ya nació!, mientras sonreían y lloraban de la emoción; sabían por lo que había pasado Elizabeth para embarazarse, así que tener a la bebé ya en casa significaba mucho para ellos.
La noche llegó, y mientras Elizabeth descansaba y todos se habían ido a casa, la señora Oxford, madre de Elizabeth se había encargado de tener la comida lista para todos mañana, además de que pensaba quedarse en esa casa, no sabía que tan tarde llegaría Hernan.
—Suegra—Hernan hizo su aparición mientras la señora Oxford estaba en la cocina. —, ¿dónde está? —Fue lo primero que cuestionó mientras le saludaba con un beso en la mejilla, la señora Oxford lo miró sonriendo.