Tomó mi mano para guiarme a lo alto de la escalera, me paré frente al cuadro; estando más cerca de él, me di cuenta que debía medir cerca dos metros de largo. Era una pared muy alta y casi la abarcaba en su totalidad. En él se veía mi rostro con detalles que igualaban casi a la perfección la realidad. Mi rostro ovalado; mis ojos claros en un tono casi azul, aunque eran grises, con un brillo que pocas veces he visto en ellos. Los labios sonreían y sin darme cuenta, recorrí los míos con mi dedo, quería asegurarme que era la misma forma. Lo que más me sorprendió, fue el movimiento que había en el cabello; las ondas rebeldes y el color rojizo que según me contó mi madre, heredé de mi bisabuela. Absorta como estaba observándome, no me fijé en que Tony sonreía a mi lado.
—Fue el segundo cuadro que hice de ti. Tardé sólo un fin de semana en el que no me atrevía a salir del estudio en el que suelo distraerme pintando, porque pensaba que desaparecería. Todos se preocuparon, porque apenas si probé bocado esos días.
—¿Cuál fue el primero? —le pregunté.
—El primero es el que está en mi despacho. Luego hice otros de menor tamaño. Están todos regados por la casa, quería verte en cada lugar en el que estaba si no era la hora de dormir —luego, acercándome a él, rodeando mi cintura con sus brazos, me dijo muy serio—. No sabes cuánto te he esperado, mucho más de lo que te he soñado y si eres como te he visto, entonces sé que nunca huirás y que lo dicho por la anciana se cumplirá a medias, porque te soñé, te busqué, te encontré, pero no huirás de mí —luego, suspiró fuertemente y volvió a besarme.
Buscando un poco de cordura le empujé suavemente, colocando mis manos sobre su pecho. Era fuerte, pude sentir sus músculos bien definidos y no pude evitar imaginar cómo sería verlo sin camisa, sin aquella corbata que le hacía ver tan serio y a la vez tan exquisito. Sentí que me sonrojaba y traté sin éxito de alejarme, pues él aferró sus manos en mi cintura.
—¿Qué pasa?, ¿no te gusto, es eso? No respondas algo que me hiera, por favor. Déjame quererte, Lissa; déjame ser el hombre de tus sueños, no sólo el hombre con el que tropezaste un mal día, porque, aunque no haya sido bueno para ti; ese fue el primero de muchos días felices para mí y puedes estar segura que haré todo lo posible porque lo sean para ti a partir de hoy.
Una lágrima rodó sin explicación por mi mejilla. Eran las palabras más bonitas que había escuchado decir a alguien y nunca pensé que irían dirigidas a mí. Tony se puso tenso, tomó mi barbilla para hacer que lo mirase y como si le hablara en susurros a un niño me dijo: — No llores pelirroja, yo te haré feliz. Lo que pidas, lo que quieras, lo que necesites, yo te lo daré; sólo pídelo.
Le miré directo a los ojos, en un momento de perdición para mí y simplemente le dije: — “hazme el amor, Tony” —no puedo explicar lo que vi en sus ojos, un brillo intenso apareció en ellos; su sonrisa cubrió su rostro por completo y al mismo tiempo miró al techo y gritó: “¡gracias Dios!, ¡ella quiere ser mía!” —luego me tomó en sus brazos y subió la escalera como si llevase una pluma y no mis cincuenta kilos.
Tony abrió la puerta de la habitación que supuse era de él; no tuve tiempo de observar los detalles, sólo sentí el frío de las sábanas donde, con mucho cuidado, me acomodó.
—Voy a amarte tanto Lissa, que olvidarás que en algún momento sentiste miedo de mí —comenzó a besar mis labios delicadamente, luego mis ojos; primero uno, luego el otro. Deslizó sus manos por mis mejillas; eran manos grandes pero suaves, sus largos dedos recorrieron mi cuello y bajaron lentamente por mis hombros hasta mis brazos. Tony se puso a horcajadas sobre mí y comenzó a abrir los botones de mi blusa, se detuvo a mirar mis pechos y me dijo que eran tal y como los había soñado.
—¡No puede ser! —grité—. ¿Has soñado conmigo de esta manera? —comenzó a reírse, pero no de mí, sino de mi expresión, que en ese momento me hizo parecer una niña asustada.
—Claro que te he soñado de esta manera, mi amor, ¿¡por qué crees que estaba tan loco buscándote!? He sentido más placer en mis cuarenta y dos noches continuas soñando contigo que todas las veces que he estado con una mujer.
Aquello volvió a dejarme muda, aunado a los besos que retomó desde mi mandíbula. Mientras tanto, yo sólo podía pensar; hacía cálculos, antes me había dicho treinta y cuatro y acababa de decir cuarenta y dos. Eso quería decir que después de conocernos continuó soñando cada noche conmigo. Tony se separó de mí para sacar mi pantalón y se quedó boquiabierto mirando mi tanga diminuto. Solía usarlos de encaje, éste era negro con pequeños lazos rojos en los costados.
—Sé cómo te gustan, ten por seguro que compraré muchos, para tener el placer de verlos sobre tu cuerpo.
Se desvistió muy rápido, los botones de su camisa volaron cuando la abrió, después de soltar bruscamente su corbata. Sacó el pantalón junto con su ropa interior, no podría decir de qué color eran o el modelo que llevaba, porque no me dio tiempo de verlo. Subió de nuevo sobre mí y retomó su sesión de besos. Tony me volvió completamente adicta a él aquella noche.
—Mi amor, nunca encontraré una palabra, ni siquiera una frase para resumir lo que ahora siento. Ha sido todo tan extraño para mí y apuesto que más aún lo es para ti y; sin embargo, la felicidad, el placer, la dicha, la alegría que siento ahora no puedo explicarla. Algo he de haber hecho bien en este mundo para que Dios me premiara con un ángel como tú.
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Editado: 15.10.2025