Desde que era un niño, los videojuegos siempre fueron mi refugio. Mi nombre es V. Soy el mejor jugador de una de las plataformas más competitivas de la red. Mi única meta es ser el mejor.
En este mundo virtual, me enfrenté a miles de rivales, pero ninguno me había desafiado tanto como ella. Elizabeth, o como se hace llamar en el mundo virtual, ShadowMist. Cada vez que entraba a una partida, su nombre aparecía en mi radar, siempre en el top 10, siempre cerca de mí, siempre retándome. Al principio me molestó. ¿Por qué una chica se metía en mi terreno? ¿Y por qué era tan buena?.
Cada vez que nos encontrábamos, los enfrentamientos eran más intensos. Nuestros estilos de juego se complementaban de una manera que casi parecía planeado. Al principio, me pareció una coincidencia, pero a medida que pasaba el tiempo, empecé a darme cuenta de que ella también estaba tan obsesionada como yo con demostrar quién era el mejor.
Una tarde, después de una de nuestras habituales batallas, me envió un mensaje. Para llegar a éste punto después de discutir en cada combate que realizamos intercambiamos números telefónicos.
– No fue una victoria tan limpia, V –.
Me sentí picado. ¿Quién se creía ella? ¿Qué clase de actitud era esa?
– ¿Qué pasa, "ShadowMist"? ¿No te gustó perder? –, respondí. Mi tono era desafiante, pero ella no respondió inmediatamente. Pensé que había dejado la conversación en ese punto, hasta que recibí otro mensaje:
– No estoy perdiendo V, solo te estoy dejando ganar para que no te sientas mal –.
Eso fue lo que me hizo estallar. No podía creer lo que leía. ¿De verdad pensaba que me estaba dejando ganar? Mi ego, que normalmente estaba bien controlado, se desbordó.
– ¿De verdad? Entonces, vamos a ver quién deja a quién ganar en la próxima partida. Estoy harto de tu arrogancia –, le escribí.
Eso inició una serie de enfrentamientos cada vez más tensos, llenos de indirectas y de comentarios que rozaban el límite de la burla. Lo curioso era que, aunque nos desafiábamos constantemente, de alguna manera, había algo en nuestra interacción que me mantenía volviendo. Algo en la forma en que ella jugaba, en la forma en que me respondía. ShadowMist no era una rival cualquiera.
Pasaron semanas, y nuestros intercambios seguían siendo igual de intensos. A pesar de nuestra competencia constante, algo estaba cambiando. Comencé a pensar en ella fuera de las partidas. ¿Quién era en realidad? ¿Qué la motivaba a jugar de esa manera? Tenía la sensación de que debajo de la rudeza de su actitud había algo más.
Me encontraba mirando el perfil de su cuenta más veces de las que debía. A veces, incluso me sorprendía a mí mismo pensando en cómo sería conocerla en persona. Pero luego me reprendía. ¿Qué me pasaba? ¿Estaba perdiendo la concentración?
Lo mismo le ocurría a ella. No lo sabía, pero ShadowMist estaba pasando por lo mismo. A menudo se encontraba mirando mi perfil, analizando cada una de mis jugadas. Sabía que si seguía perdiendo contra mí, la gente en el juego comenzaría a hablar, y perdería el control de mi reputación. Pero había algo más: una chispa de curiosidad que no podía apagar.
Ambos nos desconcertábamos. No entendíamos qué era lo que nos hacía volver a enfrentarnos una y otra vez.
Un día, sin planearlo, el destino nos jugó una mala pasada. Yo estaba en un torneo local, y para mi sorpresa, allí estaba ella, ShadowMist, participando bajo su nombre real, Elizabeth. El ambiente estaba cargado de tensión, y mi corazón empezó a latir más rápido al darme cuenta de que sería imposible evitarla.
Al principio, traté de ignorarla. Estábamos rodeados de otros jugadores, y la mayoría de ellos no tenía idea de lo que estaba pasando. Pero a medida que la competencia avanzaba, me encontré con ella en varias rondas. Cada vez que nos cruzábamos, la animosidad se hacía más palpable.
La miré, y ella me miró a los ojos, como si buscara algo en ellos. No lo encontré. Solo sentí una mezcla de incomodidad y, para mi sorpresa, algo más.
– ¿No te cansas de perder siempre, V? – dijo ella, sonriendo con una arrogancia que solo ella podía tener.
Y, por un segundo, no supe si estaba hablando en serio o jugando.
– No te creas tan bueno solo porque estás ganando ahora. –
La competencia fue feroz. Pero, al final, yo gané. Y, aunque lo celebré como siempre lo hacía, hubo algo diferente en la forma en que la vi. Ella, en cambio, se mostró una mezcla de frustración y orgullo. Era evidente que se sentía herida por la derrota.
– Te gané, ¿verdad? – le dije, con una sonrisa burlona.
– No te creas el rey por una sola victoria. No soy tan fácil de derrotar –, respondió ella, su tono tan desafiante como siempre.
Eso solo hizo que me picara aún más. Había algo en esa actitud que no me dejaba en paz. Al final, cuando la competencia terminó, cada uno se fue por su lado. Pero esa noche, cuando regresé al hotel, una notificación apareció en mi pantalla. Era de ella.
– Te debo una revancha, V. No lo olvides. –
Era imposible no sentir una chispa de emoción en mi pecho. ¿Qué demonios me estaba pasando? ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella?
Los días siguientes fueron tensos, llenos de mensajes cortantes. Ambos pensábamos que lo que había pasado en la competencia era solo una historia más que se quedaría en el olvido. Pero no fue así.
Nos encontrábamos de nuevo en línea, como siempre. Pero algo había cambiado entre nosotros. Los comentarios sarcásticos ya no eran tan agresivos, aunque seguían siendo parte de nuestra interacción. De repente, una noche, cuando estábamos a punto de enfrentarnos una vez más, todo se descontroló.
La conversación comenzó como siempre.
– ¿Listo para perder de nuevo? –, me dijo.
Pero esta vez, algo me hizo responder diferente.
– Tal vez lo que pasa es que te gusto, Eli –.
Silencio. Un silencio pesado. Y luego ella respondió, con una mezcla de sorpresa y desafío:
Editado: 05.05.2025