CAPÍTULO 1. RECETA PARA EL CAOS (Y TAL VEZ EL AMOR)
Narrado por Jimin:
La vida es orden. La vida es precisión. La vida es… ¡Oh, Dios mío, esa chica acaba de tirar un pastel de tres pisos al suelo!
Estaba en mi pastelería, Éclat, un santuario de azúcar y delicadeza, cuando ella entró como un huracán vestido de rosa. Llevaba unos shorts ridículamente cortos, una camiseta holgada que decía "Prueba mi dulzura" y una sonrisa que desafiaba todas las normas de la sociedad.
— ¡Hola, pastelerito lindo! — gritó, apoyándose en el mostrador como si lo hubiera hecho mil veces. Necesito el pastel más extra que tengas. Algo que diga "Felicidades por tu divorcio, hermana, ahora eres libre como un pájaro… o como una pantera en celo".
Parpadeé. Lentamente.
— ¿Un… pastel temático de divorcio? — pregunté, tratando de mantener mi profesionalismo mientras ella se reía, con la cabeza echada hacia atrás como si acabara de escuchar el chiste del siglo.
— ¡Sí! Con purpurina, chispas de chocolate y… una mini botella de vodka comestible. ¿Puedes hacerlo? — Sus ojos brillaban, desafiantes.
Nadie me hablaba así. Nadie se atrevía. Yo era Park Jimin, pastelero de estrellas Michelin, artista del fondant, el crème brûlée era mi religión. Pero esta chica… esta catástrofe humana… me tenía sonriendo como un idiota.
— Podría… — dije, cruzando los brazos —. Pero va a costarte.
— ¿Oh? ¿Y qué precio tiene el arte, señor Éclat? — Se inclinó hacia mí, oliendo a vainilla barata y energía peligrosa.
— Tu número de teléfono — soltó mi boca antes de que mi cerebro lo procesara.
Ella se rió, fuerte, como si acabara de ganar algo.
— Solo si me dejas ayudarte a hacer el pastel —
— ¿Qué? — No. No, no, no. Mi cocina era sagrada.
Demasiado tarde. Ya estaba saltando la barra, con mis delantales colgando de sus brazos como banderas de guerra.
Lo que siguió fue un desastre. Harina en todas partes, glaseado en su nariz (¿cómo?), y en algún momento, terminé con sus manos sobre las mías, enseñándome a mezclar (¿¡YO!?).
— Tienes manos de artista — susurró, de pronto seria — Pero necesitas más… diversión en tu vida.
— Tú eres la diversión — respondí, sin pensar.
Ella sonrió, lenta, maliciosa.
— Entonces quédate cerca, pastelerito. Esto es solo el primer bocado.
Y así fue.
Porque después del pastel del divorcio (que incluyó una figura de fondant de su ex-esposo siendo devorado por un dragón), vino el pastel de "Cumpleaños 30, pero todavía soy sexy", luego el de "Promoción laboral… y mi jefe puede irse al infierno".
Y en algún momento entre el caos, la harina y sus risas, me di cuenta:
Oh no.
Estoy enamorado de un tornado de azúcar.
Y lo peor… es que me encanta.
-----
No sé cómo terminé aquí.
Es decir, sí lo sé. Fue ella. Siempre ella.
Ahora estoy en medio de un parque, a las 3 de la mañana, con una caja de donas glaseadas en una mano y la chica más peligrosa del mundo colgada de mi brazo, riéndose como si la vida fuera una comedia romántica y ella la protagonista.
— ¡Mira, Jimin! ¡Es una constelación con forma de corazón! — grita, señalando el cielo con un dedo lleno de brillo (¿desde cuándo tenía brillo en las manos?).
— Eso es un avión — respondo, muerto por dentro.
— ¡No! ¡Es una señal del universo de que deberíamos besarnos! — Sus ojos brillan con esa mezcla de locura y ternura que ya me tiene completamente perdido.
— No funciona así la astronomía —
— ¿Ah, no? — Se gira hacia mí, todavía sonriendo, y de pronto su nariz está a centímetros de la mía. Huele a azúcar quemada y algo totalmente intoxicante.
— Entonces educame, pastelerito —
Maldita sea.
-----
Dos semanas antes…
Después del incidente del pastel de divorcio, pensé que no la volvería a ver.
Pero apareció de nuevo.
Y otra vez.
Y otra.
Cada vez con excusas más ridículas:
— "Necesito un pastel que diga ‘Lo siento por romper tu ventana, pero tu perro empezó primero’."
— "¿Puedes hacer cupcakes con fotos de mi gato? Se llama Satanás. Es un ángel."
— "¡Hoy es el aniversario de cuando me tropecé frente a tu tienda y me enamoré de tus croissants! (Y de ti, pero eso es secundario)."
Y cada vez, yo, el gran Park Jimin, maestro de la repostería francesa, terminaba diciendo sí.
-----
El problema no es que ella sea un desastre (lo es).
El problema no es que haya convertido mi impecable cocina en una zona de guerra con glaseado (lo hizo).
El problema es que me gusta.
Me gusta cómo ríe cuando se mancha la cara de chocolate. Me gusta cómo me llama "pastelerito" como si fuera un apodo digno y no algo que haría llorar a mis profesores de Le Cordon Bleu.
Me gusta demasiado.
Y ahora estoy aquí, en medio de la noche, con una dona en una mano y su mirada desafiante clavada en mí.
— ¿Qué pasa, Jimin? — susurra, juguetona — ¿Tanto miedo le tienes al azúcar? —
— No le tengo miedo al azúcar — murmuro, acercándome sin poder evitarlo — Tengo miedo a ti —
Ella sonríe, lenta, victoriosa.
— Pues es demasiado tarde. Ya me dejaste entrar a tu cocina… y a tu corazón —
Y antes de que pueda protestar, sus labios están sobre los míos, dulces, cálidos, perfectos.
Editado: 30.06.2025