—Hace poco más de dos meses visité una cabaña, fui con dos de mis amigos; Mathías y Lucas —comenzó a relatar—. Al principio no quería acompañarlos porque el trabajo estaba fuerte; varios casos tenían mis días y mis noches muy ocupadas; pero ellos, viendo mi nivel de estrés ascender como el humo, me convencieron de hacer mis maletas y tomar el avión. Al principio, el plan era pescar un día sí y el otro también, sin preocuparnos por la tecnología, el trabajo o las fiestas a las que hace mucho había renunciado, pues prefiero pasar las noches planeando un caso, que acompañado de una mujer a la que después ni voy a recordar —de vez en cuando levantaba su vista hacia mí y luego continuaba hablando con la cara entre sus manos.
—El día que llegamos me sentí mal, un poco de fiebre y pocas ganas de salir a buscar lo que no había perdido en el rio. Preferí quedarme en cama; mis amigos pensaron que necesitaría a alguien y le pidieron a una anciana del pueblo que suele limpiar las cabañas, que cuidara de mí mientras ellos regresaban. El caso es que ella trajo algunos brebajes para bajar la fiebre y un tazón con sopa. Conversó un rato conmigo, me hizo preguntas extrañas… “¿ya conoces a la mujer de tus sueños?”, me preguntó después de un rato de charla. Comencé a reírme de esa pregunta tan estúpida y ella se levantó muy enojada —en ese momento estiró su mano derecha y tomó la mía. Estaba muy frío y a la vez sudoroso, temblaba un poco, preferí permanecer en silencio para que continuara.
—Ella —continuó diciendo—. Me miró a los ojos y me dijo: “¿pretendes reírte de mí sabiduría? Pocas personas salen ilesas de ello, pero como a ti te estaba esperando, te diré que no tardarás mucho tiempo en experimentar la necesidad de correr tras de alguien, harás hasta lo imposible por encontrarla y ella tardará en aparecer y para que tu tortura sea mayor, voy a permitir que la veas en tus sueños más veces de las que puedas soportar”. Después, tomó sus cosas y salió de la cabaña. Tengo que decirte que la busqué dos días después, cuando ya me sentía mejor; quería que me explicara el significado de sus palabras, pero nadie pudo decirme un lugar exacto para encontrarla.
Él continuaba mirándome con sus ojos tristes, también había dulzura en ellos; no pude evitar pensar que ese hombre no mentía, por lo que decidí darle la oportunidad de escuchar todo lo que necesitara decirme.
—¿Y cómo encajo yo en esa historia?, ¿qué tengo que ver yo en todo si no te conozco? No sé por qué estás buscándome, no sé nada. Preguntaste mi nombre y resulta que lo conoces.
—Tú eres lo que esa anciana me aseguró que tendría que encontrar y por lo visto, no se equivocó, voy a tener que correr tras de ti —luego se levantó, metió las manos en sus bolsillos y miró por la ventana tanto tiempo que pareció una eternidad, luego continuó hablando—. “La siguiente semana estábamos de regreso a la ciudad; otra vez el trabajo me absorbió y una noche en que había ido a tomar un par de copas con esos dos amigos de los que te hablé, llegué directo a dormir mi borrachera. Esa fue la primera noche que te vi… en mis sueños, quiero decir. Desperté creyendo que tal vez eras alguien con quien había ligado esa noche; pero luego, Mathías me dijo que no le hice caso al par de piernas de la rubia que ellos me habían presentado y me había largado dejándolos hacer el ridículo con ella.
—¿Qué fue lo que viste en ese sueño? Por favor cuéntame, necesito saberlo todo, ya has picado mi curiosidad; aunque, creo que el miedo es mayor ahora.
Se dio la vuelta y rápidamente llegó a mi lado. Mientras él observaba el exterior por la ventana, yo me había sentado en la cama; mis piernas colgaban de ella. Él las tomó, abriéndolas para pararse entre ellas con una familiaridad que me asombró, pero no me disgustó.
—No tengas miedo, no te haré daño. Llevo tantos días pensando en ti, que lo único que quiero es poder hacer realidad cada imagen que he vivido contigo.
—Entonces cuéntame, ya te lo pedí.
—La primera noche —se aclaró la garganta y luego dibujó una sonrisa en su rostro—. Te vi caminando en una calle; había árboles, hermosas plantas con flores de muchos colores, pero ninguna de ellas era tan bonita como tú. Llevabas un vestido que, debo decirte, unos días después lo vi en una vidriera mientras conducía por la ciudad y casi me estrello contra otro coche, no pude hacer otra cosa que ir a comprarlo.
—¿Y para qué lo hiciste?, ¿se supone que ibas a dárselo a alguien?
—Pues a ti, tontita. He hecho tantas cosas extrañas desde que apareciste en mis sueños que cuando me dijiste “loco”, estuve a punto de creérmelo. El caso es que, en mi sueño, tu cabellera roja me volvió tanto o más loco de lo que tú me llamas. Allí yo corría tras de ti y gritaba tu nombre; “¡Lissa, Lissa!”, pero no parecías escucharme. Cuando pregunté tu nombre sólo quería ganar tiempo; además de comprobarlo —mi piel debió cambiar de color, porque Tony me sujetó con fuerza—. No te desmayes de nuevo por favor, te he visto en la realidad sólo dos veces y no quiero que sea mayor el número de desmayos.
—¡No me voy a desmayar! —le grité —. Pero ¿no crees que es algo demasiado aterrador que hayas gritado mi nombre en tus sueños cuando ni siquiera me habías conocido? Esto es una locura, una completa locura.
—¿Ahora entiendes por qué empecé a buscarte? No he podido sacar de mi mente cada sueño. Es como si viviera en un mundo paralelo donde tú existes y al que sólo puedo llegar cuando duermo. Créeme cuando te digo que he deseado que los días sean más cortos para que la noche llegue y pueda ver tu rostro de nuevo —en ese momento se abrió la puerta, el médico traía en sus manos unos papeles.
#3066 en Novela romántica
#659 en Fantasía
romance, fantasía drama misterio magia, fantasía almas gemelas
Editado: 15.10.2025