El Encuentro De Dos Almas

4 TALÓN DE AQUILES.

Esta era la mejor forma de despertar, nada ni nadie podría hacerme cambiar de opinión. Abrir mis ojos y recorrer su cuerpo, sentirla a mi lado, estar abrazado a ella, respirar su olor corporal y escuchar su respiración tranquila, relajada. No quise moverme por temor a despertarla; sólo me quedé allí, sosteniéndola en mis brazos con el corazón rebosante de alegría. Imaginaba mil cosas que podía llevar a cabo para hacerla feliz. Un rato después intentó moverse, le di el espacio que necesitaba, abrió los ojos, me observó en silencio y luego se cubrió el rostro.

—¡No puedo creer que sigo aquí!

—En cambio yo lo creo, lo sostengo y me hace tan feliz que seas verdad, que pueda tocarte, que pueda tenerte —corrí la sábana que la cubría, tomé su cara y la llené de besos. El teléfono empezó a vibrar sobre la mesa, alargué la mano y respondí la llamada.

—Buen día, espero que lo que te tenga retrasado sea extremadamente urgente, pues no podemos perder la audiencia —dijo Mathías al otro lado de la línea.

—¡No puede ser, lo olvidé por completo! Ahora mismo salgo para allá.

—No puedo creerlo Tony, tú siempre eres el primero en llegar a cualquier lado, siempre nos jorobas la vida con la puntualidad y ahora me dices que lo habías olvidado y peor aún, ni siquiera has salido. Dime ¿dónde estás metido? —observé a Lissa, que me escuchaba sin dejar de mirarme.

—Estoy en el mejor lugar del mundo y del que no quisiera alejarme —culminé la llamada, le di un rápido beso a la mujer de mis sueños y corrí a ducharme. En unos minutos estuve listo para marcharme, pero no quería dejarla. Cuando salí del vestidor ella estaba parada en el balcón con sus manos aferradas a la barandilla.

—¿Sucede algo? —pregunté, abrazándola por detrás y besando su cuello.

—Sólo admiro el paisaje, es bonito… Me iría con mis propios medios, pero me temo que no traigo dinero, así que debo pedirte por favor, que me acerques a mi casa.

—¿Y si mejor, esperas que regrese, almorzamos juntos y luego te llevo? No quisiera irme precisamente hoy, el segundo día más feliz de toda mi existencia, pero llevo un caso que hoy se decide y voy retrasado.

—Sí, ya escuché lo que hablabas —se giró, me vio a los ojos elevando su cuello, besó mis labios y echó a andar—. Vamos, ya deben estar locos esperándote —no encontré manera de retenerla en mi casa y odié mi trabajo por primera vez. Nunca había faltado a él, pero hoy lo deseaba más que nunca.

Dejé a Lissa frente a su casa; antes, le devolví la llave, era en lo único que había pensado tomar cuando salí con ella en brazos, el día anterior. Esperé en el auto mientras abría y la veía entrar. Me fui deprisa, tenía una cita en el juzgado, esperaba no tardar demasiado, quería regresar a buscarla.

—Aquí estoy —dije a mi amigo, quien me miró de pies a cabeza con un extraño gesto—. Dime que no han dado inicio.

—El juez tuvo algo que atender, afortunadamente para nosotros. Me vas a decir ¿qué es tan importante para que llegues más de media hora después? — Mathías era un hombre con voz de mando, pero él sabía muy bien que no me amilanaba ante sus palabras. Sus ojos color café podían ser duros cuando se enfrentaba a alguien en un juicio, pero conmigo no funcionaba la fiereza de su mirada. Él siempre decía que yo era el hermano que no tuvo y lo cierto es que así era como lo veía a él. Yo tampoco tuve hermanos, por lo que, de alguna manera, ese vínculo había surgido entre nosotros desde la preparatoria.

Estaba seguro que mi amigo nunca había visto en mi rostro una sonrisa tan grande cuando le dije — ¡La encontré hermano, por fin la encontré!

—¿A quién encontraste?

-—A la mujer que amo —quedó claro que hablé muy fuerte, porque la mayoría de las personas en la sala voltearon a verme, hasta el mafioso de nariz gorda al que estábamos decididos a meter en la cárcel por un largo tiempo. En ese momento hizo entrada el juez, por lo que la respuesta de Mathías murió en sus labios. La audiencia duró poco, las pruebas no dieron lugar a dudas, ganamos el juicio, logrando treinta años sin derecho a beneficio.

Salíamos dispuestos a responder a los periodistas que llevaban largo rato esperando la sentencia para tener una primera plana, cuando Víctor Salazar, que era sacado del recinto custodiado por tres guardias, se soltó de ellos y corrió hacia mí.

—“¡No creas que has ganado, imbécil!” —dijo con mucha furia reflejada en sus palabras—. Ya sé que tienes un talón de Aquiles. ¡No la conozco, pero antes de que tu cena llegue a tu mesa lo sabré y puedes estar seguro que la haré trizas con mis propias manos!”

Aquella amenaza heló mi sangre, sabía lo que ese tipo era capaz de hacer. Temblé al pensar que yo mismo le di la idea al ser tan efusivo al hablar con Mathías y ahora tendría que pensar en cómo evitar estar cerca de Lissa para que no la descubrieran.

Retomaron el control sobre Salazar y lo sacaron directo al vehículo que lo transportaría al lugar de reclusión. Mi amigo me tomó del brazo y con cautela preguntó: — ¿Estás bien?, parece que te afectaron esas palabras.

—Más de lo que imaginas. Sabes que nunca he tenido miedo a nadie ni a nada, pero ella es mi mundo ahora y no puedo perderla —caminé lo más rápido que pude, evité a los periodistas y bajé corriendo las escaleras hasta el aparcamiento y salí veloz; necesitaba verla, sentirla, protegerla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.