El Encuentro De Dos Almas

6 …IRÁ CONMIGO

Nada ni nadie le haría daño, eso podría jurarlo hasta delante del juez. Tenía que pensar en algo pronto, no podía dejar a la suerte el destino de Lissa. La convencí de venir a mi casa. Sólo le di unos minutos para meter en una maleta lo que pudiera necesitar unos días. Ahora iba sentada a mi lado en el auto, observando las calles que dejábamos detrás mientras avanzábamos por la carretera. De vez en cuando la veía, sólo para asegurarle a mis nervios alterados que ella estaba bien. Coloqué mi mano derecha sobre su rodilla, necesitaba sentirla para calmarme. En ese momento tomé una decisión: mi espada iría conmigo siempre, a cada lugar donde ella me acompañaría.

—Hemos llegado, preciosa —dije para asegurarme que se había dado cuenta.

—Ayer no te dije que es una casa muy linda, Tony. Jamás imaginé que pasaría una noche en un lugar como éste —su sonrisa me hizo sentir que mi corazón se desbocaría en cualquier momento.

—No es una noche la que pasarás aquí, Lissa; de eso puedes estar segura —ya había logrado que viniera y haría cualquier cosa para lograr que no pensara en regresar a su casa.

—Tony, acepté venir hoy, pero ni creas que voy a quedarme mucho tiempo aquí; éste no es mi hogar.

—Lo será a partir de hoy. No sientas miedo, Lissa. Aquí todos te esperan y créeme, todos harán por ti y porque te quedes, todo lo que sea necesario. Ahora ven, no perdamos más tiempo, quiero estar el resto del día abrazado a ti —me miró con algo de desconfianza; sin embargo, tomó mi mano y me siguió por las escaleras de la entrada.

Michael abrió la puerta antes que yo lo hiciera; su sonrisa me dejaba claro que la presencia de ella también lo animaba. Había escuchado atentamente cada mañana cuando le contaba el sueño de la noche anterior, incluso tomaba notas en un pequeño cuaderno que traía a mi habitación. Según él, quería asegurarse de tener pequeños detalles con los que compararla cuando viniese a casa conmigo; ahora, estaba seguro que lo estaba haciendo.

—Señor —me saludó cuando abrió—. Me alegra verle llegar tan temprano y en tan excelente compañía. Bienvenida a casa, señorita —agregó, mirando a Lissa—. Tiene hoy un bonito color en sus mejillas y, perdone mi atrevimiento, pero debo pedirle por favor me permita observar de cerca sus ojos —Lissa lo miró extrañada.

—¿Tengo algo en mi rostro, Tony? —preguntó ella viéndome.

—Aparte de tu natural belleza, no tienes nada más, ¿por qué lo preguntas?

—¿Por qué entonces, necesitas ver de cerca mis ojos, Michael?

—Porque necesito saber con certeza si sus ojos son azules o grises, señorita —dijo en tono jocoso—. Este tonto no ha sabido decirme cada vez que la describe —Michael podía permitirse llamarme como quisiera, al fin y al cabo, había sido más que mi asistente; había sido un amigo, un confidente, un hermano y hasta un padre, cuando el mío estaba muy ocupado.

Lissa se acercó confiadamente a él y le dijo —Obsérvalos todo el tiempo que necesites, te deseo suerte con eso; ni mi madre supo nunca identificar el color realmente. Unos días parecen grises, otros son casi azules —Michael dejó salir una sonora carcajada y volteó a verme.

—¡Son las mismas palabras que usaste tú, Tony!, entonces es cierto, ella te respondió de esa forma cuando se lo preguntaste en el sueño —seguido a ello, la vi caer de nuevo.

—¡Joder!, ¡Otra vez no! Si la llevo así al hospital van a creer que le hago daño a propósito —la tomé en los brazos y la llevé a un sofá, Michael corrió a traer algo con olor fuerte para tratar de reanimarla. Cuando abrió los ojos me miró con algo parecido a la vergüenza.

—Perdóname, Tony, no puedo creer que pasara de nuevo; estoy tan estresada con todo esto y no me hace bien que ahora Michael también me cuente tus sueños, cada vez me causan más miedo. ¡Tienes idea de por qué te pasa eso!, ¿por qué no vamos a hacerte una sesión de regresión o algo así? —se puso de pie y caminó en círculos por el salón; se mostraba nerviosa, estaba seguro que ahora iba a querer marcharse y como si leyera mi mente me miró.

—No creas que voy a marcharme, Tony. Me prometí que no huiría de nuevo sin explicarte nada, pero debes entender que en el mundo de los seres “normales” —dijo dibujando comillas en el aire—, esto no ocurre nunca y ¡por el amor de Dios!, ¡pueden dejar de contar esos sueños de una puta vez, por el bien de mi mente! —su reacción me dejó perplejo, no sabía qué responderle. Me levanté despacio y tomé su rostro con delicadeza, sus ojos estaban tristes; ahora se veían grises; besé levemente sus labios tratando de calmarla.

—Mi amor —le dije—. No debes estresarte por nada, ni por lo que te diga Michael ni mis dos locos amigos cuando los conozcas; les he contado a ellos, porque si no lo hacía, moriría ahogado en mis pensamientos y en mi sufrimiento al no encontrarte. Aparte de ellos, nadie sabe los detalles de esta situación.

—Esta situación, dices; ¿cómo le llamas situación?, ¡de verdad, Tony! Esto es una locura, ¡no me canso de decirlo! —su tono de voz demostraba lo alterada que estaba. La tomé con firmeza por los hombros y la besé para calmar sus nervios y mi dolor por verla tan alterada. No quería ser yo la causa de su sufrimiento.

—Señor, he traído un té para la señorita —la voz de mi buen amigo Michael me hizo dar un paso atrás. Lissa tomó la taza entre sus manos temblorosas y le agradeció con una sonrisa. Luego la guie a mi habitación, la que estaba más que feliz de poder compartir con ella.




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