El concierto de BTS en Seúl era un sueño hecho realidad. Entre la multitud de fans, yo apenas podía creer que estaba ahí, con mi cartelito temblando entre las manos mientras la música resonaba en mi pecho. Pero cuando J-Hope apareció en el escenario, algo cambió. No solo era su energía electrizante o su sonrisa radiante, sino la forma en que, por un instante, sus ojos parecieron encontrarse con los míos.
Fue una fracción de segundo, pero me dejó sin aliento.
Después del show, por alguna extraña casualidad del destino, terminé en un café cercano al backstage, esperando a una amiga que trabajaba en producción. Y allí estaba él, sin el brillo del escenario pero con la misma calidez.
—¿Te gustó el concierto? — preguntó de pronto, acercándose con una sonrisa tímida.
Mi corazón se aceleró. — Fue increíble. Sobre todo tu parte — admití, sintiendo que el rubor me subía por las mejillas.
Él rio, un sonido cálido y familiar, como si ya nos conociéramos de toda la vida. —Gracias. —
— ¿Quieres un café? —
Los días siguientes se convirtieron en semanas de mensajes, llamadas y encuentros furtivos entre sus compromisos. Hablábamos de música, de sueños, de esas pequeñas cosas que solo compartes con alguien que realmente te entiende. J-Hope — no, Hobi — era diferente lejos de las cámaras: más reflexivo, más tierno, más humano.
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Así empezó todo.
Era una de esas noches tibias de verano en Seúl, donde el aire olía a lluvia recién caída y las luces de la ciudad parecían como estrellas terrestres. Hobi me había invitado a su estudio de baile después de semanas de mensajes, risas y miradas que duraban un segundo más de lo normal.
— Nadie viene los domingos — me había dicho con una sonrisa pícara al entregarme la dirección —. Podemos practicar esos pasos que me dijiste.
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El aire en el estudio de baile olía a madera pulida y sudor seco, pero mi atención estaba clavada en cómo la luz de la luna dibujaba sombras peligrosas en la mandíbula de Hobi. Llevábamos una hora ensayando esa coreografía, pero cada vez que sus manos me guiaban, su respiración se cortaba.
— No mires así — había susurrado diez minutos antes, cuando me corrigió la postura por tercera vez.
— ¿Cómo? — le reté, sabiendo muy bien lo que hacía.
Él no respondió. Solo apretó los dientes y dio un paso atrás, como si mi piel le quemara.
Ahora, con la música apagada, el silencio era una cuerda al borde del romperse. Hobi se pasó una mano por el cabello despeinado y húmedo en las puntas mientras caminaba hacia el equipo de sonido con movimientos demasiado deliberados.
— Deberíamos terminar — dijo, pero su voz sonó ronca, como si le costara respirar.
Me acerqué. Sin prisa. Tres pasos que resonaron en el piso de madera.
— ¿Por qué? —
Él giró bruscamente. Sus ojos siempre cálidos, ahora ardían con algo oscuro, voraz.
— Sabes por qué —
El espacio entre nosotros vibraba. Podía sentir el calor de su cuerpo a solo centímetros, el modo en que sus puños se cerraban y abrían, como si luchara por no tocarme.
Fue entonces cuando cometí mi error: bajé la mirada a sus labios.
Hobi lanzó un juramento en coreano y me empujó contra el espejo. El impacto me sacó el aire, pero no tuve tiempo de recuperarlo, su boca capturó la mía con una urgencia que me hizo ver estrellas. No fue un beso tierno. Fue un devorar. Dientes que rozaron mi labio inferior, manos que me hundían en su cuerpo como si temiera que desapareciera, un gemido ahogado, su gemido, que vibró en mi boca cuando le mordí el labio.
— Esto está mal — gruñó contra mis labios, pero sus dedos ya se deslizaban bajo mi sudadera, encontrando piel.
— Mentiroso — le acusé, arqueándome hacia él cuando su boca encontró mi cuello.
— Llevas semanas mirándome como si... —
Un portazo en el pasillo nos separó como un rayo.
Nos quedamos inmóviles, jadeando. Sus labios brillaban por mi lápiz labial, y su pecho subía y bajaba con violencia. Afuera, alguien tosía.
— Jung Hoseok — susurré, viendo el pánico asomar en sus ojos ahora que la realidad los golpeaba.
Él cerró los ojos. Cuando los abrió, había una tormenta en ellos.
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— ¡Hobi-ah! — la voz de Jimin resonó a solo metros de la puerta.
— ¿Sigues aquí? El manager pregunta por ti. —
Hobi me empujó detrás de un divisor de acrílico justo cuando el picaporte giró.
— Sí, sí — respondió, forzando un tono casual mientras bloqueaba con su cuerpo la visión hacia mí —. Solo estaba repasando la coreo nueva.
A través del reflejo en el espejo, vi a Jimin arquear una ceja.
— ¿Solo? — su mirada recorrió el estudio—. Pensé que habías dicho que vendrías con...
— ¡Ya me voy! —Hobi lo interrumpió, empujándolo hacia la puerta con una risa falsa que a mí me heló la sangre —. Dile al manager que en cinco minutos estoy ahí.
Editado: 30.06.2025