El Elegido de Cranoa

Capítulo V: El Extraño en el Bosque.

Era la primera vez que Axel estaba en el Bosque de las Bestias.

Aunque tan solo estaba caminando por un claro del mismo y sin separarse de la muralla, no podía dejar de sentirse observado. Todas las historias que había escuchado mientras crecía en Cranoa vinieron a su mente. Recordó los relatos de los cazadores sobre las diferentes criaturas que abundaban entre los árboles buscando presas desprevenidas para atacarlas, las desapariciones que ocurrían de tanto en tanto y solían ser fuente de conversación en el pueblo durante semanas y, por supuesto, las historias sobre supuestos hechiceros que habitaban en los lugares más recónditos del bosque. Poca gente creía en estos últimos, ya que nadie los había visto de forma clara, y solían considerarse creaciones del imaginario colectivo para explicarse las cosas extrañas y misteriosas que ocurrían en este lugar.

Pero las bestias peligrosas y las extrañas desapariciones no eran fruto de la imaginación. Eran bien reales.

Durante toda su vida Axel había pensado que era imposible que algún peligro acechara tan cerca de la muralla. Sin embargo, una vez fuera cada sombra se asemejaba a un depredador escondido y cada ruido hacía que el corazón del niño se detuviera. Le parecía tonto haber intentado llegar a este lugar durante toda su vida y tuvo dudas de que, de haber tenido la oportunidad, ya habría regresado corriendo al puesto de guardias y aceptado con una sonrisa el castigo más duro a cambio de poder estar protegido una vez más por las murallas de las que tanto había intentado escapar.

Pero esa no era una posibilidad. No mientras Reggie estuviera allí afuera. Hizo en su interior la promesa de no volver a Cranoa hasta que hubiera rescatado a su amiga, sin importar lo que pasara. Por alguna razón, pensar en la situación de Reggie le daba fuerzas y hacía desaparecer a todos los monstruos que acechaban en su imaginación.

«Debo ser la persona más joven que haya estado alguna vez en el Bosque», pensó. «Bueno. A excepción de Reggie».

Continúo caminando hacia el oeste, tal como le había indicado el captor en la misiva, hasta que, cuando faltarían poco más de cien pasos, la muralla daba una abrupta curva en dirección sur, obligando a Axel a separarse de ella.

Al principio no tuvo problema, ya que el bosque no era denso y se podía iluminar con la luna llena que brillaba en el cielo sin nubes. Por desgracia para Axel, el terreno cambió cuando quedaban unos veinte pasos. El niño se topó con el final del claro y no tuve más opción que meterse de lleno en una zona tan arbolada que no se podía ver más allá de los primeros troncos. Miró hacia atrás para darle un último vistazo a la muralla. Si bien no veía el puesto de guardia, alcanzaba a ver humo saliendo desde el lugar donde este debería estar. Los hombres debían haber encendido una fogata.

Volvió la vista, y con ella su mente, a su objetivo actual.

«Sólo serán veinte metros».

Sintió que la oscuridad lo tragaba. La luz de la luna, que había alumbrado su camino hasta ese punto, no penetraba a través de los altos arboles. Esperó a que sus ojos se adaptaran a la negrura. Antes había imaginado seres en las sombras, pero en este momento imaginaba que la oscuridad en si misma estaba allí para acabar con él. Mientras esperaba, se dio cuenta de que había empezado a temblar. Se obligó a controlarse.

Luego de unos segundos, que parecieron siglos, pudo ir descubriendo formas en la oscuridad. No era una gran mejora, todavía no podía ver a más de dos o tres pasos de distancia, pero era lo suficiente para caminar sin chocar con nada o tropezar con las raíces.

No había pensado en la oscuridad. Tan preocupado como estaba por lograr salir de Cranoa había olvidado planificar lo que haría una vez que estuviera afuera. Debió haber traído alguna antorcha para iluminarse. En la situación actual no podría ser capaz de descubrir un ataque hasta que fuera demasiado tarde. Correr por este terreno en la oscuridad sería imposible. Tampoco quería imaginarse lo que pasaría si se perdía en el bosque.

Intentó caminar en línea recta. Supuso que seguía dirigiéndose al oeste pero no tenía forma de asegurarse. Con cada paso, movía su cabeza hacía todas las direcciones tratando de vislumbrar algo entre la oscuridad. En su mente, cada ruido era un animal persiguiéndolo o un hechicero preparándose para usar su magia contra él. Cuando pensaba en esas cosas sacudía la cabeza y se obligaba a concentrarse. No era capaz de eliminar su miedo pero, al menos de momento, era capaz de controlarlo.

Cuando se adentró en el bosque había calculado que faltaban unos veinte pasos para cumplir con los quinientos indicados por el secuestrador. Para cubrir cualquier error en el conteo, Axel se puso un límite de cincuenta pasos. Si luego de esa cantidad no había encontrado rastros de su amiga o su captor, volvería al punto de partida e intentaría una vez más.

Contó veinte pasos y no encontró nada distinto. Era obvio que en ese lugar no había nadie.

«Cinco pasos más o vuelvo a comenzar».

A Axel le aterraba la idea de perderse y no poder encontrar a su amiga. Temió haberse desviado mucho en la oscuridad y una vez más se maldijo por no haber traído alguna fuente de iluminación.



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En el texto hay: sangre, amistad, guerra

Editado: 28.02.2019

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