Zohe estaba en su habitación ahogada en un mar de llanto, nunca en su vida se había sentido tan mal, lo que atizaba más su dolor era recordar el rostro de Marck con aquella expresión de dolor profundo. La joven se acurrucó mejor en su lecho buscando forma de encontrar un poco de alivio, pero fue en vano, con ambas manos se aferró a su almohada.
¨Soy una estúpida, por andar con mis tonterías, en vez de platicar, en vez de hacer muchas cosas… –el llanto se le aceleró interrumpiendo sus pensamientos– Tamara tiene razón por dármela de puritana, de que todo debe ser en una misma línea, dejé que esto llegara hasta este punto. Estoy segura que debe estar odiándome y no lo culpo, se miraba tan mal, esos ojitos azules estaban tan turbios y me miraban con decepción, cómo si para mí, su amor no significara nada –otro llanto que salía de lo profundo de su ser–. No Marck, yo te amo con todo mi corazón, solo que soy una estúpida que mantiene la mentalidad de una chiquilla. Ese beso no fue propiciado por mí, no mi amor, hay Dios…¨
Su llanto era amargo y desconsolado, pero esa era la respuesta de sus acciones, pues ella decidió huir del joven, al vislumbrar el carácter del del chico, sin conocer el motivo de su temperamento, al no percatarse que este mundo no existen personas perfectas (ni siquiera ella, que al parecer lo esperaba de su novio, al contrario, él la quería con sus virtudes y defectos, eso que la hacía única), sino gente cambiante que cada día trata de mejorar hasta donde sus capacidades den.
Al día siguiente Marck no se podía poner en pie, la resaca lo estaba matando, nunca se había sentido así, intentó levantarse, pero se fue de bruces al piso, se quedó arrodillado con la cabeza que le martillaba y el estómago ni se diga, prácticamente llegó a gatas hasta el baño, donde desechó parte del malestar; con dificultad se pudo de pie ante el lavabo para lavarse la boca y quitarse el mal sabor a vómito. Todo el cuerpo le temblaba y sin más se desparramó en el sofá, mientras que con las manos se apretaba la cabeza intentando reducir su malestar.
En eso Louis y Henri aparecieron, andaban con la idea de conversar con su amigo y averiguar el mal por el que estaba pasando, pero se quedaron boquiabiertos al ver el estado de su amigo, nunca, nunca, pero nunca le habían visto así.
- Esto sí me está preocupando –susurró Louis.
- Sí, pensé que mis ojos jamás verían esto –convino Henri– hay que hacer algo.
Sin hacer mucho ruido se encaminaron hasta la cocina y empezaron a prepararle café cargado y zumo de naranja. Como Marck estaba con los ojos cerrados a causa del dolor de cabeza, se extrañó con los ruidos.
- ¿Son ustedes chicos? –preguntó.
- Sí, te estamos preparando algo que te ayude –respondió Louis.
- Ok, pero no grites por favor.
Sus amigos solo cruzaron miradas, nadie estaba gritando, pero sí habían pasado aquella horrible reacción la cual no querían repetir y hacía muchos años que no lo hacían. Cuando tuvieron listo el café y el zumo se lo llevaron a Chamorro, el cual empezó a ingerir uno a la vez; primero fue el café y más luego el jugo con unas pastillas, el muchacho se tendió en el sofá.
- Descansa –dijo Louis observando el poco desorden que había en el departamento.
- Supongo que debemos de dejar esto en orden –susurró Henri cuando estuvieron alejados del sofá– no creo que quiera que la de servicio entre estando en ese estado, de por si le solicitó que se haga la limpieza cuando él no está.
- Sí, vamos que no es mucho.
Ximena se dirigía al centro comercial, iba perdida en sus pensamientos, ella había visto todo y sobre todo (valga la redundancia) cuando Alondra sonreía, no podía creer que existiesen tan mala como ella. Su vista se elevó viendo las distintas tiendas, restaurantes y demás, sabía que en el tercer piso la estarían esperando Victoria y Martina, la joven subió uno de los escalones de la escalera eléctrica, no estaba muy segura de que fuera lo correcto asistir a esa reunión cuando su amigo debía estarla pasando mal.
Llegó a la cafetería ahí visualizó a sus dos viejas amigas, al llegar cerca ambas se levantaron formando un abrazo grupal. Empezaron a platicar y recordar viejos tiempos, de cuando las tres se hicieron porristas, cuando Victoria se volvió capitana tres meses antes de que Ximena formase parte del escuadrón.
Ellas reían y contaban, en tanto Pardo se esforzaba por integrarse, pero se le hacía imposible, rápidamente sus acompañantes lo percibieron.
- ¿Sucede algo Ximena? -preguntó Victoria.